Sin embargo, estudios genéticos indican que el perro llegó a América con el Homo sapiens, hace alrededor de 11.000 años por el estrecho de Bering. Ya en territorio americano, se fueron creando varios tipos de canes, los cuales pueden distinguirse como razas. De ellas sobreviven unas pocas, como los perros sin pelo o el chihuahueño.
Raúl Valadez Azúa, del Laboratorio de Paleozoología del Instituto de Investigaciones Antropológicas de la Universidad Nacional Autónoma de México, asegura que la llegada de bandas de perros y seres humanos afectó la vida en el continente. “Si el continente fue poblado por bandas humano-perrunas necesariamente pensamos ¿hasta dónde habríamos llegado en esta travesía por el continente si lo hubiéramos hecho solos?”, se pregunta.
Valadez Azúa ha realizado estudios de ADN en fósiles de perros hallados por todo el continente que confirman el origen común con los antiguos perros de Eurasia, los antepasados de las razas actuales. Sin embargo, los restos fósiles encontrados en América tienen variaciones en su material genético producidas por el aislamiento geográfico en este continente.
Los perros del mundo se pueden agrupar en cuatro grupos, según sus variaciones genéticas. Hasta América llegaron representantes de los que se conocen como grupo I y IV. Del primero derivaron todos los perros con pelo del Nuevo Mundo, mientras que del segundo se originaron los distintos perros pelones de América.
Además, el análisis genético indica que los perros americanos no son producto de una sola oleada de canes que llegaron por el estrecho de Bering y luego se dispersaron de una sola vez, sino que hubo varios ingresos y solo algunos llegaron hasta el sur. “Esto queda demostrado al analizar las muestras de los perros de Alaska, los cuales manifiestan múltiples orígenes, mientras que en México la muestra indica que los perros nativos provenían de unas pocas líneas”, explica Valadez Azúa.
Y agrega: “En tiempos prehispánicos existieron varias razas, pero tengo la certeza de que la gente no los percibía como objetos, como animales que debían adaptarse y criarse para servir a los propósitos humanos, como ocurrió en Europa”.
El investigador destaca dos razas bien definidas de México y América Central que aún sobreviven: los perros pelones (sin pelo o Xoloitzcuintle) y los chihuahueños. Pero Valadez Azúa también describe otras dos en sus artículos, las cuales no sobreviven, al menos en sus formas puras: una de patas cortas, que llamó Tlalchichi, y el Itzcuintli o perro común mexicano.
Este último también conocido como techichi, podría ser en antepasado del perro chihuahueño, según algunos testimonios, aunque el experto no puede confirmar el vínculo.
En estas culturas el perro tuvo diferentes funciones. Algunas lo utilizaban como fuente de carne, aunque su consumo se realizaba en una atmósfera de ritualidad. “Se pensaba que el consumo de carne llevaba implícito que la persona asimilara en cierta medida la esencia espiritual del animal”, dice Valadez Azúa.
En los Andes
El perro también está presente en las culturas andinas. Puntualmente, en lo que ahora es Bolivia, Velia Mendoza, del Laboratorio de Zooarqueología de la Universidad Mayor de San Andrés, logró distinguir varios tipos de perros que pueden entenderse como razas.
Además del perro sin pelo (k’hala, en la lengua de los pueblos originarios), estaba el jinchuliwi, de tamaño entre mediano a grande, orejas colgantes y cola larga; el pastu, de orejas paradas y cuerpo de varios tamaños; el ñañu, de patas cortas; y el c’husi anuqara, al parecer muy peludo.
Uno de los hallazgos perrunos más famosos en la zona andina es la excavación del señor de Sipán, de la cultura moche, en el actual territorio peruano. En su tumba, este poderoso gobernante preincaico yace junto a su mujer, los sirvientes y su perro. Se trataba de un viringo, la actual raza conocida como el perro sin pelo peruano.
Los canes también están presentes en las crónicas de viajes de los españoles. El Inca Garcilaso asegura que los Incas pensaban que cuando había eclipses la Luna podía morir, por lo que “...ataban los perros grandes y chicos, dábanles muchos palos para que aullasen y llamasen la Luna...”, dice en su relato.
En 2006, la antropóloga Sonia Guillén Oneglio descubrió en el sur de Perú más de 40 momias de perros conocidos como pastor Chiribaya. Los estudios posteriores indican que este can de tamaño mediano y peludo era utilizado para el pastoreo de llamas en esta cultura preincaica. La momificación hace pensar que las mascotas eran enterradas con los mismos honores que un humano.
El final anunciado de estas antiguas razas americanas estaba escrito. La desaparición de casi todos los perros prehispánicos está asociada a la misma ideología eurocentrista que diezmó a las culturas precolombinas.
“Indígenas y perros nativos eran entidades desechables, carentes de todo valor y para los cuales no existía la menor consideración frente a un nuevo orden donde lo europeo debía ser lo único importante, empezando por los perros”, concluye un trabajo conjunto de Valadez Azúa y Mendoza.
El misterio sobre los canes de sur de Suramérica
En la pampa y la Patagonia argentinas no había culturas prehispánicas tan desarrolladas como las que vivieron en México y los Andes. Sin embargo, se han encontrado restos fósiles de perros asociados a antiguos grupos de cazadores y recolectores.
“El registro más antiguo de un perro para Argentina corresponde al sitio cerro Mayor de 1.600 años de antigüedad”, asegura Daniel Loponte, del Instituto Nacional de Antropología y Pensamiento Latinoamericano de Argentina.
En la zona andina de Chile y Argentina hay evidencia fósiles de perros, pero los rastros son más difíciles de hallar en las tierras bajas sudamericanas, dice el investigador, quien luego explica: “En el Delta del Paraná, los datos basados en trazas químicas señalan que los perros llegaron probablemente del área andina a través de intercambio de bienes y productos”.
En su trabajo el investigador destaca que todos los perros hallados en la región fueron enterrados deliberadamente lo que pone de manifiesto su importancia simbólico-ritual. Pero tampoco puede descartarse que los canes fueran criados con fines alimenticios.
La hipótesis de que estos grupos cazadores los utilizaron en sus incursiones para atrapar alguna presa está lejos de ser demostrada. “Cuando llegaron los españoles al Rio de la Plata, describen varios episodios de caza de los grupos aborígenes, pero nunca señalan la colaboración del perro”, argumenta Loponte.
Y agrega: “Cuando hay perros en campamentos humanos, los huesos de las presas cazadas generalmente tienen marcas de carroñeo de los perros. Pero aquí no observamos estas marcas, lo cual señala que si bien hubo perros, estos tuvieron densidades poblacionales muy bajas”.
Los escasos fósiles hallados hacen que el estudio sobre el origen y las funciones de los perros prehispánicos en las tierras bajas del sur de Sudamérica sean un misterio que la ciencia aún no puede resolver.