La verdad, es que me molestan esas fotos de perritos abandonados, acompañadas de comentarios que me suenan a ñoños: “mi hijo”, “para comérselo”, “un angelito”… Y me molestan esas frases, porque un perro abandonado no es, creo yo, ni un hijo, ni está para comérselo ni es un angelito. Es eso, un perro cruelmente abandonado. Ni más, pero tampoco menos.
Para mi forma de pensar, representa una ilusión del cachorro, de un ser vivo, cruelmente truncada. Un proyecto roto de vida conjunta con una familia, porque “las cosas” no vinieron bien en su casa de acogida y, claro, si es preciso cambiar algo, se hace cortando por la parte más débil. Se abandona al perro y haya paz y después gloria. Es entonces (es ahora), cuando, previniendo ese desastre, aparecen campañas intentando que la gente no los abandone. Las fotos de las campañas son descorazonadoras, mostrándonos cachorros con dolor, sentimientos a flor de piel y con la desilusión por un mundo perdido, pero que llegaron a adivinar lleno de encanto y cariño. Sólo lo han podido vislumbrar, pues se les ha roto de la noche a la mañana.
Hay que saber que el perro en una casa no es un objeto de consumo. No es un móvil de última generación ni un juego electrónico maravilloso. Tampoco es un adorno o un capricho hecho regalo. Un perro no es nada de eso, es un ser vivo y, como tal, capaz de sentir del mismo modo que sentimos nosotros. Por eso no se puede (no se debe) jugar con sus sentimientos. No sé hasta qué grado sienten otros animales también utilizados como mascotas, pero el perro siente hasta niveles insospechados. Un perro quiere, protege, ofrece lealtad y abnegación, acompaña y, con la misma intensidad, sufre cuando se ve menospreciado y, en el grado máximo, abandonado.
Sí, el perro no es una cosa que sólo requiere un sitio en la casa. Precisa un cuidado diario, hay que proporcionarle cariño, comida, atención médica. Tiene que sentirse seguro y, de modo especial, saber que forma parte de la familia con la que vive. No sé si un niño, muchas veces su propietario en el ámbito familiar, es capaz de proporcionarle todo eso, pero con la ayuda de los mayores, claro que puede y el perro se sentirá feliz y transmitirá felicidad a su familia de acogida.
Creo que tener un perro es una buena escuela en la que desarrollar un montón de cualidades humanas. Estoy seguro que para muchos es una fuente inagotable de múltiples compensaciones afectivas. Pero también estoy convencido de que es preciso un buen acopio de cariño y de saber lo que se quiere cuando se está dispuesto a mantener un perro cerca de uno y, por tanto, se acoge en la propia casa.
Tal vez por no haber previsto los cuidados que requiere su presencia en una vivienda, es posible que sus habitantes se cansen pronto de él, de la novedad que supone su presencia y su compañía en la casa. Incluso se arrepienten de haberlo acogido. A partir de ese momento, su cuidado pasa a ser una carga. Para que esto no ocurra, es preciso que todo esté muy hablado y previsto antes de dar el paso, siempre serio, de traer un ser vivo a casa. Llegado un punto de cansancio, alrededor del perro se puede generar un ambiente adverso. También él perro se dará cuenta que ya no hay tanto juego a su alrededor, ni tanto cariño. Lo nota, comprende que molesta. Hasta que llega un día en el que se le abandona. En todo ese proceso, que comenzó por no prever los problemas que podrían aparecer, es donde veo un asomo de fracaso familiar.
Las estadísticas hablan de mayor frecuencia de abandono en los meses posteriores a navidad, cuando el cachorrito fue un regalo bienvenido, pero atolondrado. Pasados unos días y con ellos la novedad, adquirió el rango de estorbo. También los meses de verano son proclives al abandono, cuando hay que ir de vacaciones, pero en muchos sitios no admiten mascotas. La solución al problema ni se discute: se abandona al perro cuando no se le quita la vida de cualquier forma.
La verdad es que no entiendo esos niveles de profunda crueldad que mantenemos con muchos animales. En no pocas ocasiones los hemos matado simplemente por diversión, sin que por su parte exista otra causa a tanto dolor que eso, ser incapaces de defenderse. Por eso mismo, los perros abandonados me duelen mucho, porque se les ha defraudado en lo mejor que han podido darnos, su cariño y su lealtad.
El abandono de perros no es algo de este tiempo. Muchos cazadores los matan al terminar la temporada de caza. También en las aldeas se abandonan perros, donde el espacio no es problema. Creo que detrás de esta actitud, maldita actitud, campea el sentirse dueños de la creación, aquel falso sentimiento de propiedad hacia todo el entorno, incluyendo a los seres vivos y, por tanto, no sentirse responsables de nada que les pueda acontecer. A veces, en no pocos casos, tal sentimiento de propiedad llega hasta matar a las mujeres.
Cómo añoro un buen sistema educativo que haga ver a nuestros estudiantes, adultos dentro de poco, que compartimos espacio y propiedad con el resto de seres que nos rodean.
Yo no puedo tener perro, y me apena admitirlo. Se me van los ojos llenos de envidia cuando veo a alguien tranquilamente paseando con su mascota. Sé que entre ellos se han establecido múltiples corrientes afectivas recíprocas. He conocido amigos que mantenían una intensa relación afectiva con su perro, casi una camaradería, y siempre admiré esa relación.
Me avergüenza reconocer que somos los primeros de la Unión Europea en abandono de perros. En esto, sí somos líderes.
Publicado por Emilio Valadé del Río en su blog Paseante Silencioso