Parece que fué ayer cuando compramos a nuestro primer
cocker. Era un día triste, de esos que todo te ha salido mal y no ves claro tu
futuro. Entonces, mientras paseábamos, vimos (María, mi mujer, y yo) una tienda
de animales que no estaba el día de antes. Y cuando nos acercamos a mirar el
escaparate allí estaba él. Parecía que nos había estado esperando todo el
tiempo. No nos pudimos resistir y rápidamente, llenos de nerviosismo
apalabramos la compra, porque no llevábamos un duro, del mejor compañero que
nunca podríamos imaginar.
Esa noche no pudimos pegar ojo pensando en la nueva
responsabilidad que nos esperaba al día
siguiente. La verdad es que todo fue más sencillo de lo que esperábamos, él nos
lo puso muy fácil. Como era pequeñito y cachas le pusimos Rambo, un nombre que
nos marcaría para toda la vida.
Nos hubieran podido vender cualquier perro bajito y con
orejas caídas, porque entonces no sabíamos de la raza como ahora, pero tuvimos
suerte. Rambo resulto ser un gran perro. Su nombre oficial era “Corralet
Fingal”, y entonces fue cuando nos enteramos de que ”Corralet” era uno de los
criadores más importantes del momento. Tenia un pedigrí lleno de Lochranzas,
Helenwood y Corcovan, algo que entonces nos sonaba a chino, pero que con el
tiempo ha adquirido todo su valor. A partir de entonces fue cuando empezamos a
saber algo de la raza de nuestro perro; compras algún libro, comparas con los
que ves por la calle, y poco a poco, sin darte cuenta, nos fuimos enamorando de
la raza.
Después llegó Laura, nuestra hija, y Daniel y Pablo; o Pablo
y Daniel (siempre me cuesta a quien poner primero) nuestros mellizos, y Rambo
siguió a nuestro lado, noble y fiel, dándonos todo, sin reprocharnos
nunca el cariño que ahora tenia que compartir.
Cuando oigo hablar de cockers nerviosos, ”locos” y que
muerden no puedo dejar de pensar en “Rambo”, que fue todo paciencia y dulzura.
Y, sin darnos apenas cuenta, Rambo se fue haciendo mayor,
hizo sus pinitos en algún concurso canino, con buenos resultados, y fue padre
unas cuantas veces.
Y así fue, coincidiendo con la Internacional de Madrid de
aquel año, que se celebraba en Villalba, nuestra ciudad, donde cruzamos
nuestras primeras palabras con Antonio y Alicia, de los Ombues, y donde pudimos
contemplar a Goldy, a La Pepona y a Amigo, cuando decidimos ahondar un poquito
mas en el mundo del cocker y adquirir una perrita para saber lo que era tener
una camada en casa.
La perrita se llamó
(y se llama) Cibeles, de color dorado, y tanto nos gustó que a los seis meses
se incorporó a la familia una ruanita: Chulapa
Chulapa nos acompañó escasamente veinte días, falleciendo a
causa de una enfermedad congénita, por lo que días después, gracias a la
generosidad de su criador, entraba en casa Chulapa II. Como para nosotros una
mancha de mora no se quita con otra y como no iba a sustituir en nuestros
corazones a la cachorrita muerta, esta se convirtió en Chulapita (por su corta
edad cuando nos dejo) y la recién llegada seria simplemente Chulapa.
Rambo, ya con diez años, aceptó bien a las recién llegadas.
A pesar de su edad y de algún achaque, estaba la mar de guapo y hecho un
chaval, no aparentaba para nada la edad que tenia.
Cuando llego el momento de que Cibeles fuera madre, nos
planteamos el tema del afijo. Claro que queríamos afijo (*) pero ¿cuál? Siempre
habíamos pensado que el mejor homenaje a Rambo era que todos los perros nacidos
en casa llevasen su nombre, así que estaba claro seria “De Fingal “. Y teníamos tan claro que nos le iban a conceder
que no teníamos pensada otra alternativa. Nos gustaban los nombres castizos,
pero todos los que se nos ocurrían estaban cogidos, así que pensamos en países o lugares de cuentos
de hadas o de leyenda. Al final el que se nos concedió, con nuestra consiguiente
desilusion, fue Nuncajamas. No nos gustó mucho.
Cibeles fue madre, una experiencia inolvidable la primera camada, y
luego, al año siguiente lo fue Chulapa, aunque por entonces, una cachorrita
hija de Cibeles se las había ingeniado para, contra todo pronostico, quedarse
en casa. Fue Pepa, Pepita, Maripepa o Mª José, porque con todos esos nombres la
llamamos, dependiendo de la ocasión.
Cuando Rambo iba a cumplir doce años, su salud
empezó a caer en picado. No tenia nada grave, pero eran un montón de cosillas
que le daban una imagen de perro enfermo. Había perdido el pelo y había
adelgazado mucho, a pesar de no haber perdido el apetito nunca, se había vuelto
torpe y cuando tropezaba con algo o había alguna pequeña irregularidad en el
terreno perdía el equilibrio. Era muy triste para nosotros ver a nuestro amigo
de toda la vida en esta situación, con lo guapo y joven que había estado
siempre. Habíamos hablado varias veces con el veterinario sobre el tema, si era
egoísta mantenerle en ese estado y siempre
conveníamos en lo mismo: mientras el perro no tenga dolores,
mientras lleve una vida digna, es decir pueda moverse, alimentarse y retener
sus necesidades, no seria necesario tomar ninguna decisión.
Pero ese día tristemente tenia que llegar y llegó. Rambo un
día ya no pudo sostenerse en pie y entre nuestros brazos se durmió para
siempre.
Nunca habrá otro como él. Aparte de haber sido un gran perro
sobre todo fue un grandisimo amigo y compañero. Muy cariñoso, aunque de puro
macho, no le gustaban los mimos propios de perros falderos. Fue él quien nos
metió el gusanillo en el cuerpo. De haber sido él de otra manera ahora no
tendríamos otros cockers, o tal vez ningún otro perro como ha pasado a otros.
Pero su carácter nos cautivó. Me gustaría que por lo menos algún cachorrillo de
los que salen de nuestra casa haga por la raza lo mismo que hizo nuestro Rambo
y sea capaz de crear tanta afición como él creó en esta casa.
Ahora que ha pasado algún tiempo pienso en el pequeño
homenaje que queríamos rendirle poniendo su nombre como afijo, cosa que no pudo
ser, y veo que después de todo, en cierto modo, lo hemos conseguido porque
estoy seguro de que nunca, NUNCAJAMAS volveremos a tener un amigo como nuestro
incondicional Rambo.
Antonio Rieiro
Nuncajamas
(*) Para los no iniciados, tendria que explicar que el afijo es como un apellido que te concede el organismo competente y que llevan todos los perros (o cualquier animal) que nacen en tu casa y eso permite reconocer la procedencia del animal. En nuestro caso tenemos a Zarzuela de Nuncajamas, Macarena de Nuncajamas, etc...