Esta leyenda se cuenta en Bérriz (Vizcaya) y dice así:
Un
muchacho joven iba a contraer matrimonio próximamente y llegando la
hora de preparar su boda, estába repartiendo las invitaciones a sus
familiares y amigos, cuando al pasar por el cementerio del pueblo se
encuentra con una calavera que se le había caído del carro al
enterrador. El muchacho le dió un puntapié a la calavera mientras decía
"Tu tambié quedas invitada si puedes venir a mi boda mañana". Diciendo
esto, prosiguió su camino para casa, pero cuándo se hallaba cerca de su
casa vio aparecer a un gran perro todo color de negro, que se le quedaba
rezagado. Pero en la mirada del perro había algo que era sobrecogedor e
inquietante, que asustaba al muchacho.
Este
contó a su madre lo que había pasado en el cementerio y lo que había
hecho con la calavera humana, y como después se le apareció ese
inquietante perro negro que lo seguía.
Su madre, alarmada le dijo:
- Vete, hijo, donde el cura.
La madre se asomó para ver si estaba el perro, y lo vio allí donde lo había dejado su hijo.
-
¡Vete, hijo, rápido y pide consejo al cura y cuando te confieses esta
noche con el, cuéntale todo lo que te ha pasado, y que te diga lo que
tienes que hacer con el perro.
Así
lo hizo el muchacho. Fue a confesarse donde el cura y de paso le pidió
consejo; este cura, que era un buen hombre y respetado por todo el
pueblo, le dijo:
-
¡Mira hijo!, has hecho mucho mal, pues no tenías que haber pegado el
puntapié a la calavera, pero creo que tiene solución: Cuándo comience el
banquete coges al perro y lo pones debajo de la mesa al lado tuyo y
toda la comida que se vaya a comer, primero se la servirás a él antes que
a los demás comensales, y si eso haces, no temas, que Dios te habrá
perdonado.
Se
celebró la boda y cuando fueron al banquete el novio cogió al perro y
lo colocó debajo de la mesa al lado de el, y según salían los primeros
platos, él le iba dando primero al perro su ración, y viéndolo uno de
sus hermanos, le dijo:
- Andas dándole al perro lo mejor de cada manjar.
Así le empezaron a preguntar los demás comensales pero el muchacho replicó:
- Yo se lo que hago, y no me preguntéis porqué lo hago.
Una vez terminado el gran banquete, el muchacho miró al perro y éste le dijo:
-
Bien hiciste en cumplir lo que te ordenó el cura, pues si no lo
hubieses hecho, hubieras sufrido un gran castigo, pues yo soy el
guardián de mi amo. El me mandó venir a que tu hicieses desagravio por
la falta que cometiste.
Dicho
esto, el gran perro negro desapareció de la vista de todos y así,
siempre se dijo en el Pueblo Vasco que los perros siguen a sus amos aun
después de muertos éstos, pues ellos son los guardianes de sus huesos.
Publicado en Mitologia de Vasconia