Es una noticia recurrente:
 personas que acumulan animales en sus casas ocasionando tal problema de
 higiene y salubridad que la policía acaba interviniendo para requisar 
las mascotas. El nombre popular de esta enfermedad es Síndrome de Noé y,
 pese a que raro es quién no conoce algún caso similar, apenas existen 
datos fiables sobre este trastorno mental. 
"Es importante recalcar que, aunque las personas aquejadas 
de este trastorno esgrimen que protegen a los animales y un argumento 
habitual es el Si yo no me ocupo de ellos, ¿quién lo hará?, en 
realidad los animales son víctimas. Sus necesidades básicas no están 
cubiertas, viven hacinados, están mal alimentados, sucios, con 
parásitos… es un amor que mata". Paula Calvo Soler es investigadora del 
departamento de psiquiatría y medicina legal de la Universidad Autónoma 
de Barcelona.

 
En 2014 publicó el primer estudio europeo sobre el Trastorno por acumulación de animales, un trabajo pionero publicado en la revista Animal Welfare
 que buscó arrojar luz sobre una enfermedad poco estudiada y conocida 
pese a ser relativamente frecuente. "En 2010 colaboraba con el 
departamento de bienestar en un refugio y tuvimos un caso", cuenta a Verne
 por teléfono. "Me impactó mucho. Los animales se morían en mis brazos o
 fallecían a los pocos días por las úlceras que tenían. Los dueños 
creían darlo todo por ellos, pero no se daban cuenta de su estado. Vimos
 que apenas había información y empezamos a trabajar". 
En Estados Unidos es un tema que lleva estudiándose desde hace 20 
años, pero no fue hasta 2013 cuando el Síndrome de Noé se reconoció como
 trastorno mental con el nombre oficial de Trastorno de Acumulación de 
Animales en la quinta edición del DSM, el Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales. Como el más conocido Síndrome de Diógenes, se enmarca en los trastornos de acumulación, y a veces aparecen relacionados. 

 
No existen datos fehacientes sobre el número de aquejados, ni 
siquiera en Estados Unidos, ni tampoco un recuento de casos en los 
últimos años en España. "Al ser un problema de ámbito municipal, cada 
ayuntamiento debería tener un protocolo de actuación establecido. El 
problema es que no lo tiene ninguno", nos explica Paula. "Llevamos tres 
años trabajando con el ayuntamiento de Barcelona para redactar un 
protocolo que pueda servir como modelo para otros lugares, pero es un 
tema muy complicado porque afecta a muchos agentes diferentes que se 
tienen que poner de acuerdo. Y, hablando claro, muchos ayuntamientos no 
quieren hacerse cargo de los animales. Curarlos y mantenerlos les supone
 un costo económico, y si los sacrifican, un problema de imagen que no 
están dispuestos a asumir. Eso sí, cada municipio con el que hemos 
hablado tiene al menos un caso".

 
Acumular animales no es delito, es un trastorno mental, 
pero sí que se puede estar cometiendo un delito contra la ley de 
protección animal y de salud pública. Lo que suele suceder es que los 
vecinos denuncian por los olores, los ruidos o la acumulación de 
parásitos. Muchas veces las autoridades no hacen caso y, cuando lo 
hacen, retiran los animales pero dejan al acumulador en su casa sin 
ningún tipo de ayuda ni apoyo, con lo que al día siguiente vuelve a 
empezar recoger animales de la calle y la rueda se pone en marcha otra 
vez.
Convivir con muchos animales no es sinónimo de sufrir este trastorno; tienen que darse tres características:
- Un número elevado (que puede ser a partir de 5, según el espacio que se tenga)
- No tener la capacidad de ocuparse de los animales
- La negación: ser incapaz de ver que hay un problema y que los animales están desatendidos
Lo habitual es que se dé con perros y gatos, pero también 
ocurre con animales de granja -en Estados Unidos hay muchos casos en 
zonas rurales- o incluso con reptiles.
Pero, ¿cómo llega alguien a vivir con decenas de animales 
hacinados en su casa sin ser consciente de que no puede hacerse cargo? 
"La teoría a la que hemos llegado es que suelen ser gente que ha sufrido
 un trastorno del desarrollo en la etapa infantil", responde Paula. "La 
mayoría han sufrido abusos o abandono, y en algún momento tuvieron 
contacto positivo con animales, que se convirtieron en un refugio. Al 
llegar a la vida adulta sufren un momento de crisis personal -pérdida de
 un hijo, de trabajo...- y empiezan a recoger animales. Nunca llegan a 
empatizar del todo con ellos, sin embargo. Hemos estado en casas con dos
 palmos de heces, animales que se devoran entre sí por hambre, perros 
que jamás pasean y están encerrados en habitaciones… Es muy duro. Antes o
 después la persona entra en un bucle económico y en vez de pedir ayuda a
 entidades, se niegan a darlos en adopción. Ellos mismos también están 
en muy mal estado, sucios y desarreglados. Es el clásico mal llamado loco de los gatos".

 
Paula y sus compañeros creen que el trastorno también está 
relacionado con algunos de los que alimentan a animales de la calle: "No
 tiene que ver con los que forman parte de una protectora u organización
 de defensa de los animales, pero sí con algunos casos de individuos 
aislados socialmente. Hay quién es compulsivo con ello, gente que duerme
 seis horas y el resto del día se lo pasan yendo de colonia en colonia 
callejera".
Si se conoce algún caso así, hay que alertar al 
ayuntamiento y buscar la entidad de protección animal más cercana. La 
clave para que una vez retirados los animales el comportamiento del 
afectado no se convierta en crónico es que tenga un tratamiento 
psiquiátrico completo, tratando los traumas que le han llevado a ese 
punto. Paula deja lugar para la esperanza: "Sí, conocemos casos de éxito
 en la curación".