Está muy cerca», susurra Germán Garrote mientras señala el receptor portátil que recoge la señal procedente del radiocollar de Helena.
 Desde algún rincón del olivar en el que nos encontramos, junto a la 
atestada autovía que pasa por Andújar, en Jaén, esta hembra de lince ibérico y sus dos cachorros seguramente nos están observando. Si no fuese por el radiocollar, no sabríamos que uno de los felinos más escasos del mundo se agazapa entre estas ordenadas hileras de árboles. A sus cinco años, Helena ya ha aprendido a camuflarse en el paisaje. 
«Hace diez años hubiera sido imposible imaginar que un lince se reproduciría en un hábitat como este», afirma Garrote, biólogo del proyecto Life+Iberlince,
 en el que participan más de 20 entidades para la recuperación de la 
distribución histórica de este moteado depredador en España y Portugal.
 Bajo un sol abrasador, y con todo el tráfico a nuestras espaldas, me 
cuenta que el futuro de este felino pasa por vivir en zonas 
fragmentadas. «El lince tiene una plasticidad ecológica muchísimo mayor 
de lo que creíamos», asegura.
 
De hecho, este felino de ojos color ámbar y barbas tupidas ha empezado por fin a remontar tras décadas de declive. Cuando el proyecto Life Lince entró en escena en 2002 para rescatar las poblaciones del emblemático felino, quedaban menos de cien ejemplares dispersos por el bioma de matorral mediterráneo,
 supervivientes de la caza y de un virus que casi fulminó a los conejos 
de la región, el alimento básico del lince. Con las poblaciones de lince
 tan mermadas, la diversidad genética de la especie era tan baja que la 
hacía vulnerable a enfermedades y defectos de nacimiento.
 
Afortunadamente, el lince se reproduce bien en cautividad, y desde 2010 se han reintroducido 176 ejemplares en hábitats cuidadosamente seleccionados. La mayoría procede de cuatro centros de cría y un zoológico, y todos están provistos de un collar de seguimiento. El 60% de los linces reintroducidos han sobrevivido y unos pocos han sobrepasado todas las expectativas.
Dos
 ejemplares realizaron un «espectacular viaje por toda la península 
Ibérica», recorriendo cada uno de ellos más de 2.400 kilómetros hasta 
nuevos territorios, explica el biólogo Miguel Ángel Simón, director del 
programa de reintroducción. Su equipo trabaja de cerca con diversos 
terratenientes para ganarse su confianza y convencerlos de que acojan al
 lince en sus fincas. En 2012 la población alcanzó los 313 ejemplares 
–la mitad de ellos en edad de reproducción–, y la Unión Internacional 
para la Conservación de la Naturaleza (UICN) actualizó el estatus del 
lince ibérico, que pasó de estar en peligro crítico a en peligro.
 
Cerca del olivar, me cuelo 
por un túnel de drenaje que pasa por debajo de la autopista. El frescor 
me reconforta. Los coches y camiones son la principal causa de muerte 
del lince, por lo que Simón y su equipo trabajan con el Gobierno para 
ensanchar esos túneles y convertirlos en pasos subterráneos para la 
fauna. Simón se agacha y señala unas huellas de animal en la arena. 
Algunas son de tejón, advierte, pero las otras son de lince. Es posible 
que Helena haya pasado por aquí hace unos minutos.
De nuevo bajo 
el sol andaluz, le pregunto por la opinión que los españoles tienen de 
su felino nativo. Él se queda callado, sorprendido por la pregunta. Todo el mundo conoce el lince ibérico, me dice; es una apreciada figura nacional.
 
Pero no ocurre lo mismo con la mayoría de sus parientes. De las 38 especies de felinos que hay en el mundo, 31 se consideran pequeños felinos. Con un tamaño comprendido entre
 el kilo y medio del gato indio y los 20 kilos del lince boreal, 
habitan todos los continentes excepto Australia y la Antártida y
 se han adaptado perfectamente a una gran variedad de entornos naturales
 –y cada vez más a otros no tan naturales–, desde desiertos y bosques 
lluviosos hasta parques urbanos. Lamentablemente, estos miembros menores
 de la familia de los félidos viven eclipsados por la larga sombra que 
proyectan sus parientes más cercanos, los grandes felinos: leones, 
tigres, leopardos, jaguares y semejantes. Estas célebres especies atraen
 casi toda la atención y casi todos los recursos económicos para su 
conservación, a pesar de que 12 de los 18 félidos más amenazados son 
pequeños felinos.
 
Jim Sanderson, director de programas de Global Wildlife Conservation, una organización con sede en Texas, calcula que más del 99% de los fondos destinados a los félidos desde 2009 han ido a parar a jaguares, tigres y otros grandes felinos.
 Como resultado, muchos pequeños felinos no se han estudiado lo 
suficiente, o incluso en absoluto. Su habilidad para pasar 
desapercibidos también ha contribuido a este desconocimiento.
El gato
 badio, por ejemplo, que solo habita en los bosques de Borneo y es muy 
difícil de ver, sigue siendo tan desconocido para la ciencia como lo era
 en 1858, el año en que fue descubierto. Y lo único que se sabe del gato jaspeado del Sudeste Asiático proviene de un estudio basado en una sola hembra de Thailandia. «Ni siquiera sabemos lo que come», indica Sanderson.
 Gato indio (Prionailurus rubiginosus)
 
Además, los pequeños felinos sufren otra desventaja: la gente suele verlos como versiones salvajes de sus propias mascotas.
 (El gato doméstico evolucionó del gato montés –del cual se considera 
una subespecie– en el Creciente Fértil hace unos 10.000 años). Al gran 
público no le «impresionan» tanto los pequeños felinos como las bestias 
más exóticas, apunta Alexander Sliwa, un conservador del parque 
zoológico de Colonia. «Esto perpetúa la situación de desconocimiento de 
los felinos más pequeños, y si no puedes explicar cosas sobre la 
biología o el estilo de vida de un felino, entonces la gente no se 
interesa por ellos».
 Gato montés indio (Felis silvestris ornata)
 Gato montés indio (Felis silvestris ornata)
 
 
Pero debería hacerlo. Los
 pequeños felinos son un gran hito de la evolución; son depredadores de 
alto rendimiento que llegaron a su plenitud hace millones de años y
 apenas han cambiado desde entonces. Compensan su baja estatura con 
valor. El gato de pies negros, por ejemplo, es el felino más pequeño de 
África (pesa menos de dos kilos), pero se le conoce como «tigre del 
termitero» porque vive en termiteros abandonados y lucha a brazo partido
 si se ve amenazado; incluso puede llegar a enfrentarse a un chacal. El 
ingenioso gato pescador del sur de Asia reside en humedales y marismas, 
pero puede buscarse la vida en cualquier lugar donde haya peces. Unas 
cámaras en el centro de Colombo, en Sri Lanka, grabaron una vez a un 
ejemplar robando carpas de un estanque frente a una oficina. Fue 
«chocante para todos nosotros –relata Anya Ratnayaka, principal 
investigadora del Proyecto de Conservación del Gato Pescador Urbano–. No
 hay ni un humedal cerca de allí».
 Serval (Felis serval) 
 Los pequeños felinos han adoptado muchas estrategias inteligentes para coexistir unos con otros.
 En Surinam, Sanderson y sus colegas fotografiaron a cinco especies que 
habitan en la misma selva tropical: el jaguar, el puma, el ocelote, el 
margay y el yaguarundi. Logran la convivencia «repartiéndose el espacio y
 el tiempo», dice este experto en pequeños felinos. Cada animal tiene su
 propio nicho, ya sea cazar en el suelo durante el día, como el 
yaguarundi, o hacerlo en los árboles de noche, como el margay. 
 Margay (Leopardus wiedii)
 
Y aunque algunos son capaces de apresar cabras y ovejas, no suponen una amenaza para los humanos. Todo lo contrario. Como depredadores que son, suelen ocupar la cúspide de su cadena trófica, y ayudan a que los ecosistemas funcionen adecuadamente manteniendo a raya a sus presas, entre ellas muchos roedores.
De todos los continentes en los que hay felinos, Asia es el que tiene más que perder. Es el hogar del mayor número de especies de pequeños felinos –14–, y también donde son más desconocidos y donde se enfrentan a mayores amenazas.
 Gato de las arenas (Felis margarita)
 
 
Gran parte de las zonas boscosas del Sudeste Asiático se han urbanizado o se han convertido en extensas plantaciones de aceite de palma,
 un producto alimentario común cuya producción se ha duplicado en el 
mundo desde el año 2000. Lo más seguro es que esto haya sido devastador 
tanto para el gato cangrejero como para el gato pescador, ya que ambos 
dependen de los humedales de tierras bajas para abastecerse de peces.
 Gato pescador (Prionailurus viverrinus)
 
La
 expansión de las plantaciones de aceite de palma es tan preocupante que
 Le Parc des Félins, un parque zoológico de las afueras de París, exhibe
 dos carros de la compra: uno lleno de productos elaborados con aceite 
de palma y el otro, de productos que no lo llevan. Los artículos de 
ambos carros –helados, galletas, cereales– tienen casi el mismo 
aspecto. «No pedimos que la gente done dinero, sino que consuma menos aceite de palma», insiste Aurélie Roudel, una educadora de este frondoso parque de 71 hectáreas.
 Gato de Geoffroy (Leopardus geoffryoyi)
 
Otra amenaza a la que se enfrentan los pequeños felinos es el comercio ilegal de fauna y flora silvestres,
 sobre todo la caza furtiva destinada a obtener la piel, el pelo y otras
 partes del animal, declara Roudel. China es un centro de este tipo de 
actividad criminal. En la década de 1980, el gigante asiático exportó pieles de cientos de miles de gatos bengalíes,
 una especie que se distribuye por toda Asia. A pesar de que la demanda 
de pieles ha bajado considerablemente, en China se siguen apresando y 
matando gatos bengalíes porque estos muchas veces cazan animales de 
granja.
 Gato bengalí (Prionailurus bengalensis)
 Gato bengalí (Prionailurus bengalensis) 
 
El gato bengalí es una criatura sorprendente, como 
descubro enseguida. Durante un lluvioso día del mes de junio, la mayoría
 de los residentes del parque francés se hallan acurrucados en sus 
cubículos, pero los dos gatos bengalíes pasean a sus anchas por el 
exterior. Uno de ellos hace equilibrios sobre un tronco con destreza 
mientras se lame una de las patas delanteras; el otro mastica largas 
briznas de hierba, trayéndome a la memoria a mi gato de raza Maine coon.
 Entonces me acuerdo de lo que me dijo Alexander Sliwa, el conservador 
del zoo de Colonia: los pequeños felinos son muy distintos de los gatos domésticos, sobre todo porque están en constante movimiento.
 El gato de pies negros, por ejemplo, puede recorrer casi 30 kilómetros e
 ingerir una quinta parte de su peso corporal cada noche. A diferencia 
de los gatos caseros, que se pasan el día en el sofá, «no se puede 
permitir el lujo de holgazanear».
 Manul (Otocolobus manul)
 
Tampoco pueden permitírselo los 
conservacionistas, quienes han empezado a sacar a ciertas especies del 
anonimato con la esperanza de salvarlas. En 2016 lanzaron una campaña internacional para estudiar y proteger el manul, una especie en declive nativa de Asia Central que se encuentra eclipsada por la famosa pantera de las nieves.
 Gato dorado asiático, ejemplar melánico
 (Catopuma temminkckii)
 
«Gran
 parte de nuestro trabajo consiste en dar a conocer el manul», explica 
David Barclay, coordinador del Programa Europeo de Especies en Peligro 
para el manul. Barclay cuenta con cierta ayuda gracias al entusiasmo que
 despiertan los gatos en internet. Este felino robusto y peludo se ha 
convertido en una estrella mediática, tanto por su expresión gruñona 
como por su peculiar manera de moverse en el entorno montañoso. Aunque 
la gente «mira los vídeos para reírse –dice Barclay–, está tomando 
conciencia sin darse cuenta».
 Caracal (Caracal caracal)
 
Gracias a un programa de conservación japonés se ha podido estabilizar la
 población del gato bengalí de Japón, una subespecie de gato bengalí que
 solo vive en la isla Iriomote y que está en peligro crítico. Su figura luce en los autobuses públicos, e incluso hay una marca de sake con su nombre.
 Gato dorado africano (Caracal aurata)
 
Y en el
 Parque Natural de la Sierra de Andújar, en Jaén, cerca del lugar donde 
vive Helena, el ecoturismo en torno al avistamiento del lince ha
 ido creciendo en los últimos años a la par que la caza del conejo y el 
ciervo, costumbres tradicionales en buena parte de España. «Somos socios
 –dice con ironía Luis Ramón Barrios Cáceres, dueño del complejo Los 
Pinos, refiriéndose al lince–. Y los turistas pagan la cuenta». Los 
grupos que salen para avistar linces a menudo tienen como base de 
operaciones ese hotel rural.
 Gato montés norteafricano (Felis lybica)
 
En la cercana finca Venta San 
Fernando, Pedro López Fernández permite la presencia de cazadores de 
conejos (cuando estos abundan) y de linces en su propiedad de 280 hectáreas. «El lince es una de las especies más valiosas, porque solo vive aquí», me dice López. No todos los terratenientes están de acuerdo en que se proteja a este animal. Algunos ven con recelo la intromisión de la Administración y no lo quieren en sus tierras. Pero él cree que el lince forma parte del patrimonio español y que el país debe asegurar su supervivencia.
 Gato jaspeado (Pardofelis marmorata)
Gato jaspeado (Pardofelis marmorata)
 
 
En
 el Centro de Cría del Lince Ibérico La Olivilla, en las inmediaciones 
de la población jiennense de Santa Elena, los científicos trabajan día y
 noche. Sentados frente a múltiples pantallas de ordenador, los 
cuidadores registran el comportamiento de sus 41 linces ibéricos las 24 
horas del día y los siete días de la semana. La veterinaria del centro, 
María José Pérez, explica las escrupulosas medidas que toman con el fin 
de preparar a los jóvenes para su suelta: rodean los cercados con 
barreras negras para que las personas queden fuera de su vista, les dan 
de comer conejos a través de unos tubos cubiertos de vegetación y los 
asustan con bocinas para que aprendan a temer a los coches.
 Lince de Canadá (Lynx canadensis)
 
El 
cuidador Antonio Esteban nos muestra un vídeo a tiempo real de una madre
 lince y sus cuatro crías tumbadas en el suelo, las garras pegadas a sus
 caras diminutas. Algún día estos individuos serán cruciales para la 
supervivencia de la especie, pero de momento hacen lo que a los felinos 
se les da mejor hacer: echar una siesta.
Publicado en National Geographic