En el año 1965, la investigadora en comportamiento animal Margaret Howe Lovatt, enseñó varias palabras en inglés al delfín Peter. Tras perder los fondos para su investigación, Peter
 fue trasladado a un minúsculo tanque donde apenas podía moverse y al 
poco tiempo se deprimió. Lovatt asegura que un día se suicidó negándose a
 respirar. La BBC exploró esta posibilidad en el documental llamado "La
 mujer que hablaba a los delfines".
 Margaret Howe Lovatt "La
 mujer que hablaba a los delfines" 
 
Poco después aconteció un caso similar. En los años setenta, el 
entrenador de delfines Ric O'Barry, confesó que la delfín que él 
entrenaba, llamada Kathy, un día sin saber por qué saltó a sus brazos y 
mirándole a los ojos, paró voluntariamente de respirar para después 
desaparecer en el fondo de la piscina que había sido su prisión, dejando
 así de existir para siempre. 
Pero, ¿realmente se suicidan los animales? y ¿pueden llegar a un 
grado de desesperación como para hacerse daño a sí mismos? La respuesta 
no es  sencilla pero hay indicios de que podría ser cierto. 
Los cétaceos pueden ser animales donde esto ocurra, teniendo en 
cuenta que su respiración no es automática o un acto reflejo como sí es 
la nuestra. Ellos necesitan controlar en su totalidad el acto a cada 
inhalación, para poder sumergirse o dormir en el agua. Esta diferencia 
implica que son capaces de no respirar a propósito. 
 Ric O'Barry con sus delfines
 
Los delfines, además, poseen estructuras cerebrales asociadas con las
 emociones y otras capacidades muy desarrolladas. Son seres muy 
conscientes de sí mismos, extremadamente inteligentes y sensibles, lo 
que les convierte automáticamente en candidatos perfectos para tener 
ganas de desaparecer de este mundo. 
De hecho, muchos varamientos de delfines, orcas y ballenas permacen 
como un misterio. Algunos se pueden explicar por razones conocidas por 
todos, como el hecho de que el instrumental de los barcos y otras 
señales submarinas dañan su sistema de ecolocalización, haciéndoles 
perder el rumbo. Pero tras muchas autopsias, no todos se pueden explicar
 así. 
 
Por ejemplo, en Agosto del 2015, en Nueva Escocia, catorce ballenas 
quedaron atrapadas en una playa y solo una de ellas estaba enferma. La 
explicación de algunos biólogos de la zona fue que habían 
malinterpretado la marea y quedaron atrapadas. Pero, ¿alguien de verdad 
se cree que una especie que posee uno de los sentidos más sofisticados 
del planeta repetiría este mismo error una y otra vez? Al menos 
pongámoslo en duda. 
El asunto del suicidios en delfines lo trató por primera vez el historiador romano Plinio, en su libro Naturalis Historiae,
 en el cual relata la historia del suicidio de un delfín que se negó a 
respirar tras ver a su amigo morir, un niño con el que había establecido
 una sincera amistad durante varios años.
 
Pero hay especies implicadas. En 1845, la publicación Illustrated London News
 dio a conocer el interesante caso de un perro Terranova al que se había
 visto alicaído y con síntomas de no tener ganas de vivir durante días. 
Los testigos declraron : " el perro se tiró al agua del Támesis y se 
esforzaba en hundirse manteniendo inmóviles sus patas ".
Pero en la mayoría de las especies lo más frecuente es la muerte por 
inanición cuando pierden a un ser querido. Existen casos de chimpancés, 
gorilas, elefantes y aves como los guacamayos, los cuales tras perder a 
sus parejas o amigos de zoológico, parecen perder la ilusión de vivir y 
se niegan a ingerir alimento aunque estén completamente sanos, lo que 
incondicionalmente les lleva a la muerte. Una mezcla de melancolía y 
tristeza les provoca depresión. 
Los animales sujetos a confinamiento o mascotas con experiencias 
traumáticas de separación a veces resultan en comportamientos 
auto-destructivos también. Factores como el hacinamiento, el aislamiento
 o la separación pueden hacer emerger comportamientos en los que los 
animales se ponen en riesgo a sí mismos. 
 
Sobre estos casos poseemos evidencias muy reveladoras. Por ejemplo, 
los síntomas previos a un suicidio, son idénticos para algunos animales y
  humanos: ansiedad, pánico y aislamiento.
En esos contextos de sufrimiento, los animales y personas se hacen 
daño a sí mismos. Se golpean la cabeza sin parar una y otra vez. O 
también se arrancan el pelo o la piel. Precisamente, los caballos, 
conejos y ratas que sufren de ansiedad se auto mutilan, especialmente 
justo antes de la madurez, como ocurre con los adolescentes humanos, el 
grupo más vulnerable a los suicidios. 
Las causas pueden ser distintas y más complejas en el Homo Sapiens, 
pero en ambos, las ganas de morir surgen de un sentimiento de 
desesperanza. De hecho, parte de los suicidios humanos se explican bajo 
la teoría de la " indefensión o desesperanza aprendida ", desarrollada 
por el psicológo Martin Seligman tras su descubrimiento en perros. En 
términos populares, sería algo así como tener interiorizada la idea: 
" haga lo que haga nada cambiará ".
 
Se sabe que los suicidas tienen niveles muy altos de indefensión. Es 
un sentimiento que afecta a todas nuestra decisiones. Compuesto por una 
combinación de derrota y sensación de estar atrapado. El pensamiento de 
que ya nada depende de uno y todo se escapa a nuestro control. Sensación
 muy destructiva cuyas consecuencias son la elevación de las tasas de 
mortalidad y quizá suicidio también, tanto en animales como en humanos.
 
Nos falta mucho por saber aún pero no debemos descartar la idea de 
que para algunos animales, obligarles a vivir en determinadas 
circunstancias, provocan en ellos comportamientos que nos recuerdan al 
suicidio humano.