Alguien puede pensar que con la que está cayendo no debería entretenerme escribiendo un artículo sobre los derechos de los perros... quizás tenga razón y las pequeñas cosas no tengan cabida en estos tiempos en los que casi todo está cambiando para mal y a marchas forzadas, pero lo cierto es que nuestras vidas están construidas a partir de muchas pequeñas y valiosas cosas y una de las que forman parte de la mía se llama Ratón. Parece poco importante, pero es el príncipe de nuestro hogar. Un hogar conformado por mi marido, por mí mismo y por este pinscher miniatura que compré por doscientos euros, de segunda mano, a una familia que no podía hacerse cargo de él cuando ya tenía siete meses.
Haciendo un sincero acto de contrición puedo entender de algún modo los reparos que suscitan los animales, ya que nadie siente más vergüenza que yo cuando salgo todos los días a las calles del viejo barrio de Madrid en el que vivo -centro de la ciudad, distrito de Justicia, barrio de Chueca- y me encuentro cada pocos metros un excremento, casi siempre de perro aunque no sólo. Entiendo que mucha gente piense que los perros son un problema, aunque el verdadero problema son los propietarios irresponsables que consideran que las deposiciones de sus perros no son su responsabilidad y que son otros quienes deben recogerlas. Suena raro pero debe ser así cuando hay tantos "cuerpos extraños y olorosos" en mi calle y en las calles aledañas. La culpa es en gran parte de la irresponsabilidad ciudadana, pero también de la desidia de unas autoridades que no persiguen este tipo de "descuidos", ni los multan convenientemente, una medida necesaria para que los que tenemos perros y nos avergonzamos de esto no nos veamos indirectamente perjudicados por una situación en la que somos los primeros damnificados. Y sé de lo que hablo porque percibo algunas miradas asesinas a diario, provenientes de los afectados por toda esta suciedad que nos rodea y para la que aparentemente no existe ninguna solución.
Pero volviendo a mi pequeño, y tengo que decir que bien educado, perro Ratón, sigo sin entender las dificultades que tengo para entrar con él en multitud de espacios como los que he señalado antes cuando lo que hago al llegar a estos lugares -interior de edificios- es introducirlo casi por completo, salvo la cabeza, en la mochila que siempre llevo conmigo. Pese a eso el funcionario o el tendero de turno me prohíben la entrada, añadiendo este último que la legislación me impide entrar con él en su establecimiento, porque de lo contrario le podrían poner una severa multa. Apuesto a que dicha legislación fue dictada en el siglo XIX en la época en que muchos perros eran sacos de pulgas, por suerte hoy en día la mayoría de los perros están más que limpios y los dueños estamos obligados a tenerlos en unas condiciones sanitarias impecables.
En este país somos muchos los que amamos a los animales pero también es cierto que hay un clima de perrofobia -y me refiero a perros porque el resto de mascotas apenas salen de casa- que hace que los propietarios de estos animales con frecuencia nos veamos en dificultades para llevar a cabo una vida normal con ellos, lo que a menudo nos impide disfrutar de ellos fuera de casa. Pese a todo cuando me preguntan cuantas veces al día saco a Ratón a pasear no sé qué contestar, ya que lo que he tratado de hacer desde que lo tengo ha sido incorporarle a mi vida cotidiana llevándole conmigo a todas partes, a pesar de las resistencias que a menudo me encuentro. Mi forma de actuar persigue también que las leyes se "ensanchen", intentando conseguir que las personas -vigilantes jurados, policías, comerciantes...- sean más flexibles sin que ello suponga que les pueda caer una multa que perjudique su negocio o que un superior perrofóbico les eche una reprimenda. Sin duda con el tiempo podremos encontrar un equilibrio entre personas y estos pequeños o grandes seres que tanta felicidad nos aportan, pese a las dificultades que tenemos que sortear cuando nos acompañan.