Nunca ha habido más perros en el mundo que ahora. Es lógico. Tampoco ha habido tantos seres humanos sobre la Tierra. Y las dos especies llevan caminándola junta desde hace quizás 30.000 años. El perro, antes lobo, fue primero el compañero de caza en el Paleolítico, luego el guardián de sus ganados en el Neolítico y hoy, sin dejar de serlo, lo ha seguido en su éxodo hacia la ciudad.
Pero la relación no es siempre un camino de rosas para los cánidos. A veces se les da un trato que queda bien definido en la expresión «vida de perros» (aunque algunos vivan mejor que las personas). Uno de los más crueles es el abandono. Y se abandonan al año cientos de miles en España. Se adquieren como caprichos y cuando estorban se tiran. Muchos mueren de la forma más terrible. Otros llegan a centros de acogida, a la espera de un nuevo dueño o del sacrificio.
Es por ello que cuando alguno de ustedes quiera tener uno primero piénsenlo bien, es un ser vivo con sus necesidades e inconvenientes. Luego piensen en la adopción de un «abandonado». Les devolverán ciento por uno sus cuidados y afectos. Conozco muchos casos y bien cercanos. Alguno, tras un primer período de desconfianza –no le debió ir muy bien al pobre– es hoy el animal más cariñoso y atento que he visto en mi vida. Así que como mejor opción adopten un perro abandonado. De algún modo restaurarán el daño, la canallada infligida a ese compañero de la humanidad por alguien de nuestra propia especie. Ya verán lo que es gratitud.