El perro más antiguo que se conoce en América vivió hace unos 10.000 años, pero no fue el descendiente de lobos
 curiosos, sociables y dóciles que se dejaron domesticar por los 
primeros pobladores del Nuevo Mundo. En realidad, fue un emigrante más. 
Un nuevo estudio publicado en la revista «Science» sugiere que los primeros canes americanos llegaron al continente acompañando a los humanos desde Siberia a través de un antiguo puente terrestre que abarca el estrecho de Bering,
 sumergido al final de la última glaciación. Compartieron la vida con 
esos pobladores originales durante miles de años hasta la llegada de los
 conquistadores y colonos europeos, que introdujeron sus propias razas. 
Entonces, los canes autóctonos corrieron incluso peor suerte que sus 
amos indígenas y prácticamente desaparecieron de la faz de la Tierra. 

 
Un equipo internacional de investigadores ha llegado a estas fascinantes conclusiones tras analizar las firmas de 71 genomas mitocondriales, que solo la madre transmite a su descendencia, y siete nucleares,
 que se hereda de ambos padres, de perros antiguos de América del Norte y
 Siberia durante un período de 10.000 años. Sus resultados demuestran 
que esos primeros canes americanos se originaron en realidad en Siberia.
 Después, los perros se dispersaron por todas partes en América, 
migrando junto a los exploradores humanos.
Un
 entierro ritual de dos perros en un sitio en Illinois cerca de St. 
Louis sugiere una relación especial entre humanos y perros hace entre 
660 y 1350 años- Illinois State Archaeological Survey
Estos
 perros, con firmas genéticas diferentes de los que se encuentran en 
cualquier otro lugar del mundo, persistieron durante miles de años en el
 continente, pero casi desaparecieron por completo después del contacto 
europeo, hasta el punto de que poco queda de esos linajes antiguos. «Es 
fascinante. Algo catastrófico debió de haber sucedido y es probable que 
tenga que ver con la colonización europea», asegura Laurent Frantz, 
autor principal del estudio, de la Universidad Queen Mary de Londres y 
de la de Oxford (Reino Unido). Los motivos son varios: «En primer lugar,
 la introducción de perros europeos probablemente introdujo nuevas 
enfermedades en la población local, lo que causó la muerte de muchos de 
ellos, en un efecto similar a la introducción de la viruela y otras 
enfermedades entre los nativos americanos», explica a ABC Kelsey Witt 
Dillon, de la Universidad de California. «Además, sabemos por registros 
históricos que los colonizadores europeos se sintieron amenazados por 
los perros indígenas, y que muchos de ellos fueron aniquilados 
deliberadamente», añade. No solo eso. «A medida que se introdujeron 
nuevas razas y se cruzaron con las indígenas restantes, las variantes 
genéticas autóctonas se perdieron con el tiempo».

 

 
Los
 nuevos hallazgos refuerzan la idea de que esos primeros habitantes de 
América, humanos y perros, se enfrentaron a muchos  desafíos comunes 
ante los recién llegados. «Se sabe que los pueblos indígenas sufrieron 
las prácticas genocidas de los colonos europeos después del contacto», 
afirma el también autor Ripan Malhi, profesor de antropología en la 
Universidad de Illinois (EE.UU.). «Lo que encontramos es que los perros 
de esas gentes experimentaron una historia aún más devastadora y una 
pérdida casi total», añade en la misma línea. 
«Becerrillo»
Para
 Greger Larson, profesor en Oxford, las conclusiones del nuevo trabajo 
demuestran «que la historia de los humanos se refleja en nuestros 
animales domésticos. Las personas en Europa y América eran genéticamente
 distintas, y también lo eran sus perros. Y así como los pueblos 
indígenas en las Américas fueron desplazados por colonos europeos, lo 
mismo puede decirse de sus perros». De hecho, «ahora sabemos que perros 
norteamericanos modernos amados en todo el mundo, como los labradores y los chihuahuas,
 son descendientes de razas eurasiáticas, introducidos en las Américas 
entre los siglos XV y XX», apunta la investigadora Angela Perri, de la 
Universidad de Durham. Además, se sabe que los españoles llevaron mastines, galgos, sabuesos o alanos que combatían junto a ellos y eran lanzados contra las muchedumbres indígenas. Según algunos historiadores, estos animales eran más fieros y de mayor tamaño que los del otro lado del Atlántico.  

 
Maire Ní Leathlobhair,
 del Departamento de Medicina Veterinaria de la Universidad de 
Cambridge, explica a ABC que no hay evidencias de que ninguna raza fuera
 especialmente favorecida. «Los perros traídos por los europeos eran 
probablemente muy similares a las razas modernas. Por ejemplo, se cree 
que 'Becerrillo', el famoso perro de pelea de los conquistadores 
españoles, había sido un galgo o una mezcla de galgo», comenta. La 
historia legendaria cuenta que «Becerrillo» murió en 1514 mientras luchaba contra decenas de nativos para liberar a su amo, el capitán Sancho de Arango.  
 La
 historia de los perros es similar a la de los humanos antiguos que 
emigraron del norte de Asia a América del Norte, se dispersaron a lo 
largo del continente y sufrieron importantes declinaciones de población 
al entrar en contacto con colonos europeos. Los puntos representan los 
lugares donde se recogieron huesos de perros antiguos para el estudio y 
su antigüedad relativa
 La
 historia de los perros es similar a la de los humanos antiguos que 
emigraron del norte de Asia a América del Norte, se dispersaron a lo 
largo del continente y sufrieron importantes declinaciones de población 
al entrar en contacto con colonos europeos. Los puntos representan los 
lugares donde se recogieron huesos de perros antiguos para el estudio y 
su antigüedad relativa 
La herencia del cáncer genital
El equipo también descubrió el origen de algo terrible. Perros de todo el mundo sufren un cáncer genital que, como ocurre con el facial del demonio de Tasmania,
 es transmisible de uno a otro individuo, en este caso durante el 
apareamiento. Anteriores investigaciones han indicado que es el cáncer 
más antiguo que se conoce. Ahora, los científicos han localizado su origen en o cerca de América.
 Parece ser que esos tumores grotescos son uno de los últimos restos 
«vivos» del patrimonio genético de los perros americanos antes del 
contacto europeo.  
«Es increíble pensar que posiblemente el único 
superviviente de un linaje de perro perdido sea un tumor que se puede 
diseminar como una infección», agrega Leathlobhair.
 Y concluye: «Aunque el ADN de este cáncer ha mutado a lo largo de los 
años, sigue siendo esencialmente el de ese perro fundador original de 
hace muchos miles de años». Quizás los nuevos hallazgos puedan ayudar a 
combatirlo.