Mucho
se ha escrito sobre George Gordon -Lord Byron-, uno de los más
controvertidos y brillantes poetas ingleses. Recordado como una figura
protagónica del romanticismo, no se conoce tanto de su amor por los
animales, especialmente los perros.
Monumento que Lord Byron dedicó a su perro Boatswain en Newstead Abbey
En 1798, al morir su tio abuelo William, hereda el título nobiliaro y la imponente Newstead Abbey, cerca de Nottingham.
Fué
allí donde pasó los mejores años de su vida, siempre rodeado de sus
perros, algunos de los cuales nombra en sus obras: Fanny, una perra
terrier; Thunder, probablemente de raza mastiff; el bullmastiff Nelson,
etc., pero ningun perro marcó tanto su vida como Boatswain (Contramaestre), un Terranova
nacido en 1803 en Canadá y que le fue regalado a Lord Byron de
cachorro.
Boatswain fué la sombra de su amo, con quien compartió
los años más felices de su existencia, hasta su muerte de rabia el 18 de
Noviembre de 1808.
Desconsolado, Lord Byron ordenó construir en
los jardines de su mansión uno de los más imponentes monumentos que un
amo haya dedicado a perro, junto a un conmovedor epitafio.
Cerca
de este lugar reposan los restos de un ser que poseyó la belleza sin la
vanidad, la fuerza sin la insolencia, el valor sin la ferocidad, y
todas las virtudes del hombre sin sus vicios.
Este elogio, que
constituiría una absurda lisonja si estuviera escrito sobre cenizas
humanas, no es más que un justo tributo a la memoria de Boatswain, un
perro nacido en Terranova en mayo de 1803 y muerto en Newstead Abbey el
18 de noviembre de 1808.
Aparte de este hecho, hay una curiosa anécdota que se cuenta vivió el poeta:
En cierta ocasión en que realizaba un viaje en barco desde el puerto
de Londres, el perro que le acompañaba se cayó al agua. Inmediatamente
mandó al capitán que detuviera el barco para recoger a su animal. El
capitán del barco se negó a parar y se excusó diciendo que no estaba en
el reglamento recoger animales caídos al agua y que sólo podría dar
marcha atrás a la nave en el en caso de que cayera un hombre al agua.
Ni
corto ni perezoso, Byron se arrojó al agua para socorrer a su perro y
le reclamó al capitán que cumpliera con el reglamento. Al final del día
todos llegaron a salvo al puerto.
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