Viajar con un perro no puede ser una buena idea. No lo es. Y menos en este país atestado de paletos e indeseables; de hosteleros con borlas y restaurantes mediocres donde tratan a mi perro como a un criminal. Atado en el puerta, y gracias. No es buena idea -en fin, planificar unas placenteras vacaciones con un can que lo hará todo más difícil, más incómodo, menos “disfruta de unos días inolvidables” que es el eslogan de las vacaciones de El Corte Inglés. Donde, por cierto, no puedo entrar con mi perro.
No es buena idea pagar un suplemento de treinta (¡treinta!) pavos por un plato con agua y una manta en el suelo, no es buena idea tragar con las caras de los imbéciles de turno a la hora del desayuno ni esa actitud de que me estás haciendo un favor desde que cruzo la puerta de tu “hotel con encanto” con mi perro. No es buena idea (no puede serlo) levantarme cada mañana a pasear al chucho de turno, planificar cada ruta en torno a él y hablar solo por los pasillos: “¿Vienes o qué? ¿Qué te pasa hoy, Mario ?”
No es buena idea pisar un aeropuerto con tu chucho, y quizá aún peor idea es enjaularlo en una caja de 50 x 40 x 25 cm (las medidas oficiales) a la vera de los bártulos y las Samsonites. No es buena idea ir de bares asomando la cabeza como un presidiario “¿Puede entrar?” en un país (este, el vuestro) en el que la legislación al respecto parece la de una república bananera. Un ejemplo: mientras que Madrid, Barcelona y Gijón dejan la decisión en manos del dueño del local, otros municipios, como es el caso de Cádiz o Valencia, tienen prohibida por norma la entrada de canes en sus restaurantes.
No es buena idea, me dicen -me insisten- tener que limpiar vómitos en el coche, recoger mierdas en la calle ni pagar la Visa Oro de la tintorería, de tantos pelos que suelta el cabrón. No es buena idea, dicen. Pero ya ven, cuando cuando llego a casa tras un día de mierda y cuatro reuniones con gente estresada y sus “buenas ideas” es mi perro quien se alegra como si hubieran pasado mil años desde nuestra último encuentro -nos vimos esta mañana-, es él quien no se esconde, quien me come a besos, quien da calor a la estúpida palabra “hogar”.
Es él a quien nunca le dura un cabreo más que dos achuchones, quien da sentido al despertador y las decepciones. Tú sabes cuáles.
No es una buena idea -en fin, vivir. Estar vivo. Llevar un carga. Pagar la cuenta. Ser fiel. Darlo todo por otro ser vivo. Sufrir ante cada despedida. Vivir desarmado. Querer hasta que duela.
No puede serlo.