Muñoz, de 47 años, le propuso a su marido, conserje de 52, la idea de adoptar un perro después de que su hijo mayor se independizara en septiembre. Melosa, cruce de bóxer y pitbull, fue la elegida. Con esta perra de tres años se llevaron un calendario en el que descubrieron la historia de Chacho. “Al principio, mi marido me dijo que era muy mayor y que se nos iba a morir enseguida”, rememora Muñoz. Dos semanas después, fueron a la protectora y juntaron a los dos perros para comprobar su compatibilidad. Ayer por la tarde ya caminaban juntos por la casa y Chacho le enseñaba a Melosa su enorme boca.
El centro, que da servicio a 77 municipios con menos de 5.000 habitantes, hace entrevistas a los que quieren adoptar. “Queremos saber qué tipo de vida tienen, sus horarios y qué hacen en vacaciones para poder elegir el perro correcto. Tienen que saber qué van a hacer con un animal que va a vivir 15 años, y si trabajan todos los días 12 horas no pueden tener un perro”, explica su directora, Almudena Beltrán. La Comunidad de Madrid llama “invisibles” a canes como Chacho. “Si unes un perro grande a que va cumpliendo años y no es especialmente vistoso, la adopción es más complicada”, añade Beltrán. Si la familia accede, el centro hace una selección de los canes más adecuados entre los que suele incluir invisibles. “Cuando le explicas a la gente lo que es un perro de ocho años, les cambia el chip. Es tranquilo, siempre hace sus necesidades en la calle, no tira cuando vas de paseo…”.
Un total de 477 animales han sido acogidos en la región este año, un 40% más que la media de los ocho anteriores, asegura la Comunidad. Se marchan más y llegan menos: 368 en 2014, un 27,7% menos abandonos que el año pasado. “Hemos abierto más expedientes sancionadores contra quienes abandonan a los animales, con multas de hasta 3.000 euros. Gracias al uso obligatorio del chip podemos detectar al responsable”, asegura Borja Sarasola, consejero de Medio Ambiente, que empezó en primavera una campaña en las redes sociales para buscar un hogar a Chacho. “Se han adoptado otros perros invisibles y hemos transmitido a la gente la responsabilidad de tener uno”.
Entre comida, la aseguradora del animal y una aportación a la protectora, el matrimonio ha pagado 300 euros. “Tenemos menos gastos desde que se marchó nuestro hijo, y no somos derrochadores”. Chacho, que deja en el centro a una decena de compañeros invisibles, da vueltas por el salón y busca la mano de Julián para que le acaricie la oreja. “La gente quiere cachorros, pero a nosotros nos da igual la edad. Solo queremos cuidarle los años que le queden”.