Adorado en algunas tradiciones, y temido en otras muchas
culturas, el simbolismo del gato negro nos pone en contacto con nuestro
más profundo inconsciente, con nuestros miedos, con nuestro egoísmo y
con nuestro potencial.
El gato negro ha despertado en el ser humano muy distintas reacciones. Es, por tanto, un animal con un simbolismo complejo, especialmente ambivalente.
Como gato que es, nos fascina
por su elegancia, por su fuerza, por su destreza, por su agilidad, por
su capacidad de caer siempre de pie, por su potencia de salto que le
permite sortear casi cualquier obstáculo… Y porque libra nuestro hogar
de los siempre molestos ratones.
Sin embargo, no es raro que nos incomode su independencia, su libertad egoísta, su astucia, la crueldad e inteligencia que demuestra durante la caza… Y su color negro.
Porque la oscuridad
propia del color negro nos pone en relación con lo que se oculta, con
la perversión que se esconde, con la aterradora e intranquilizadora
noche carente de luz, con la muerte y la única visión que uno tendrá
dentro del sepulcro, con la sensación de la nada y la ignorancia, del no
ver ni comprender. El negro es el color de las tinieblas que cubrían
la faz del abismo antes del hágase la luz, la egoísta cromía que absorbe
toda la luz, todos los colores, y no los refleja ni comparte.
Pero
también es el negro el color de las nubes cargadas de agua antes de
empezar a llover, el de la interior y fecunda matriz que dará a luz una
nueva vida, el caótico nigredo hermético del que surgirá el orden propio de la Gran Obra.
El negro es, en definitiva, el color propio del inconsciente y su sombra… Capaz de lo mejor y lo peor.
La
contemplación de un gato negro, por tanto, puede poner en marcha muchos
resortes interiores que nos mostrarán lo que llevamos dentro.
¿Miedo
a la muerte? ¿Terror ante lo desconocido? ¿Temor ante el
reconocimiento de que en nosotros también hay oscuridad? ¿Incomodidad
ante el reflejo de nuestro propio egoísmo? ¿Fascinación por su
elegancia? ¿Nos sentimos cautivados por su salvaje libertad, por su
transgresor comportamiento? ¿Nos anima e inspira su capacidad de
permanecer de pie ante cualquier caída o tropiezo?
Su
ambivalencia hace comprensible que unas tradiciones -como la egipcia-
vinculen al gato negro con la divinidad (Bestet) mientras que otras
-como el Budismo, la Cábala, el Islam o el Cristianismo medieval- lo
relacionen con la sombra y los infiernos, con los demonios y la
brujería.
Mientras los egipcios positivizaban el uso de
sus virtudes y capacidades en favor de los seres humanos, ayudándoles a
triunfar sobre sus enemigos internos y externos, otras tradiciones
consideran que el color negro implica que la astucia, fuerza y agilidad
propias del felino no están al servicio de la luz sino de las tinieblas,
de los demonios y de la muerte.
Al final, como en todo simbolismo, el soporte material nos pone en contacto con lo que tenemos en nuestro interior, nos abre las puertas a lo invisible que está a nuestro alcance aunque en este momento no lo sepamos.
¿Qué hacer si te cruzas con un gato negro? Aprovecha la ocasión, aparca tus miedos y míralo a los ojos. Contempla sus virtudes, y el buen uso que puede hacer de lo que podemos considerar su parte más oscura. Trata de descubrirte en el felino, con tus luces y tus sombras. Deja que aflore tu elegancia, tu fuerza, tu destreza. Atrévete
a enfrentarte a tu sombra con salvaje libertad e independencia,
transmutando lo oscuro en una fuente de luz capaz de iluminar y
beneficiar a todos los seres.
Hay quien afirma que el gato negro es un aviso de que la muerte nos acecha.
¡Menuda novedad! La muerte nos acecha desde la cuna, desde el mismo
instante del nacimiento… Así que ya está bien que tengamos un
recordatorio. Ahora bien, en nuestra mano está el referirlo a una
muerte física, definitiva y sin esperanza… O a esa muerte iniciática que supone la desaparición de todas nuestras máscaras para renacer con nuestro más auténtico rostro.
Bienvenido sea el gato negro, para ayudarnos a hacer -de nuestra sombra- luz del mundo.