Estaba todo el día por ahí y llegaba por sorpresa de vez en cuando, sucio, cansado, a menudo con algo entre los dientes. Eran regalos para mí, ratones y pájaros que cazaba por instinto para depositarlos a mis pies. Mis hijos le chillaban, pero yo nunca dejé de acariciarlo, de felicitarlo con mi voz más cantarina, de premiarlo con un trocito de pescado crudo. Porque es un gato, un animal doméstico sólo cuando no puede ser otra cosa. Y en verano, en la playa, recobra su auténtica naturaleza de cazador salvaje.
Escrito por Almudena Grandes en El País