Sin embargo, no se trata de una dolencia exclusivamente humana. Los animales también la padecen. En los albergues o refugios se ve muy claramente porque estos son como grandes hospitales en los que, directa o indirectamente, se rehabilitan personas y animales.
Los primeras, los humanos, recomponen sus conciencias en ellos. Lavan sus mentes y se marchan con la idea de que hicieron todo lo posible por esos perros o gatos que abandonan en los mismos. Descargan sus culpas con una simple firma de renuncia sobre el animal en un papel o formulario escrito. Es su forma de decir adiós.
Víctimas de la soledad
Sin embargo, para los animales todo es mucho más difícil. Es cierto que en los albergues hay también gatos ferales y perros callejeros que nunca tuvieron dueño. Estos afrontan sus estancias en los mismos, con la clara idea de escapar. Para ellos no existen muros ni vallas que les impidan soñar con la libertad.
Sin embargo, la mayoría son perros y gatos caseros, hechos de puro amor, que sí tuvieron familias humanas con las que convivieron antes de ingresar en un albergue. Estos vivieron con personas a las que entregaron mucho a cambio de nada y pagaron su entrega con abandono. Son animales que llegan a sus jaulas heridos de tristeza.