Sólo en Gran Bretaña, los 8 millones de gatos caseros censados cazan al año no menos de 75 millones de aves silvestres como gorriones, petirrojos o mirlos. Con esa misma proporción, los 50 millones de gatos europeos consumen anualmente más de 400 millones de pajaritos, una tercera parte de los calculados para Estados Unidos.
Amo los gatos, pero reconozco mi pena cada vez que uno de ellos te deja triunfal a los pies el cadáver de una de estas pobres aves, justo antes de ponerse a comer en su siempre bien surtido comedero. Nunca pierden su instinto cazador.
La extinción más rápida de una especie la provocó un gato. Se llamaba Tibbles y era la mascota de David Lyall, el ayudante del farero de la isla Stephens, un pequeño saliente rocoso entre las dos islas principales de Nueva Zelanda. Allí vivía un extraño pájaro nocturno no volador, algo parecido a un chochín, en cuya caza se especializó el eficaz felino doméstico. Los 16 ejemplares llevados como trofeo a su amo son los únicos de un ave que nadie vio nunca viva, bautizada para la ciencia Xenicus lyalli. En un solo invierno, el de 1895, acabó con la totalidad de la población mundial, sin duda muy pequeña. Él los descubrió y él solito los exterminó.
Sin irnos tan lejos tenemos el caso de Canarias. La llegada del gato al archipiélago hace 2.000 años se considera una de las causas de la desaparición de algunas aves poco voladoras como la codorniz gomera (Coturnix gomerae) o el escribano patilargo (Emberiza alcoveri), además de dos múridos gigantes de Tenerife y Gran Canaria (Canariomys bravoi y Canariomys tamarani) y del lagarto gigante de La Palma (Gallotia auaritae).
Una vez más la culpa no es de ellos, es nuestra por llevarlos y soltarlos. Nuestra también es la responsabilidad medioambiental de tenerlos controlados. mantenerlos en casa y recriminándoles siempre sus capturas. Porque las mascotas, donde mejor están es en casa.