En 2011, visité el magnífico Fuerte Amber, situado en Jaipur, en la
región de Rayastán (India). La preciosa arquitectura de estilo hindú del
fuerte está flanqueada por grandes murallas y senderos de adoquines con
vistas al lago Maota, donde los turistas montan en elefante. Me
maravillaba contemplar cómo esos animales majestuosos caminaban despacio
y con cuidado entre los peatones y los coches sin mirar a los lados.
Eran dignos y elegantes y me fascinaban sus colmillos, la textura de su
piel y sus orejas.
Cuando uno de los guías me invitó a ver a un elefante recién nacido,
esperaba que me llevara a una zona que estuviera al aire libre y
cubierta de hierba y árboles. En vez de eso, nos llevaron a mí y a mis
compañeros de viaje por un pasillo entre teterías y talleres mecánicos
hasta un almacén de ventanas pequeñas y con los cristales rotos. En su
interior, había seis elefantes encadenados al suelo de cemento.
Sentí
tal angustia al ver la situación en la que se encontraban que lo pasé
mal mientras veíamos al recién nacido. Cada elefante tenía un mahout (un
cuidador de elefantes), todos iban descalzos y llevaban ropa
harapienta. Sentí una gran tristeza tanto por los elefantes como por los
mahouts. Ambos parecían destinados a una vida de trabajo forzoso
indefinido.
Existe una dicotomía inusual en el papel del elefante en la sociedad de
la India. Es un animal que se concibe o bien como un ser espiritual o
bien como un animal de carga. Eso era lo que quería tantear cuando volví
a la India cinco meses después. En el transcurso de los siguientes tres
años, realicé cuatro viajes a varias partes de la India para
fotografiar a los elefantes y a la cultura que los rodea.
En 2012, viajé a la zona montañosa de Arunachal Pradesh, cerca de la
frontera con Bután. Aunque ahora los elefantes de carga son ilegales en
el norte de la India, ha habido elefantes trabajado en campos de carga
durante cientos de años. Un día, mientras hacíamos senderismo por el
lecho seco del río, nos topamos con un elefante enorme con un mahout a
lomos. No lo habíamos visto ni oído llegar; es increíble lo silenciosos
que son.
El mahout me ofreció dar una vuelta en el elefante y yo acepté,
aunque hubo algo que me pilló desprevenida: el elefante no llevaba
silla, el asiento consistía en un saco de arpillera relleno de algo
blando y sujeto con unas cuerdas. El elefante dobló una de las patas
traseras cuando se lo ordenaron y el mahout me tendió la mano para que
apoyara en ella los pies y subiera a lomos del animal. Me sentí como si
estuviera escalando una montaña. Me daba miedo hacer daño a la criatura,
pero no se movió en absoluto. Una vez colocada en el asiento, empezó a
caminar enérgicamente por el lecho del río hacia el bosque. Caminaba con
paso suave pero firme.
Cuando me bajé, el mahout se sentó a horcajadas en el cuello del
elefante, con los pies detrás de las orejas del animal, y le dio unas
cuantas órdenes en hindi que no pude comprender. El elefante cogía
troncos con la trompa y caminaba increíblemente rápido para estar
arrastrando unas cadenas y unos troncos tan grandes. El elefante
trabajaba sin descanso y con elegancia mientras yo le hacía fotos.
Al final del día, volvían al campo de carga para curar las heridas del
elefante con una infusión preparada en la hoguera y para dejarle comer
hojas de palmera. Se le dejaba vagar por el bosque por la noche, pero
con las cadenas puestas. Así, por la mañana, los mahouts podían
encontrar al elefante por el sonido de las cadenas y capturarlo para
prepararlo para otro día de trabajo.
En mis viajes a la India, también he visto cómo se venera a los elefantes como a animales espirituales. Ganesha, el dios con cabeza de elefante,
es adorado como una de las deidades más importantes de la religión
hindú. Muchos de los templos del sur de la India albergan a un elefante
en su interior para que los fieles lo vean. Los fieles recorren grandes
distancias para rezar y ser bendecidos por el elefante del Templo de
Jambukesvara, en Tiruchirapali (Tamil Nadu). Yo fui testigo de cómo, uno
a uno, niños pequeños, mujeres de atuendos elegantes, hombres ataviados
con lunguis, sacerdotes y mendigos se aproximaban al elefante cuidadosamente pintado.
Muchos, especialmente los niños, tenían miedo del enorme animal, pero al
final se atrevían a acercarse a él. Le ofrecían una moneda como
donativo para el templo y el elefante la cogía con la trompa y se la
daba a su mahout y, para terminar, el animal bendecía al devoto
tocándole la cabeza con la trompa mientras este se inclinaba. Al final
del día, el elefante dejaba descansar la trompa en el regazo de su
mahout, agotado tras haber realizado el mismo movimiento repetitivo
durante todo el día.
Esta colección de fotografías es un trabajo de documentación cultural
sobre los elefantes en la sociedad de la India. El papel del elefante
está cambiando poco a poco a medida que crece la preocupación por la
conservación de la naturaleza y por la salud y la seguridad de los
elefantes. Este animal tan complejo y majestuoso, con su inteligencia,
su intrincada jerarquía social y sus habilidades comunicativas tan
desarrolladas, se encuentra atrapado entre el pasado y el futuro. Seguir
a los elefantes por los rincones más remotos de la India ha sido una
aventura extraordinaria y ha sido todo un privilegio poder ver su mundo.
Publicado por Annette Bonner en El Huffington Post