O’Malley llegó por casualidad. Nadie supo nunca de dónde vino. Buscaba un sitio en el que poder vivir en paz y no ser molestado por los habituales ataques de los humanos.
Poco tiempo después de su llegada a la colonia, el macho dominante —que días antes le había dejado instalarse— encontrándose muy enfermo, murió. El gato negro ocupó su lugar, dado que era el gato más fuerte; y como tal, asumió la función de proteger el territorio y al resto de integrantes del grupo de cualquier amenaza. Así lo hizo, incluso a costa, en ocasiones, de poner en peligro su propia integridad física.
Para ello, no solo se enfrentó a otros gatos y perros, sino que, cuando detectaba la presencia de algún humano que quería hacerles daño, él les hacía frente el primero. Su color negro solía atraer en estos casos la atención de los agresores, acaparando para sí su furia; lo que hacía posible que los demás compañeros pudieran salir huyendo o esconderse sin sufrir daños.
Un día O’Malley apareció arrastrando una de las patas traseras. No sabíamos qué le había pasado; la tenía rota. Pocos días mas tarde supimos que una persona, por el hecho de habérsele cruzado mientras atravesaba la calle, después de insultarlo le había propinado una patada tan fuerte que le había destrozado la extremidad por varias partes.
De esa lesión le quedó una cojera que le acompañó toda su vida. Un día, no mucho mas tarde, se puso enfermo y como le ocurrió a su antecesor, falleció en la clínica veterinaria donde estaba ingresado.
Durante su existencia O´Malley recibió golpes, pedradas, patadas y fue escupido por los humanos durante toda su vida. ¿La causa? La ignorancia y la superstición de quienes lo hacían, creyendo que su pelaje negro daba mala suerte.
Fue en julio del año 1233, cuando el papa Gregorio IX, escribió su, lamentablemente, conocido decreto Vox In Rama. Se desconoce qué le llevó a ello.
Hay quienes dicen que fue debido a un sueño que tuvo, durante el cual se le apareció a Su Santidad un gato negro en el que habitaba la figura del diablo y que, mirándolo fijamente, le ordenó que se postrara ante él.
Otros afirman que el Papa redactó el decreto respondiendo al gran inquisidor del Imperio Germánico, Konrad von Marburg, quien denunció que se estaban llevando a cabo cultos satánicos y orgias en las que se adoraba a una estatua con forma de gato, el cual acabaría tomando vida y participando también en estas prácticas.
Sea cual fuere su origen, el Papa pedía en su decreto a los gobernantes germánicos de la época que colaborasen con Konrad para erradicar estos cultos satánicos.
Se dice que el Papa nunca condenó directamente a los gatos en su decreto, quizá fuera así de acuerdo con lo escrito, pero sí lo hizo indirectamente ya que, tras ello, y en cuestión de días, el gato pasó de ser considerado un animal benéfico a convertirse en un ser maligno y demoníaco para el imaginario colectivo de todos los países de la cristiandad. Y en cuestión de esos mismos días, se decidió acabar con el.
Y así, gatos ancianos, jóvenes, pequeños e inocentes cachorrillos a los que aún alimentaban con leche sus madres, terminaban quemados en enormes hogueras, para purificar su alma, después de haber recibido las palizas más brutales.
¿Que consecuencias tuvo esto para el ser humano?
Las consecuencias fueron varias. Y es que, el ser humano, pese a su inteligencia, siempre se ha dejado arrastrar fácilmente por afirmaciones infundadas, aunque estas provengan de una minoría; y lo hace hasta sus últimas consecuencias.
Debido a ello, la epidemia de la peste proliferó sin freno por toda Europa, sembrando de cadáveres, pueblos, caminos y ciudades. Al disminuir la población de gatos, el número de ratas —que hasta entonces permanecían controladas por ellos—, aumentó y alcanzó niveles desconocidos hasta entonces. El principal parásito de las ratas, las pulgas, fueron portadoras de la peste, transmitiendo la enfermedad a los humanos, que morían lenta y dolorosamente en poco tiempo, pese a las plegarias de los familiares pidiendo inútilmente su curación.
Hoy en día, aún muchas personas —más de las que imaginamos— continúan convencidos de que tanto los gatos negros como las gatas Carey arrastran con ellos la mala suerte, y de que la contagian no solo a sus propietarios, sino también a todo aquel que se cruza en su camino.
Así pues, no es difícil ver por las calles a personas que se paran en seco y se dan media vuelta si un gato de estas características aparece en su trayectoria, por muy lejos que se encuentre; o a quienes los agreden, escupen o incluso atropellan intencionadamente con su automóvil cuando los ven. Por no hablar de las “cazas nocturnas” que se siguen organizando aún en ocasiones, con el argumento de que le hacen un favor al mundo por librarlo de la mala suerte.
Por otro lado, gracias a esta equivocada creencia popular, los gatos negros y las gatas Carey son los últimos en adoptarse en los refugios. En muchas ocasiones, estos animales acaban pasando su vida entera en ellos, hasta el día en que fallecen, sin conocer la amistad de un humano y el calor de un hogar.
Esta creencia es especialmente injusta, ya que los gatos negros acostumbran a ser enormemente sociables —se dice, y con razón, que no hay gato negro que sea malo—, cariñosos y muy dulces. En el caso de las gatas Carey, estas son además extremadamente femeninas. Es por ello que compartir tu vida con alguno de estos gatos, lejos de traer mala suerte, se convierte en una experiencia maravillosa.
Esperemos que, frente a creencias tan antiguas y absurdas, fruto del oscurantismo y de la ignorancia de siglos pasados, se imponga la razón y podamos hablar de las supersticiones hacia los gatos como una mera anécdota.