Como seres humanos que somos, estamos predispuestos a tener opiniones
sólidas de las cosas. A veces, resulta beneficioso (por ejemplo, en
este caso: el racismo es malo y la pizza es buena). Pero otras veces nos
puede acarrear problemas. Especialmente cuando aplicamos opiniones
inflexibles a ámbitos en los que no están justificadas. Como en el caso
de los perros y los gatos.
Aparte del pequeño porcentaje de gente
a la que no le gustan los animales (hay gente muy rara), la sociedad se
divide en dos categorías: los amantes de los gatos y los amantes de los perros. En principio, parece algo inofensivo que simplemente implica "entre estas dos maravillosas especies, prefiero A antes que B".
Pero,
si profundizamos un poquito más, nos daremos cuenta de que hay mucho
más bajo la superficie. La mayor parte de las veces, a las personas que
prefieren los gatos les gustan los gatos en detrimento de los perros.
Los que son más de perros adoptan la postura contraria. Si preguntamos a
cualquiera de los dos grupos lo que opinan sobre la preferencia del
otro grupo, no abundarán las palabras amables. Las críticas que más se
oyen suelen ser:
Entre los amantes de los gatos: "Los perros son
babosos, ladran constantemente y cuesta mucho mantenerlos. Tienen
demasiada energía y necesitan salir a la calle varias veces al día.
Además, te obligan a adaptar tu rutina al horario de hacer sus
necesidades".
Entre los amantes de los perros: "Los gatos son
estirados, vagos y fríos. Solo demuestran cariño cuando quieren algo de
ti, que, por cierto, suele ser a las cuatro y media de la madrugada,
cuando estás profundamente dormido".
Quizá parte de esta hostilidad derive del hecho de que el perro y el
gato se lleven, como bien dice la expresión, como el perro y el gato.
Atención a lo siguiente: los amantes de los animales valoran la opinión
de sus peludos compañeros, ¿no? Lo que significa que si tu querido
labrador gruñe a un viandante, asumes que el viejo Tobby sabe algo que
tú no sabes. (En este ejemplo hipotético, tienes un labrador que se
llama Tobby). De esta forma, hay muchas menos posibilidades de que
invites a ese viandante a cenar. (En este ejemplo, ocasionalmente
invitas a cenar a la gente que te encuentras por la calle).
En
otras palabras: nos fiamos del criterio de nuestras mascotas. (Excepto
en lo relativo a comer de la basura, ahí no cuentan con nuestro apoyo).
Lo que significa que cuando nuestro gato odia a los perros -o nuestro
perro odia a los gatos- es más probable que, de forma consciente o
inconsciente, nosotros hagamos lo mismo.
Es una pena, porque la
rivalidad que lleva milenios en pie entre estas dos especies no es
asunto nuestro. ¿Qué haces cuando tu amigo Fulanito no se lleva bien con
tu amigo Menganito? En vez de posicionarte y elegir a uno de los dos,
sigues quedando con los dos por separado. Esta misma regla debería
aplicarse a nuestros amigos peludos.
En lo que respecta a los
amantes de los gatos y los amantes de los perros, hay que fijarse en las
cosas que comparten. Y no es nada difícil. Ambos disfrutan del amor y de la compañía
que les proporcionan cualquiera de las dos especies. También miman a
sus amigos de cuatro patas con galletitas, juguetes adorables y visitas
al veterinario para comprobar que están sanos. Si fuera asesor
matrimonial, diría "tenéis muchas cosas en común sobre las que se puede
construir". Y también cobraría 185 dólares por hora, porque mis
conocimientos no se venden baratos.
Sé que no soy el único al que
le gustan tanto los perros como los gatos, pero, de momento, formo
parte de una minoría silenciosa. ¿Por qué no llegamos todos a un
acuerdo? El resultado final sería maravilloso: la unificación total de
los propietarios de mascotas. Una causa por la que merece la pena
luchar.
Para arrancar, podemos empezar alardeando sobre el hecho
de que los gatos y los perros son como unas cien veces más adorables que
los bebés. ¡Chupaos esa, padres!
Sé dónde está la puerta.