Se celebró en 2016 el 400 aniversario de la muerte de Miguel de Cervantes Saavedra
(Alcalá de Henares 1547 – Madrid 1616), Príncipe de los Ingenios y
autor de la primera novela moderna en español, obra cumbre de la
literatura universal e inmortal retrato de los ideales y miserias que
cohabitan en el ser humano: “Don Quijote de La Mancha”. El 2016 fue
pues el Año Cervantes y año quijotesco por excelencia, una fecha idónea
para homenajear al famoso hidalgo, Alonso Quijano, siempre (im)perfecto y
paradójico homo hispánicus y a los personajes-símbolo que – como el
galgo – le rodean y conforman el universo irónico de una España no tan
lejana.
Con “El ingenioso hidalgo Don Quijote de La Mancha”, título con el que se publicó la primera parte de la novela en el año 1605, Cervantes, en tono burlesco, quiso “poner
en aborrecimiento de los hombres las fingidas y disparatadas historias
de los libros de caballerías, por los que mi verdadero Don Quijote va
tropezando”. Entre líneas, la parodia caballeresca desgranaba una
novela modernísima de costumbres, rica en tradiciones, simbología,
rituales y lenguas, una novela de aventuras, fantasía y hambre, una
novela sobre el orgullo, el honor y la libertad:
La libertad, Sancho, es uno de los más
preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden
igualarse los tesoros que encierra la tierra ni el mar encubre por la
libertad, así como por la honra, se puede y debe aventurar la vida…
Esta rara mezcla de orgullo y honor caracterizan a nuestro anti-héroe
y a la raza española, un orgullo vanidoso nacido de un individualismo
genético y el honor de pertenecer a un reino, un imperio, un pueblo
modélico que protagonizó la gran epopeya medieval de los Cantares de
Gesta. Orgullo y honor presente también en el mundo del galgo, nuestros
protagonistas, perros sufridos y fuertes, entregados a sus quehaceres de
campo y al cariño de su amo quien, por extensión, se convierte también
en héroe cuando su perro gana. Hay gran orgullo en crear a un campeón,
un perro que traiga fama y nombre a la casa, una estirpe a la que se
admire y se envidie. Quizá ese sea uno de los ingredientes muchas veces
olvidado cuando hablamos del galgo, el ego, el orgullo del creador.
Cervantes no dejaba nada al azar y seleccionó cuidadosamente cada una
de las palabras e ideas que formaron su Quijote, cada uno de sus
significantes y sus significados. Así que no es casual que a nuestro
protagonista (…y a su galgo) se le dedique la primera frase – frase
capital, por otro lado – de la novela más famosa escrita en español:
En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha
mucho tiempo que vivía un hidalgo de los de lanza en astillero, adarga
antigua, rocín flaco y galgo corredor. Una olla de algo más vaca que
carnero, salpicón las más noches, duelos y quebrantos los sábados,
lentejas los viernes, algún palomino de añadidura los domingos,
consumían las tres partes de su hacienda.
Los ideales del Quijote
El Quijote persigue el eterno ideal de hombría al que Cervantes se
refiere cuando dice que “la verdadera nobleza consiste en tu virtud”; y
es lo que identifica al “hidalgo” (hijo dalgo, hijo de bien…) ya que el “hidalgo debe ser hijo de sus propias obras y justificar su honor con ellas”. Coincide aquí Cervantes con Sebastián de Covarrubias Orozco en cuyo ‘Tesoro de la Lengua castellana o española’ (1611) explica:
Fidalgo: este término es muy propio de España. Dícese comúnmente
hidalgo y fijodalgo. Equivale a noble, castizo y de antigüedad de
linaje. Y el ser hijo de algo significa haber heredado de sus padres y
mayores lo que se llama ‘algo’ que es la nobleza. Y el que no la hereda
de sus padres, sino que la adquiere por sí mesmo, por su virtud y su
valor, es hijo de sus obras y principio de su linaje, dejando a sus
descendientes algo de que puedan preciarse, aprovechándose de las
gracias y exenciones a que éste hubieren hecho y concedido su rey o su
república.
Como los Fidalgos, los galgos muestran su valía en la carrera con
hechos, o lo que es lo mismo, con puntos o con liebres, mostrando en
lugar de nobleza algo que se llama “raza”. La raza es esa disposición de
caracter a siempre seguir la presa, a nunca pararse aunque el empeño
duela y las manos sangren. Con su velocidad y su elegancia, con sus
condiciones físicas, su comportamiento en la caza y en la vida el galgo
justifica su honor y su nombre. Estos lebreles con su nobleza son
hidalgos, caninos ejemplos de “raza”.
El propio Don Quijote se sabe dueño de este cargo simbólico y como
tal podia poseer un galgo. Ahora, Quijote, con todos los atributos
necesarios, es el portador de lo caballeresco y de sus valores
universals y así lo dice:
“Has de saber, Sancho amigo, que yo nací, por querer del cielo, en
esta nuestra edad de hierro, para resucitar en ella la dorada, o de oro.
Yo soy aquel para quien están guardados los peligros, las grandes
hazañas, los valerosos fechos” (I, XX)
En El Quijote, como buena novela de caballería, hay presencia de más
animales, a menudo asociados a bestias de fábula, a criaturas
mitológicas, pero también como referencias a la realidad cotidiana de la
época. Así, sabemos que nuestro Quijote, como caballero, tenía su
caballo, Rocinante, que no sólo era montura sino también compañero de
batallas y aventuras pero, además, como hidalgo, en la escala social
tenía también ciertos privilegios, entre ellos, poseer un “galgo
corredor”, animal que no sólo nos habla del honor y el orgullo, si no
también de una cierta estructura social.
No todos los caballeros tenían la clase necesaria para tener galgos,
igual que no todos los caballeros tenían aves cetreras. Cervantes nos lo
cuenta al hablarnos sobre la vida de Don Diego Miranda, en el capítulo
XVI de El ingenioso hidalgo Don quijote de la Mancha:
Soy más que medianamente rico y es mi nombre Don Diego de Miranda;
paso la vida con mi mujer, y con mis hijos, y con mis amigos; mis
ejercicios son el de la caza y pesca; pero no mantengo ni halcón ni
galgos, sino algún perdigón manso, o algún hurón atrevido.
El galgo corredor, el galgo de caza, ya aparece aquí como símbolo de distinción y asociado a la bonanza económica.
Y, hablando de símbolos, el perro y en concreto el galgo también
aparecen en la novela de Cervantes con connotaciones negativas. Ocurre,
por ejemplo cuando aparece la figura de Cide Hamete Benengeli, personaje
ficticio creado por Cervantes al que el de Alcalá atribuye la autoría
de parte de El Quijote y se refiere a él diciendo “el galgo de su
autor”, entendiéndose como pícaro o poco de fiar. Otro ejemplo aparece
en el capítulo 39, en la historia del cautivo en la que se asimila perro
con infiel, pero en este caso también desde la perspectiva de un
personaje árabe, el padre de Zoraida, y los perros son animales impuros
para el islam, así que aquí el animal se ha convertido en un símbolo
moral y religioso.