La pseudogestación es lo que coloquialmente y entre los neófitos se da por llamar “embarazo psicológico”. Sin embargo no es nada psicológico, sino que es una condición o estado fisiológico y, por lo tanto, normal en la perra.
Actualmente, y tras dieciséis mil años de domesticación, esta situación, patología, estado orgánico o como usted veterinario o propietario lo quiera llamar está tendiendo a aparecer cada vez menos, debido precisamente a que los perros ya no son salvajes. El vivir en hogares o criaderos les exige cada vez menos el tener que “buscarse la vida”, por ejemplo para tener que ayudar a otra hembras en la cría. Sin embargo sí que nos valemos de esta aptitud de una hembra cuando tenemos cachorros que han quedado huérfanos o una camada demasiado numerosa o con una madre no apta en cuanto a comportamiento maternal.
La pseudogestación se produce en hembras que no han quedado preñadas, pero en las que se produce una disminución de la actividad del cuerpo lúteo, con la consiguiente bajada de progesterona y aumento de la síntesis de prolactina.
En la Naturaleza es un proceso normal, y a veces incluso se utiliza en las manadas para ayudar en la cría de los cachorros de la hembra alfa.
Se produce, con mayor frecuencia, en perras de más de 2 años, que no han sido montadas ni preñadas y con un alto instinto de reproducción y/o maternal. En otros casos (los menos) aparece después de una monta fallida.
Realmente es una de las conductas anómalas de mejor pronóstico ya que prácticamente la podemos hacer desaparecer en muy pocas sesiones, no es necesaria casi nunca la ayuda farmacológica y además no precisa de una terapia especializada.
Más comúnmente llamada falsa preñez, se produce en hembras que no han quedado preñadas, pero en las que hay una disminución de la actividad del cuerpo lúteo con la consiguiente bajada de progesterona y aumento de la síntesis de prolactina. La perra tendrá los mismos síntomas de una gestación real. Ocurre a las 6-8 semanas de haber pasado el celo, aunque puede variar entre 3 y 14 semanas.
La agresividad maternal, tanto si hay cachorros reales como si no, se desencadena ante la visita o el acercamiento a la paridera de personas u otros animales. Esto nos impediría el manejo adecuado de los cachorros y las manipulaciones neonatales necesarias para una correcta socialización. La agresión también puede ser debida a entornos estresantes sobre todo en perras primíparas que no tienen experiencia o en hembras miedosas.
Hay que entender que los cachorros son un recurso muy valioso para la madre, representan la perpetuación de sus genes. Al esfuerzo invertido en el embarazo y parto, se une ahora al de los cuidados parentales. Esta agresividad disminuye cuando los cachorros se van haciendo independientes de su madre.
Ciclo reproductivo de la perra.
La estrategia reproductiva de los animales depende sobre todo de dos factores: el fotoperiodo y la disponibilidad de alimentos. Los efectos de la domesticación han hecho que nuestra perra, hoy en día pueda presentar hasta tres ciclos al año, que actualmente no dependen tanto de los factores citados antes, ya que nuestra perrita tiene los cuidados maternales y la alimentación asegurada por su propietario o criador.
En el lobo, especie de la que proviene el perro, la cría está limitada a una camada al año precisamente debido a la adaptación al clima y a las fuentes de alimentos. Los cachorros deben nacer en una estación de clima suave y en la que la alimentación esté asegurada, de otro modo sería un esfuerzo reproductivo inútil y no se conseguiría el fin buscado, la perpetuación de los genes.
La perra, desde el punto de vista reproductivo, se define como una especie con ciclo sexual monoéstrico de ovulación espontánea.
El intervalo inter estro, definido como el tiempo desde el comienzo de un ciclo estral hasta el inicio del próximo, posee una duración variable de entre 5-11 meses. En este sentido, las perras presentan un intervalo inter estro mínimo 120 días que se corresponde con la fase luteal.
Nuestras perras domésticas suelen presentar 2 ciclos estrales al año, variando entre 1 y 3 ciclos al año según la raza, la edad y el individuo, por lo que pasa gran parte del año en reposo sexual. Así, las hembras de raza Rottweiler parecen estar predispuestas a manifestar intervalos inter estro cortos, mientras que las de raza Basenji y Galgos y otros cánidos silvestres normalmente tienden a mostrar intervalos inter estro largos (de 10 a 12 meses). El ciclo estral de la perra, con una duración media de 18 días, está constituido por 4 fases (proestro, estro, diestro y anestro). Generalmente el inicio de la fase proestral se corresponde con el inicio del ciclo reproductivo.
El proestro, fase de incremento de la actividad folicular ovárica que precede al estro, muestra una duración media de 6-11 días (rango de 2-3 hasta 25 días según Bell and Christie en 1971). Durante esta fase, bajo estimulación estrogénica se producen una serie de cambios físicos evidentes tales como la aparición de una secreción vulvar serosanguinolenta procedente del útero, una tumefacción vulvar y atracción del macho como consecuencia de la liberación de feromonas a través de la secreción vaginal, rectal y urinaria (Goodwin et al., 1979). En cambio, durante esta fase de proestro, la hembra mantiene una ausencia de receptividad sexual, reaccionando a la cortejo con manifestaciones vocales o reacciones agresivas o violentas. Durante el proestro los estrógenos producidos por el folículo ovárico, representan la hormona predominante, responsable de las modificaciones peculiares de esta fase.
El estro muestra una duración media de 5-10 días (rango de 2-20 días según Bell and Christie en 1971). Se estima como la fase de receptividad sexual positiva, de tal manera que se considera como inicio del estro el primer día en el que la hembra acepta el coito con el macho. Las manifestaciones clínicas se caracterizan por la aceptación pasiva o activa del macho, desviando la cola y adoptando una postura de lordosis. Además, se registra una disminución del edema y de la secreción vulvar. Por otra parte, esta fase se caracteriza por una elevación de los niveles plasmáticos de progesterona, iniciada desde finales del proestro y mantenida durante todo el periodo estral.
El diestro, periodo de secreción de progesterona a partir de los cuerpos lúteos formados, se inicia en el momento en el que la hembra muestra un rechazo patente a la cópula. Tiene una duración variable en torno a 60-80 días (Holst and Phemister, 1974). Se caracteriza por la disminución del tamaño y el tono de la vulva y la disminución del interés mostrado por el macho.
Tras la ovulación, la formación del cuerpo lúteo induce la producción continua de progesterona, con o sin gestación, con un pico máximo a los 20-30 días del pico de LH y una posterior disminución gradual durante los siguientes 40-60 días. En perras gestantes, la progesteronemia cae de forma llamativa para iniciar el parto, el cual no sucede hasta que la progesterona sea inferior a 2ng/ml. La prolactina está presente y es necesaria durante la fase luteal, incrementándose mucho más en respuesta a la caída de la progesterona al final del diestro y promoviendo el comienzo y mantenimiento de la lactación.
El anestro, periodo de descanso del ciclo reproductivo de la perra, muestra una duración mínima de 7 semanas y máxima 1 año (Andersen and Wooten, 1959). Clínicamente es un periodo de inactividad que se caracteriza por la no atracción del macho y el rechazo a la cópula, junto a la presencia de una vulva pequeña y con ausencia de secreción.
Origen de la falsa preñez
Tanto la perra que ha quedado preñada como la que no, pasan al final de su celo por la fase de diestro, en lugar de entrar en anestro (descanso) como otras especies. Por lo tanto, las hormonas circulantes y su efecto debe ser el mismo, pero depende de la actuación sobre el sistema nervioso de dichas hormonas. Con lo cual una perra que no ha quedado preñada puede presentar los mismos síntomas que una que realmente lo está.
Sintomatología
Los síntomas concurrentes a esta incidencia hormonal sobre el cerebro aparecerán en el mismo momento que los de una perra gestante, es decir, que el ciclo será el mismo, con la única diferencia de que la pseudopreñez no terminará en parto. Observaremos hinchazón en las mamas y el abdomen, cambios de comportamiento como una mayor agitación e incluso conducta de nidificación, adopción de objetos o muñecos como cachorros y, lo que es más llamativo en algunos casos, agresividad maternal. Esta agresividad es propia de las hembras que protegen a sus crías y es natural, por lo tanto no debemos considerarla una alteración del comportamiento en sí, sino dependiente de la fisiología de una perra gestante o en lactación. Por supuesto estos cambios de conducta pueden resultarnos en algún caso molesto, ya que la perra es posible que no nos deje acercarnos a su cubil. Sin embargo, si no la molestamos pasarán transcurrido un tiempo.
Los síntomas que sí deberían preocuparnos serían los orgánicos, como las mamitis.
Normalmente una perra que ha sufrido una vez de pseudogestación la seguirá padeciendo después de cada celo.
Hay que observar que durante este periodo se produce una ralentización del aprendizaje, por lo que no debemos exigir a perras que estén en entrenamiento, adiestramiento o educación.
Tratamiento
Normalmente no se hace necesario utilizar tratamiento farmacológico para que desaparezca, aunque a veces, por el engorro que supone al propietario y las complicaciones para el animal (como por ejemplo: mamitis, alteraciones del comportamiento); se pueden usar inhibidores de la síntesis de prolactina, de los cuales, el más apropiado es la cabergolina.
Este es un proceso que suele pasar solo, incluso a veces desapercibido para el propietario; y como mucho se recomiendan diuréticos, para la inflamación de las glándulas mamarias, o restricción en el acceso a bebida y comida (incluso dieta total durante un día), así como dar largos paseos con la perra durante este periodo.
Está comprobado que la pseudogestación no predispone a la aparición de tumores mamarios, ni de piómetra y que la solución definitiva es la castración.
Artículo escrito por Rosana Álvarez Bueno, Veterinaria especialista en Etología clínica y asesora en comportamiento canino y felino.