El lobo ibérico y el oso cantábrico son quizá, junto con el lince ibérico, los mamíferos más emblemáticos de la península Ibérica,
ambos en peligro de extinción y protagonistas de litigios, campañas y
proyectos de conservación, pero cuya reputación despierta las más
encontradas pasiones.
Lo sabe bien Luis Fernández, el guarda más veterano de la Fundación Oso Pardo
(FOP), miembro de las llamadas Patrullas Oso y responsable del «trabajo
de campo» de los proyectos que desarrolla la FOP con fondos del
programa europeo Life.
«Es muy diferente al lobo, cuando hablas de
oso puede haber cierta suspicacia en la población, pero la convivencia
es fácil», ha asegurado en declaraciones a Efe, porque su presencia «no
condiciona la actividad cinegética y en muy pocas ocasiones ataca al ganado».
Al oso «lo que le gusta es la miel»,
y cuando no tiene suficiente alimento en la naturaleza, ataca sin
piedad a las colmenas; «aquí tenemos un problema, pero se van limando
las asperezas con indemnizaciones», asegura Luis.
Este guarda se maneja a diario con los habitantes de la Serra do Courel (Lugo) y reparte entre los apicultores «pastores eléctricos» que emiten una corta descarga de alto voltaje que impide la entrada del oso a sus instalaciones.
Luis lleva 22 años vigilando el comportamiento de los osos de la montaña cantábrica,
pero al Courel llegó hace apenas unos meses, después de que se
comprobara que algunos ejemplares machos jóvenes estaban «explorando el
territorio con el propósito de quedarse».
Y es que la buena
evolución del oso pardo en el núcleo occidental cantábrico está
permitiendo su expansión hacia el oeste por las sierras lucenses de Ancares y Courel, territorios incluidos en la Red Natura 2000 por sus valores naturales.
El
potencial del Courel como «zona osera» es incontestable; relieve
abrupto, montaña y bosque cerrado; «si al oso se le deja tranquilo y se
le respeta, tiene capacidad de sobra de supervivencia aquí, con alimento en cualquier época del año».
«Y la propia presencia humana,
por desgracia muy limitada, con pueblos en los que quedan cuatro
abuelos y no hay renovación de niños, de alguna manera juega a favor del
oso», ha aclarado.
Zonas rurales deprimidas
Cuando
Luis pisó por primera vez el Courel ya había indicios de presencia de
algún ejemplar de oso, con uno o dos ataques a colmenas al año; desde
entonces, su llegada ha sido paulatina, sobre todo a partir de 2013,
aunque en este lugar, donde desde hace 150 años no cría la especie, «la
memoria de los lugareños ya no existe». Por eso, la población se vuelve a
preguntar si la presencia de osos es oportuna, si atacan al ganado o si corre peligro la propia supervivencia humana.
En
este sentido, la FOP y sus socios de proyecto, la Xunta de Galicia y la
Asociación Galega de Custodia del Territorio, trabajan para favorecer
el asentamiento de la especie, pero también para corregir los posibles conflictos con sus habitantes.
Así, a la protección con pastores eléctricos se suma la rehabilitación de alvarizas tradicionales,
unas construcciones de piedra de pizarra de forma circular e
inaccesibles para el oso que albergan en su interior a las colmenas.
Además, un equipo de resolución de conflictos, jornadas formativas y acciones de sensibilización ayudan
al conocimiento; «que a los osos les gusta el Courel es un hecho, pero
hay que explicarlo -insiste Luis- y trabajar para que la gente vea lo
positivo, que el oso esté aquí es un reclamo en una zona deprimida».
Según
Luis, «nadie habría vaticinado que en sólo 20 años la población de oso
cantábrico pasara del fondo del hoyo a estar en franco crecimiento», con
hasta 40 osas con crías y la expansión de la especie a zonas que llevaba casi un siglo sin ocupar.
«Hay una indudable satisfacción -reconoce-,
porque a finales de los 80 la especie estuvo bajo mínimos, aunque hasta
que no esté verdaderamente fuera del atasco, no será una alegría
completa».
Y lamenta la parte menos agradable de su trabajo, luchar contra el furtivismo,
«con una labor de vigilancia constante en el campo, muchas denuncias y
situaciones desagradables con gente conocida e incluso de tu propio
pueblo».
No se cansa de «merodear buscando osos» y agradece vivir y
trabajar en el sitio que le vio nacer, aunque reconoce que la vida en
el campo no es fácil; «aquí tienes la tranquilidad, el silencio o la paz, pero si vienes de la ciudad, tienes que estar muy convencido».