Félix Rodríguez de la Fuente fue un colaborador habitual
de ABC y Blanco y Negro, donde escribió numerosos reportajes sobre la
vida de los animales y la necesidad de respetar a la naturaleza. A
continuación reproducimos parte de su informe sobre cómo adoptó a un
grupo de lobeznos que le trataron como al líder del grupo.
La
voz estentórea de Jesús Martín Fernández de Velasco sonó como un
trueno, a las siete de la mañana, en el auricular de mi teléfono.
-Tengo dos lobeznos para ti; se los acababan de robar a la loba unos pastores del Bierzo y los he rescatado.
-Pobres lobos, perseguidos durante siglos a sangre y fuego... Pero es que ahora mismo salgo para un rodaje en Gredos.
-Nada de rodajes, estos bichos están deshidratados, muriéndose de hambre. Sólo tú puedes sacarlos adelante.
Cuatro
horas más tarde rodaba a 120 por las rectas de Olmedo y Arévalo, con el
lloriqueo de dos lobeznos como música de fondo. En el soto de
Medinilla, bastión de mi amigo «Chus», se intentó darles leche de vaca,
pero la tomaban muy mal y los infelices animalitos perdían vitalidad por
momentos.
Cuando abrimos el cajón donde habían
viajado los cachorritos, una secreta desilusión se apoderó de todos
nosotros: estaban sucios, malolientes, delgados, con los ojillos tristes
y velados. Intentamos darles el biberón, pero si les cogíamos en brazos
se debatían y movían las pesadas cabecitas con tal energía, que
resultaba imposible meterles la tetina en la boca.
Febrilmente
pensaba yo en lo que hace una loba o una perra con sus cachorrillos:
les calienta, les amamanta, les protege... ¡les lame! Aquí podía estar
la clave. Pero no se alarmen ustedes; afortunadamente no tuve que pasar
detenidamente mi lengua por el sucio cuerpecillo de los lobeznos.
Teníamos una esponja y agua tibia. Y, con toda meticulosidad, Micky fue
acariciando con ella la tripita y, sobre todo, los orificios naturales
de los cachorritos.
El resultado fue teatral: al
contacto de la esponja, húmeda y caliente, «Sibila» y «Remo» se
relajaron y, por primera vez, emitieron una vocecita dulce que reflejaba
la más profunda satisfacción.
Creímos que había
llegado el momento de ofrecerles nuevamente el biberón. Esta vez fue muy
fácil metérselo en la boca, pero ninguno de los dos hizo el menor
movimiento de succión. Les dejaba tan indiferentes como meterles un
trozo de madera.
En nuestros interminables manejos
con el biberón, notamos que ya apuntaban en sus encías los dientecillos y
se nos ocurrió ofrecerles carne. Al fin y al cabo eran carnívoros y sus
padres comienzan a darles este alimento en cuanto tienen dientes.
Frutos salió corriendo a comprar un buen filete magro.
La
carne no les atrajo lo más mínimo. Pese a que estaba perfectamente
picada la retenían en la boquita sin tragarla, para terminar
devolviéndola.
-¿Cómo traen los lobos la carne a sus hijos? -me preguntó Micky.
-En el estómago- respondí.
Cuando
llegan al cubil devuelven la caza que han comido, en grandes trozos. La
loba vuelve a masticarlo todo, para triturarlo mejor, y se lo va dando a
los cachorros. Sin decir una palabra más, Micky comenzó a escupir sobre
la carne picada y la mezcló íntegramente con su saliva.
Otro
golpe de teatro: los cachorros se la bebieron materialmente, engullían
tan de prisa y con tan visible satisfacción, que no nos daban tiempo de
colocar puñados delante de sus hocicos. Frutos salió, esta vez volando,
hacia la carnicería.
Sólo entonces me di cuenta de
que mi papel en la crianza de «Sibila» y «Remo» se había decidido
aquella mañana. Los lobeznos ya habían elegido a su madre.
En
la primera comida de «Sibila» y «Remo» tuvimos ya la oportunidad de
aprender algo nuevo: la saliva humana tiene un gusto muy parecido a la
saliva lobuna. En otro caso no hubiera despertado el apetito de los
cachorros.
Y también nos explicamos la costumbre que
tienen las madres de todos los pueblos primitivos del mundo, desde los
esquimales a los pigmeos. Mastican cuidadosamente los alimentos antes de
meterlos en la boca de sus hijos...
Félix Rodríguez de la Fuente
Publicado en ABC