Cuentan que al principio de los tiempos, tanto hombres como animales vivían en paz y armonía. No había ningún problema con el leguaje puesto que todos se entendían en aquel entonces. El “Gran Espíritu” concedió a cada cual un don. A unos seres les dio fuerza, a otros, velocidad, otros poseían una visión excepcional o la capacidad de mantenerse por el aire o surcar las aguas. Así fue concediendo capacidades para que pudieran hacer buen uso de ellas y vivir mejor según su especie. Al hombre le concedió el ingenio.
Éste en vez de usarlo para hacer el bien, utilizó su inteligencia y raciocinio para cometer maldades y abusar de los otros animales. Todos los animales fueron a quejarse a la deidad y una vez el “Gran Espíritu” hubo comprobado que todo lo reclamado era cierto, muy a su pesar, se dispuso a castigar al hombre por su mal comportamiento. Decidió que ya que no apreciaba el vivir con los otros seres creados sería separado de ellos para siempre. Levantando su mano hacia los cielos golpeó la tierra con tal fuerza que la quebró con una grieta invisible pero muy profunda.
El abismo que se hacía cada vez mayor dejaba claro que jamás podrían volver a estar juntos animales y hombres puesto que el hombre estaba solo a un lado y el resto de animales al otro. Antes de que la grieta fuera insalvable, el único animal que se apiadó del hombre al ver su desdicha y estar realmente arrepentido fue el perro. Dando un salto se colocó junto al hombre y la grieta se termino de abrir para no volver a juntarse jamás.
De ahí que el perro nos ayude a estar en comunicación con la naturaleza y nos recuerda el ser que un día fuimos. Es precisamente por esto que el perro es el que nos hace ser mejores personas.