Su acercamiento al mundo canino fue en su senectud y lo hizo a través de una serie de Chow Chow hasta el momento de su muerte.
En 1928, al poco de cumplir 72 años, apareció en su vida una cachorra de esta raza del norte de China, cuyo nombre fue Lün; aunque no fue su preferida sí es la que precedió y abrió el camino de su amor por estos perros.
De vacaciones en la Alta Baviera en una casa de campo en la frontera con los Alpes, Lün tuvo un fatal desenlace. La naturaleza de la cachorra era que pronto tuviera su primer celo, una amiga de la familia que debía volver a Viena convenció a la familia de que lo mejor para Lün era que pasara esa etapa en la ciudad mucho más tranquila y alejada de cualquier macho que la pudiera montar. Pero el día de la partida, en la estación de tren, la perrita se despistó entre la multitud de gente sin que se lograra encontrar su paradero. Cuatro días más tarde se encontró el cuerpo sin vida del can sobre una de las vías del ferrocarril.
Los hijos de Freud no dejaron que la tristeza se apoderada del médico y fue su hija Anna quien le obsequió con la compañía de Jofie, la preferida. Su amor hacia ella le hizo que compartiera el consultorio junto a amigos y pacientes. Ella desempeñaba un papel protagonista dentro del estudio y Sigmund miraba fijamente la reacción de Jofie cuando aparecía un paciente. Muchas veces se ponía de pie antes de que Freud hubiera acabado la sesión terapéutica adelantándose a su finalización cosa que sorprendía siempre al médico.
Sigmund gustaba decir que los perros tenían una innata capacidad para discernir a aquellos que brindaban amor y los que “donaban” odio, cosa que para los humanos era algo imposible ya que eran propensos a confundir ambos sentimientos.
En 1926 le confesó al periodista George S. Viereck que padecía un cáncer en la mandibula y de paso decir: “Prefiero la compañía de los animales a la compañía humana. Son más simples. No sufren de una persona dividida. El animal es cruel, salvaje pero jamás tiene la maldad del hombre civilizado. Ésta es la venganza contra las restricciones que esa sociedad les impone…Mucho más agradables son las emociones simples y directas de un perro al mover su cola o al ladrar expresando displacer. Las emociones del perro nos recuerdan a los héroes de la antigüedad. Tal vez sea esa la razón por la que inconscientemente damos a nuestros perros nombres de héroes como Aquiles o Héctor“.
Jofie murió de un ataque al corazón en 1937 ya que su salud coronaria era delicada y Freud y la familia tuvieron un duro duelo ya que fueron siete duros intensos años de estrecha relación.
Inmediatamente le obsequiaron otro Chow Chow dorado a la que llamaron Lün II en honor a la primera perrita. Esta parte de la vida de Freud, aquejado de su cáncer, tuvo que pasarla en Londres. Tras la anexión de Austria por parte de la Alemania nazi la familia tuvo que partir hacia Gran Bretaña y Lün II también les acompañó.
Durante seis meses debió soportar una cuarentena aplicada a su perrita. En esa época los animales que arribaban desde otro país (hoy también es algo difícil para entrar en Inglaterra con cualquier animal) debían de separarse de sus familiares para que no pudieran transmitir ninguna enfermedad infecciosa. Si bien se la podía visitar, éstas eran cortas y eso hacía desfallecer a Sigmund que tenía bastante avanzada su enfermedad.
El doctor murió en septiembre de 1939, la necropsia avanzó en una carrera a contrarreloj. En sus últimos días ni siquiera Lün II quería acercarse a él por el hedor que desprendía su mandíbula. Como diría Freud: “sabe, como todo perro, lo bueno y lo malo. No conoce la hipocresía ni la confusión“.