A través de mi amigo Emilio Valadé del Rio, me llega este bonito artículo que yo tambien quiero compartir con vosotros.
A
lo largo de toda la historia, han sido relativamente pocos los años en
los que la especie ha faltado en la provincia. Desaparecieron en los
años 70 exterminados por la mano del hombre, y no fue hasta principios
del 2000 cuando hicieron una intentona de recolonizar nuestras tierras.
Pero, imperdonablemente, volvieron a ser exterminados de forma ilegal.
Entre
2008 y 2009 hubo una pareja de lobos que apostó por volver a intentar a
vivir en nuestras tierras. Se asentaron en la Sierra de Ayllón de forma
muy esquiva, aunque las bajas que producían al ganado advirtieron de su
presencia. En 2010, la administración capturó un ejemplar y le colocó
un collar que delataría su posición, así conocerían exactamente por
donde se movían aquellos lobos. El ejemplar capturado fue una hembra en
época de cría, curiosamente, fue la hembra alfa de la manada. El collar
funcionó hasta enero de 2011.
Desde
entonces, se oía por los pueblos que habían matado furtivamente un lobo
con collar en una punta de la sierra, al tiempo, esa misma historia
pero en otro pueblo… Se piensa que la loba siguió andando por las
mismas zonas que cuando llegó, sospechándose, que criaba año tras año
sobreviviendo y esquivando todas las adversidades, ayudando con sus
crías y su astucia a que se asentaran los lobos que ahora mismo corren
por nuestras tierras.
La tragedia llegó el día 20 de noviembre de 2015 (enlace a la noticia),
un coche que viajaba a las 23:30 de cerca de Carrascosa de Henares, se
cruzó en la vida de la loba en plena Alcarria. Ahí terminaron sus
andanzas, ella que tantas carreteras había cruzado, que tantísimos km
llevaba bajo sus pies, que tantos cazadores había esquivado, que tantos
caminos había rastreado, que a tantas presas había devorado, ella que a
tantos ganaderos había desvelado, que tanto nos ha dado que pensar, que
tanto la hemos admirado, y que tanto la recordaremos.
Ella
ha sido la que decidió criar en Guadalajara una y otra vez, y con diez
años y medio de edad terminó su vida a 40 km de la sierra. Ella ha sido
la loba que ha dado a Guadalajara un valor incalculable, ya que la
presencia de un gran depredador como el lobo, allí donde se asienta,
equilibra y regula las especies cinegéticas que tanto nos cuesta a
nosotros y que al final solucionamos con resultados ecológicos dudosos.
Mucha
gente odia a los lobos, ven en ellos al mismo diablo. A los ganaderos,
les quitan el pan de cada día, a los cazadores, “sus” preciadas presas, y
a algunos miedosos, les quitan las ganas de salir al monte.
Hoy
en día, mucha gente piensa que los montes nos pertenecen y que los
animales silvestres son de los cazadores que los pagan. Pero lo único
cierto, es que todo eso llegó mucho antes que nosotros, tras una
evolución natural y perfeccionada. Los montes en los que pastan nuestros
ganados, ¡no son nuestros!, las especies que abatimos cazando, ¡no son
nuestras!, otra cosa es que las aprovechemos de manera regulada como
especie que somos. Todos pertenecemos a la naturaleza, y por mucho que
lo intentemos, no podemos imitar la selección natural. No podemos
igualar un sistema de selección que se perfecciona cada día desde hace
3600 millones de años, no podemos despreciar la presencia de ningún ser
vivo natural en nuestros ecosistemas, y en este caso, no podemos odiar y
luchar en contra del gran depredador ibérico que tan imprescindible es
para no romper la evolución natural.
Desde
FAGUS admiramos los usos tradicionales, admiramos la conservación de la
naturaleza y por ello admiramos a la loba que recolonizó Guadalajara
ayudando así a la recuperación de la especie en nuestros montes. Ella
estaba hecha gramo a gramo de cada corzo, de cada jabalí, de cada oveja
que devoró, estaba hecha de cada gramo de hierba que se alimentaron esos
herbívoros, estaba hecha de cada nutriente que absorbieron esas
plantas, estaba hecha del agua que corre por nuestros ríos, ¡ESTABA
HECHA DE GUADALAJARA! Y nos ha devuelto muchísimo más de lo que
aprovechó de nuestra tierra.
Articulo publicado en Fagus