El proceso de uso y control de otros seres vivos por parte de los 
humanos fue más largo y generalizado en casi todo el planeta de lo que 
se pensaba hasta el momento. La mezcla accidental o intencionada con las
 especies salvajes ha sido una constante en la historia
 
Durante 
200.000 años, a los seres humanos les bastó con cazar y recolectar para 
prosperar. Pero en unos milenios, domesticaron una gran variedad de 
animales y plantas, en un proceso que dio forma a las sociedades 
modernas. Aquel fue un gran salto pero ni fue tan intencionado ni tan 
lineal y menos aún rápido y focalizado en unas cuantas áreas geográficas
 como cuentan los libros de historia. A tenor de las últimas 
investigaciones, el progreso estuvo salpicado de pasos atrás, 
improvisación, azar y fracasos.
 
Fue Charles Darwin el
 primero en sistematizar la visión de la ciencia sobre la domesticación 
de especies salvajes para el sustento de los humanos. Desde él, los 
científicos han creído a pies juntillas que la selección artificial en 
busca de unas características deseadas fue un proceso consciente. Era la
 segunda mitad del siglo XIX, el positivismo y la idea de un eterno 
progreso ofrecían una imagen de los seres humanos como protagonistas, 
también de la historia natural, muy sugerente. 
 
Sin embargo, los avances en arqueología
 y genética de las últimas décadas, y el empeño de muchos científicos de
 combinar ambas disciplinas están desmontando buena parte de los mitos 
que rodean a aquella gesta humana. Frente a la visión canónica de que la
 domesticación fue un rápido proceso concentrado al principio en muy 
pocas zonas del planeta, recientes investigaciones muestran un panorama 
muy diferente. Se trató más bien de un complejo y largo proceso de 
relaciones entre animales, plantas y humanos. 
 
 
Hace 11.000 años
 
A
 excepción de los perros, que fue muy anterior, el inicio de la 
domesticación se puede situar entre unos 11.000 y 12.000 años atrás, 
después de la última glaciación. Pero se alargó varios milenios más. 
Además, algunas plantas como el arroz, el algodón o el mijo, y especies 
animales tan relevantes como las vacas, los cerdos o los caballos no 
fueron domesticados hasta varios milenios después.
 
Los estudios 
genéticos y arqueológicos revelan ahora que la visión de un proceso 
nacido de unas pocas regiones geográficas como el Creciente Fértil o el 
este de Asia es errónea. Al menos hubo 11 centros originarios repartidos
 por todos los continentes, a excepción de Oceanía, que concentraron las
 principales especies domesticadas. Pero la cifra se queda corta, 
algunos la elevan hasta la treintena.
 
 
Además, existen grandes 
diferencias temporales y espaciales en la domesticación de unas especies
 y otras. En América, por ejemplo, la siembra consciente de semillas fue
 muy anterior a la cría de animales, un proceso que se invierte en 
África o la India. Hay casos de doble domesticación como el del cerdo. 
En uno de los estudios, los investigadores muestran cómo los cerdos 
fueron domesticados de forma independiente, primero en Anatolia y 
después en el este de lo que hoy es China.
 
El caso de los cerdos 
muestra también la existencia de pasos atrás en esta supuesta historia 
de progreso. Los anatólicos acabaron llegando a Europa, pero el análisis
 del ADN mitocondrial muestra que se mezclaron con jabalíes salvajes de 
forma continuada. En China, al contrario, no existe rastro de esta 
hibridación, quizá debido a mejores técnicas de estabulación. El 
intercambio genético entre variedades domésticas y salvajes parece ha 
sido una constante hasta hace bien poco.
 
"Nuestros hallazgos 
muestran un escaso control sobre la reproducción, en especial de las 
hembras domésticas, e indican un extenso flujo genético o hibridación 
entre poblaciones de animales domésticos y salvajes", explica en una 
nota de la Universidad de Washington en Saint Louis, Fiona Marshall. 
 
Esta
 mezcla fue accidental pero en ocasiones plenamente buscada.  "Los 
animales salvajes son por lo general más rápidos, fuertes y mejor 
adaptados a las condiciones locales que los domesticados", recuerda 
Marshall. Y pone el ejemplo de los pastores beja, del noreste africano. 
Ellos cruzaban a propósito sus burros con los asnos salvajes africanos 
para tener animales más resistentes para el transporte. En cuanto al 
cruce accidental, aún hoy, los camellos del desierto de Gobi se mezclan 
con sus primos silvestres.
 
El síndrome de la domesticación
 
Hoy
 es muy fácil echar la mirada atrás y ver la domesticación como un 
esfuerzo inteligente y dirigido para obtener animales y plantas más 
dóciles, resistentes a plagas y que dan más leche, carne o frutos. Estas
 son algunas de las características que dan forma al llamado síndrome de
 la domesticación, los trazos que diferencian a las variedades 
domesticadas de las silvestres. Pero es un error ver este síndrome como 
un todo acabado en unos pocos años.
 
Hasta ahora, se mantenía que 
la fijación de la domesticación en los genes era cuestión de un par de 
siglos como mucho. Pero la genética ha demostrado que el trigo, la 
cebada y el arroz, por ejemplo, tardaron entre 2.000 y 4.000 años en 
fijar en su herencia genética un fenotipo clave para los humanos como es
 el que impide la dehiscencia de sus semillas. En sus versiones 
silvestres, cuando maduran, los granos caen al suelo, algo que 
complicaría su recolección. Sin embargo, en las domesticadas la 
dehiscencia ha desaparecido.
 
Pero la mayor carga de humildad la 
pone el hecho de que una comparación de la evolución de los fenotipos 
entre especies domesticadas y salvajes muestra que el ritmo de cambio 
evolutivo no suele ser mayor en las primeras. De hecho, en muchas de las
 especies, la selección natural ha actuado con mayor rapidez en las 
segundas. Por una vez, Darwin se equivocaba.
Escrito por Miguel Angel Criado en La Razón