HOLA AMIGOS


Bienvenidos a mi blog. Este será un sitio dedicado a la raza que me apasiona, el cocker spaniel ingles, y en general a todos los perros, con raza o sin ella. Aquí iré colgando temas relacionados con ellos, con los cocker y todo aquello que me parezca interesante, sobre veterinaria, etología etc...

Encontrarás que algunos artículos sobre el cocker son un poco técnicos, pero la mayoría son para todos los públicos. ¡No te desanimes !



Agradecimiento:

Me gustaría agradecer a todas las personas que nos han ayudado, explicado y aguantado tantas y tantas cosas, y que han hecho que nuestra afición persista.

En especial a Pablo Termes, que nos abrió su casa de par en par y nos regaló jugosas tardes en su porche contando innumerables “batallitas de perros”. Suyas fueron nuestras dos primeras perras y suya es buena parte de culpa de nuestra afición. A Antonio Plaza y Alicia, también por su hospitalidad, su cercanía, y su inestimable ayuda cada vez que la hemos necesitado. También por dejarnos usar sus sementales, casi nada. Y a todos los criadores y propietarios que en algún momento, o en muchos, han respondido a nuestras dudas con amabilidad.

Y, por supuesto, a Rambo, Cibeles y Maripepa, a Chulapa y Chulapita, y a Trufa, como no, y a todos los perros con pedigrí o sin el, con raza o sin ella por ser tan geniales.

Muchas gracias


Te estaré muy agradecido si después me dejas tus impresiones en forma de comentario.

Espero que te guste y que vuelvas pronto.



PARA LA REALIZACIÓN DE ESTE BLOG NINGÚN ANIMAL FUE MALTRATADO




viernes, 8 de enero de 2016

ROMPESUELAS



Muchos de los agrestes niños rurales que hace unas décadas salíamos al campo como de safari y volvíamos a casa con las rodillas heridas y una gota de sangre entre las uñas hemos rechazado las costumbres tribales de aquella España negra y mostrenca, de señoritos o de monosabios, donde se nos enseñaba que los animales eran bestias de carga o cría de carne y su destino, el delantal del matarife o la cuchillería del carnicero. Por fortuna, con el paso del tiempo y el aumento de la cultura y del ocio han ido desapareciendo aquellas ideas utilitarias y alimenticias, como también han desaparecido brutales tradiciones de arrojar cabras o pavos por los campanarios, descabezar gallos vivos o apalear burros, contra las cuales reaccionan las leyes y la sociedad de manera clara y contundente.

En el tránsito entre los siglos XX y XXI estamos asistiendo a una segunda revolución en la relación del hombre con los animales. La primera había ocurrido en el siglo XIII, cuando Francisco de Asís rechazó la tradición tomista, dejó de considerar la fraternidad como un sentimiento únicamente aplicable a los humanos y extendió su bondadoso panteísmo a todas las criaturas, incluso a aquellas dañinas o sobre las que caía la mala imagen medieval: hermano lobo, hermana serpiente, o a las que se encuentran en el escalón más bajo de la escala biológica. Pero si ese primer paso tenía detrás una concepción religiosa, puesto que todos los seres vivos eran criaturas de Dios, el actual respeto hacia los animales tiene una consideración exclusivamente laica. 


Aunque con un siglo de retraso y muchos residuos que limpiar, también España ha cambiado su actitud respecto a los animales. Pero este cambio se encrespa y genera cada día virulentas discusiones cuando se refiere a los espectáculos taurinos, cuyos defensores apelan a una tradición de siglos para justificar su existencia, ocultando la existencia simultánea de una tradición contraria que aquí y allá levantaba la voz contra estas fiestas.

A finales del siglo XVIII, el gobierno le encargó a Gaspar Melchor de Jovellanos un estudio sobre el estado de las diversiones en el reino. Fruto de ese trabajo es el informe sobre Toros, verbenas y otras fiestas populares, donde ya cuestiona que la lidia sea considerada “diversión nacional”, porque, concluye, no estaba tan extendida como se pretendía. Jovellanos apoya su prohibición e informa, además, de que ya Isabel la Católica había decidido desterrarla de su reino, horrorizada ante la crueldad de la costumbre. Y aunque la reina no se atrevió a prohibirla, se propuso con toda determinación de nunca más verlos en mi vida, ni ser en que se corrían. 


De hecho, cuando el ilustrado asturiano redacta su memoria, en 1790, ya se habían dictado anteriores disposiciones prohibitivas parciales en 1704, 1754, 1757 y 1778, antes de su refrendo definitivo por la Pragmática Sanción de 1785, que prohibía “las fiestas de toros de muerte en todos los pueblos del Reyno, a excepción de los en que hubiere concesión perpetua o temporal con destino público de sus productos útil o piadoso”.

Poco después aparece el brillante opúsculo Pan y toros, de León del Arroyal, que ofrece una visión desoladora de la España de 1812, una España “vieja y regañona” con más generales que soldados y más barcos que marineros, “más sacerdotes que seglares, y más aras que cocinas”. Pero donde su pluma se afila llena de rabia e ironía es en la crítica a las corridas de toros, a las que considera el epítome de tal situación: “si Roma vivía contenta con pan y armas, Madrid vive contento con pan y toros”. 


Y unas décadas más tarde, en 1849, Fernán Caballero, seudónimo de Cecilia Böhl de Faber, castiza defensora del costumbrismo español y andaluz y en absoluto sospechosa de ningún jacobinismo, describe en La Gaviota una corrida de toros y afirma: “El heroico desprendimiento con que los toreros se auxilian y defienden unos a otros es lo único verdaderamente bello y noble en estas fiestas crueles, inhumanas, inmorales, que son un anacronismo en el siglo que se precia de ilustrado”. La autora añade una indignada nota final para denunciar “la inaudita crueldad” a la que se sometía a los caballos, que salían a la arena sin la protección de las gualdrapas y morían brutalmente empitonados.

Y en la actualidad se eleva una sinfonía de voces que exigen la prohibición de las fiestas taurinas, desde el discurso vehemente y radical de Fernando Vallejo a la estética templanza de Manuel Vicent, pasando por la más ecléctica de Coetzee, que en Elizabeth Costello reconoce en la lidia un ritual donde se respeta al toro, se le honra por su fuerza y bravura y se le mira a los ojos antes de matarlo. 


Al recrudecerse la polémica con motivo del toro de Tordesillas, el desdichado Rompesuelas, –que no pudo hacer honor a su nombre y correr lo suficientemente rápido para escapar con vida en su lucha solitaria contra varios millares de caballistas armados con lanzas-, resulta inevitable recordar a Jovellanos, que no tenía alma de censor y que abogaba por la libertad de festejos cuando afirmaba que el pueblo “No ha menester que el Gobierno le divierta, pero sí que le deje divertirse”. Su reflexión pone el dedo en la llaga al buscar la frontera entre ambas tendencias: ¿cuándo deben los gobiernos intervenir en legislar las diversiones, respetando por igual a quienes piensan de modo diferente?

En mi opinión, debe hacerlo al menos en casos como el Toro de la Vega. Aunque el maltrato animal no tiene justificación porque vaya unido a una manifestación cultural, las corridas son consideradas por mucha gente un arte donde hay crueldad, pero el alanceamiento del Toro de la Vega es solo una crueldad donde no hay ningún arte. 

Escrito por Eugenio Fuentes en El País




Eugenio Fuentes es escritor. Su última novela es Mistralia (Tusquets Editores).