Solo quien se decide a compartir su vida con una gata carey descubre con sorpresa su fabulosa personalidad. Junto a su enigmática belleza y feminidad, si algo caracteriza a estas gatas es su curiosidad e inteligencia, así como su empatía con las emociones humanas. Pese a presentar un carácter fuerte e independiente, son extremadamente cariñosas con sus dueños. Quizás por esa amistad y apoyo incondicional que sientes junto a ellas, se dice que, tener una gata carey cerca, da buena suerte.
¿Qué las hace tan diferentes?
En cuanto al patrón de color de su pelaje, existen varias modalidades. En su versión bicolor —como el persa carey— dominan el negro y el rojo. Otra variedad habitual es la tricolor, en la que predomina el negro, junto a tonos naranjas, rojizos y blancos.
Sin embargo, la variedad carey, por definición, presenta una combinación de diferentes tonalidades de marrón y del color negro, con matices esparcidos por todo el cuerpo de color crema. Una de las peculiaridades de esta modalidad es que el diseño de las manchas es único e irrepetible. De hecho, si clonásemos a una de estas gatas, el resultado sería otra gata carey, pero con las manchas distribuidas en forma totalmente distinta.
¿Capricho de la naturaleza o cuestión de genética?
Se dice que los gatos carey son muy difíciles de reproducir, porque la genética del cruce prácticamente siempre da como resultado una hembra. Esto se debe a que el color crema rojizo, que es la base, está ligado al cromosoma X. Para que un gato consiga ese colorido pelaje es necesario que sus genes posean dos cromosomas X, factor que se da siempre en las hembras.
Los machos poseen un cromosoma X y un cromosoma Y. Raras veces se encuentran dos cromosomas X en gatos machos, Sin embargo, esto no es imposible: en ocasiones estos sufren una irregularidad, llamada síndrome de Klinefelter, que consiste en que a sus cromosomas XY, se le añade una nueva X, convirtiéndose en XXY.
Por ello aproximadamente el 97% de los ejemplares tricolor o carey son hembras y el 3% restante, machos, siendo estos estériles.
La leyenda de las gatas Carey
Ocurrió hace miles de años. Por aquel entonces, el Sol se sentía terriblemente solo y aburrido allá en el cielo. Deseaba visitar la Tierra y disfrutar de nuestro planeta. Con el objetivo de poder hacerlo y de que los humanos no se dieran cuenta de su ausencia, le suplicó a la Luna que lo cubriera y ocupara su lugar por un tiempo. Tanto insistió que, finalmente, la Luna accedió. Un día de junio, cuando el Sol más brillaba, se acercó a él, y lo fue cubriendo poco a poco, para que a los mortales no les sorprendiera de golpe la oscuridad.
Para pasar desapercibido ante los humanos, el Sol se hizo corpóreo en uno de los seres más perfectos, ágiles y discretos que vivía sobre la Tierra: una gata negra. Así es cómo el Sol pudo caminar sobre nuestro planeta, trepó a los árboles, saboreó el agua que corría por sus ríos y sintió la caricia de la brisa en sus bigotes.
Sin embargo, la Luna, perezosa, se aburrió́ de permanecer tanto tiempo inmóvil sobre la Tierra. Sintió́ sueño y, sin avisar a su amigo Sol, se fue apartando del firmamento lentamente hasta desaparecer por completo. Cuando el Sol se dio cuenta, ya era demasiado tarde. Rápidamente salió́ del cuerpo de la gata y se dirigió́ a toda velocidad hacia el cielo para intentar ocupar el lugar que la Luna había dejado vacío.
Tan rápido huyó el Sol, que se dejó en su morada momentánea parte de él: miles de rayos de Sol rojos, amarillos y naranjas transformaron para siempre el colorido del pelaje felino de la gata negra y de todos sus descendientes, dibujando en su rostro una franja de color que lo cruza y lo divide en dos, a modo de recuerdo y advertencia de su naturaleza felina y divina.
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