No hay historia más asombrosa y mágica entre dos especies como la que
existe entre el perro y el hombre. La ciencia ha demostrado que los
perros, de manera innata, entienden nuestros gestos y nos intentan
consolar cuando estamos tristes. Además, según un estudio de la
Universidad Azabu de Sagamiharade en Japón, se ha probado que segregamos
oxitocina cuando perros y humanos nos miramos: una hormona que sirve
para vincular a la madre y su cría durante la lactancia y que genera
bienestar, también presente en las amistades humanas.
Pero en esta alianza milenaria existen algunos misterios por desvelar
como por ejemplo, ¿cómo se produjo el primer contacto que dio paso a la
domesticación? y ¿fuimos nosotros los responsables o se domesticaron a
sí mismos antes de que los adoptáramos en nuestras bandas de
cazadores-recolectores?
Para responder a estas preguntas debemos viajar al pasado más remoto.
Las primeras evidencias arqueológicas de la asociación entre humanos y
lobos, datan de hace entre 30.000-20.000 años aproximadamente, en la
actual zona de Irak y Pakistán. El hecho de que en muchas de las tumbas
en las que los encontramos fueran enterrados con las patas dobladas
delata la presencia de elementos rituales. Además, muchas de ellas están
junto a tumbas de humanos, quizás sus dueños, lo que puede ser
interpretado como un cariño ancestral por esta especie.
Sobre el proceso que condujo a la actual asociación entre seres
humanos y perros existen varias hipótesis que siguen dos vías
completamente diferentes: Por un lado están los que creen que el hombre
fue el responsable. Según esta teoría, los lobos que luego serían
domesticados vivían en las periferias de los asentamientos humanos,
alimentándose de los restos y prestando un gran servicio como
centinelas, lo que nos permitió dormir y descansar con más
tranquilidad.
El premio Nobel y etólogo, Konrad Lorenz, especuló sobre cómo pudo
ocurrir tal suceso. Él cree que quizá en algún punto de la evolución,
una niña, llevada por su instinto de protección, adoptó unos cachorros y
los introdujo en el grupo de humanos dando origen al perro
domesticado.
Por otro lado, los etólogos Brian Hare y Vanessa Woods están
convencidos de que los perros se autodomesticaron y nosotros tuvimos
poco o nada que ver con aquel hecho. Como ha ocurrido con los humanos,
el hecho de que el grupo se adaptara a un medioambiente hostil, mediante
la cooperación y el altruismo recíproco condujo a los perros hacia el
sendero de la domesticación y la ultra sociabilidad que los caracteriza
por sí mismos, o al menos les dejó preparados para ello.
Sea cual sea la hipótesis correcta, la ventaja de tenerlos cerca es
obvia. Detectan muy bien la presencia de depredadores y nos ayudaban en
tareas de caza y defensa. Para ellos, el beneficio estaba en comer
nuestros restos de comida. Los descendientes de aquellos primeros lobos
se fueron adaptando a nuestras vidas.
Luego hubo una selección artificial por nuestra parte. Los agresivos
eran descartados y en pocas generaciones comenzaron los cambios. Ganaron
pelo, sus orejas cayeron y las colas se agitaban más. Pero no sólo
cambiaron físicamente, también su psicología lo hizo para siempre.
Aquellos perros ancestrales evolucionaron en su habilidad para
entendernos. Había surgido el primer perro de la Historia, y con él
quizás, la alianza más hermosa entre especies de la naturaleza.