Uno de los errores más comunes que cometemos los humanos al interactuar con los gatos es intentar imponerles disciplinas o estrategias de enseñanza que funcionan con otros animales, como los perros. Esta confusión se debe a nuestras propias tendencias sociales, pero, como explica García Caraballo, los gatos y los perros son especies que han evolucionado de manera diametralmente opuesta. Mientras que los perros provienen de ancestros sociales como los lobos, los gatos tienen raíces en el gato salvaje norteafricano, un cazador solitario por excelencia. Esto significa que los gatos carecen de la noción de jerarquías o liderazgo grupal, conceptos que son centrales en el comportamiento canino.
Para los gatos, convivir con nosotros no significa someterse a nuestra autoridad, sino compartir un espacio donde encuentran comodidad y seguridad. Esta diferencia fundamental de visión puede explicar por qué castigar a un gato, lejos de modificar su conducta, solo logra aumentar su estrés, empeorando la situación. La convivencia con un gato exige entender esta autonomía inherente y respetarla, lo que plantea un desafío fascinante para los amantes de estos animales.
Una de las mayores fuentes de frustración para los propietarios de gatos son los comportamientos aparentemente "indeseables": marcaje excesivo, vocalizaciones continuas o agresividad inesperada. Estos comportamientos, según explica el autor, suelen estar vinculados al estrés. Los gatos son animales sensibles, y cualquier cambio en su entorno, por pequeño que parezca, puede desencadenar una respuesta de ansiedad. En estos casos, es fundamental abordar la situación desde una perspectiva empática y comprensiva, evitando a toda costa recurrir al castigo.



