Pasión, derechos, mal olor, gritos, niños, pelos, camareros, dueños, padres, cacas, cocinas, llantos, restaurantes y perros. El sociólogo Salvador Cardús escribe: «Que avisen en la entrada. Si entran perros, yo me quedo fuera». La escritora Marta Rojals responde: «Si eso quiere decir que no entrará gente a la que no le gusten los perros, sí». La periodista Pilar Rahola retuitea: «Quien no ha vivido con animales domésticos nunca lo entenderá, por ignorancia». La red coge potencia. Hemos preguntado: ¿le parece bien que en los restaurantes puedan entrar los perros? En pocas horas, casi mil personas nos responden en el Twitter @lavidacatradio. Dos de cada tres están en contra (66%), y un tercio, a favor (34%).
Lo mejor son las razones esgrimidas. «Hay niños maleducados que gritan en los restaurantes, y si son pequeños lloran y te estropean la comida». «En realidad los maleducados son los padres, y a los adultos nadie les prohíbe la entrada». «Allí donde hay perros, hay restos biológicos que se mezclan con la ensalada». Suciedad. Mal olor. Falta de higiene. «¿Y las cocinas? ¿Alguien las ha mirado? Las hay más sucias que los perros». «¿El tamaño del perro no importa? ¿Y el bozal? ¿Atados o no? ¿Y si se echan encima de mi bebé? Porque al fin y al cabo los animales son animales [justificación de posibles conductas agresivas e insospechadas] y los niños son niños [justificación de que les dejemos gritar a pulmón abierto]». «Hay hoteles donde sí está prohibida la entrada de los niños». O sea, que se presentan como un nido de amor pero luego echan a la cría. «Es como muy nazi eso de prohibir la entrada de los niños», dice otro oyente. ¿La categoría nazi es cuantitativa ? ¿Se puede ser muy nazi o poco nazi? «Basta de imposiciones estatales», grita un antisistema que lo aprovecha todo para colocar el mantra. «Niños, perros, tabaco y nuevos ricos deberían estar prohibidos en restaurantes de categoría». Qué bueno, si eres rico tienes que serlo genéticamente para que te perdonen. Y países pet friendly: Alemania, Francia o Suecia, donde los perros no gritan, y los dueños tampoco. Ah, nord enllà, que decía el poeta, «on diuen que la gent és neta, i noble, culta, rica, lliure, desvetllada i feliç».