Según este experto y sus colaboradores, hace 40 millones de años, buena parte de Norteamérica (donde han centrado su ensayo) estaba cubierta por masas boscosas. Los cánidos de la época estaban integrados perfectamente en ese medio, y sus miembros delanteros no estaban adaptados para correr largas distancias. Eran animales pequeños que preferían emboscarse; probablemente, su aspecto no sería muy distinto al de las mangostas. No obstante, pocos millones de años después, el clima templado que predominaba en ese entorno comenzó a cambiar.
Las temperaturas bajaron sensiblemente, las regiones del interior se volvieron más secas y los bosques desaparecieron, dando lugar a praderas y sabanas. Como consecuencia, los herbívoros desarrollaron extremidades más largas. Sin embargo, los depredadores examinados en el estudio no evolucionaron en consonancia con ello. Esto es, sus miembros superiores no se adaptaron a la anatomía de sus rápidas presas, a las que no podrían alcanzar en una carrera, sino a los cambios en el propio hábitat.
Esto determinó que optaran por perseguirlas, incluso en amplias distancias, tal como hacen aún hoy los lobos. Para precisar este paso de acechadores a perseguidores, los científicos compararon los dientes y las articulaciones del codo de 32 especies de cánidos de entre 40 y 2 millones de años de antigüedad con los de especímenes modernos.