Los lobos no ladran y los perros rara vez aúllan. El aullido corto de los lobeznos tiene algo de ladrido y quizás su porqué. El perro es de cierta forma un lobo infantil que no desarrolla del todo su instinto y comportamiento en pos de integrarse y liderar su manada pues entrega la jerarquía al hombre. De ese comportamiento se pueden derivar otros más, como el desinhibidor sexual patente en los lobos donde tan sólo macho y hembra dominantes se aparean. Y sus expresiones entre las que la voz tiene aspectos primordiales para sus relaciones.
Los aullidos de los lobos, generalmente de llamada y localización, de marcaje de territorio, nos han emocionado y sobrecogido siempre a los humanos. Por su sonido, por su significado y por la comprensión de que otra especie bien organizada se congrega y se reúne antes, tal vez, de iniciar la cacería. Que es cuando los lobos callan. Su persecución es siempre silenciosa. Y en ello también discrepan de sus hermanos domésticos.
Hace unos días un vídeo de un lobezno –que por algún percance estaba en manos humanas y recogido en un hogar– aullando ante el reclamo de unos congéneres suyos en televisión se convirtió en una de las piezas mundialmente más vistas. El lobato se soltaba la garganta, contestaba con entusiasmo a la llamada. Si alguna vez alguno de sus perros, que aunque no sea frecuente sí pueden hacerlo en ocasiones, olvida su ladrar y lanza uno de estos estremecedores alaridos, no se inquieten. No es que se esté convirtiendo en un lobo. Es que lo es. Siempre lo ha sido, aunque parezca tenerlo olvidado.
Publicado en La Razón