Kanelo apareció por primera vez en los años 90 en la calle Patission,
con los colmillos desafiantes. Residía a medias entre las aulas y los jardines del Politécnico;
de infausto recuerdo en la lucha contra la dictadura de los coroneles; y
las calles de Exarchia, el barrio de los anarquistas. Murió en 2007
cuando contaba ya 17 años y la lucha callejera había mermado mucho sus
facultades. Los estudiantes le protegían, lo alimentaban y le curaban
las heridas después de cada altercado en el que se había dejado el alma
como el primero; respondía ladrando sin reservas a los policías que los
acosaban y persiguiendo a secretas que detectaba olfateando
entrepiernas, con esa astucia de sabuesos que solo ellos tienen. No
había asamblea en la que no estuviera Kanelo presente codeándose con los
cabecillas y dejándose acariciar por sus camaradas.
Por orden del
decano de la Escuela de Arquitectura lo detuvieron y lo llevaron a la
perrera de Markopulo. Más de 200 personas firmaron y presentaron una
denuncia y consiguieron que liberaran a Kanelo a cambio de encontrarle
un techo en el apartamento de un estudiante que se hizo cargo de él.
Dicen que en sus últimos momentos le fallaban las patas traseras y
alguien le fabricó un artilugio con ruedas para sacarlo a pasear, para
que, aun orgulloso y egregio, siguiera saludando al mundo, que le
conocía y admiraba.
También Kanelo pudo presumir de su canción:
Hablaré del amigo Kanelo
Que tiene corazón y cuatro patas
Que regresa a Exarchia por la noche
Y todos lo respetan y levantan el sombrero
En la esquina de Politecníu y Patissión
Dicen que cazó a un secreta
Y una mañana fue visto en Thisio
Volviendo con una perrita de casa
Una canción para el perro Kanelo
Que me mordió pero lo entiendo
Defendiendo su postura con pasión
De que había cometido un error en mi vida
Mil rostros tiene esta ciudad
Pero ninguna asusta a Kanelo
Si alguna vez lo ves entristecido
Moverá el rabo y empezara a girar
Guarda cualquier hueso que le arrojan
Todos aquellos que afean nuestra vida
Y sé, cuando miro sus ojos,
Cómo le gusta, cómo le gusta nuestro silencio
Escrito por Ana Capsir Brasas en El Huffington Post