Friedrich Wilhelm Heinrich Alexander von Humboldt nació en 1769 en el castillo de Tegel, cerca de Berlín, en el seno de una aristocrática familia prusiana. Fue educado por tutores que despertaron en él la pasión por las ciencias naturales y los viajes. Tras la muerte de su padre estudió leyes en la Universidad de Göttingen, como deseaba su madre, pero ello no le impidió acudir a las clases de ciencias naturales de Georg Forster, que había sido dibujante botánico en la segunda expedición del capitán James Cook.
RUMBO AL NUEVO MUNDO
En Madrid, Humboldt y Bonpland conocieron a Mariano Luis de Urquijo, secretario de Estado del rey, quien los tomó bajo su protección. Gracias a su mediación, en marzo de 1799 fueron presentados a Carlos IV y obtuvieron salvoconductos para explorar las provincias americanas bajo dominio español. Así, cambiaron su soñado viaje a Oriente por la exótica geografía americana: Nueva España (el actual México y Centroamérica), Nueva Granada (las actuales Colombia y Venezuela) y Perú. Humboldt se pagó el viaje de su propio bolsillo, y el 5 de junio de 1799 los dos hombres embarcaron en La Coruña en la corbeta Pizarro, con varias maletas y 42 caros instrumentos científicos. El barco, con rumbo a Venezuela, hizo escala en Tenerife, donde los naturalistas ascendieron hasta la cima del Teide.
Tras un viaje tranquilo, el 16 de julio desembarcaron en Cumaná, en Venezuela, donde quedaron fascinados por la selva tropical. Durante los tres primeros días «corríamos como locos de aquí para allá, sin poder hacer claras observaciones porque al coger algún ejemplar raro lo dejábamos cuando veíamos que a su lado había otro todavía más curioso», escribió a su hermano Wilhelm, célebre filólogo. Como Goethe, Humboldt adoraba la naturaleza y consideraba que la ciencia tenía que servir a la filosofía: «La Naturaleza para mí no son sólo fenómenos objetivos, sino un espejo del espíritu del hombre».
Humboldt y Bonpland remontaron el Orinoco hasta San Fernando de Atabapo, sorteando rápidos y cargando con la canoa a cuestas. Después de largas jornadas, atormentados por el hambre y los mosquitos y atentos a los jaguares que les acechaban, lograron llegar al río Negro, uno de los afluentes del Amazonas. Habían sido los primeros en navegar por el mítico Casiquiare, un canal natural de trescientos kilómetros de largo que une los sistemas fluviales del Orinoco y el Amazonas y que algunos consideraban una leyenda.
De camino a Angostura, Humboldt realizó algunos peligrosos experimentos, como la pesca de varias anguilas eléctricas (Gymnotus electricus) para estudiar la electricidad producida por estos peces. Los indios los capturaban introduciendo caballos en el agua: con un arpón, atrapaban a las anguilas cuando ya habían descargado su electricidad en los cuadrúpedos. Imprudentemente, Humboldt puso los pies sobre un gimnoto recién sacado del agua: «Durante todo el día tuve fuertes dolores en las rodillas y en casi todas las articulaciones», escribió en su diario. En un poblado indígena, Humboldt probó el curare, veneno usado por los indios para cazar («amargo», escribiría después).
A TRAVÉS DE UN CONTINENTE
A su regreso a la costa caribeña, Humboldt y Bonpland embarcaron hasta Cuba y regresaron al continente por Cartagena, en la actual Colombia, donde se desviaron a propósito para pasar por Santa Fe de Bogotá y conocer al botánico español José Celestino Mutis. Al llegar, Bonpland tuvo un ataque de fiebre y los dos compañeros tuvieron que descansar seis semanas en casa de Mutis, tiempo que Humboldt aprovechó para, según sus propias palabras, «utilizar el excelente tesoro de libros de Mutis y calcular observaciones astronómicas, trazar líneas meridianas, determinar la desviación magnética, estudiar ictiología y abarcar una cantidad de cosas en las cuales no era posible pensar hasta entonces».
Remontando el río Magdalena atravesaron la cordillera Real para llegar a Quito, en Ecuador. Durante su periplo subieron al volcán Pichincha e intentaron escalar el Chimborazo, que con sus 6.310 metros de altitud se consideraba entonces la montaña más alta del mundo. Se quedaron en 5.610 metros, la máxima altitud conseguida hasta entonces. Humboldt observó la gradación de la temperatura y la estratificación de la vegetación a lo largo de la ladera, lo que sentaría las bases de la biogeografía moderna.
En Perú, Humboldt estudió la aplicación de los excrementos de las aves, el guano, como fertilizante, y durante el trayecto en barco hasta Méxicomidió la temperatura del agua de la corriente fría que fluía a lo largo de la costa peruana y que ahora lleva su nombre. Humboldt y Bonpland recorrieron México en 1803 para pasar después de nuevo por Cuba y llegar a Estados Unidos, donde se alojaron en la Casa Blanca como invitados de honor del presidente Jefferson, gran amante de las ciencias naturales.
Tras cinco años y más de diez mil kilómetros, el gran viaje de exploración de Humboldt y Bonpland acabó en 1804 con su regreso a París, donde tuvieron una recepción entusiasta. Habían explorado y documentado la fauna, flora, geografía y etnografía latinoamericanas en la expedición científica más ambiciosa realizada hasta entonces.
EL TRABAJO DE UNA VIDA
Entre 1804 y 1827, Humboldt vivió en París recopilando el material recogido en su expedición, publicado en treinta y tres volúmenes que llevan por título Viaje a las regiones equinocciales del nuevo Continente. Bonpland volvió a América, donde contrajo matrimonio, pero Humboldt, absorbido por su trabajo, nunca se casó. Algunas fuentes afirman que era homosexual, algo que parecería confirmar su estrecha amistad con Carlos de Montúfar, héroe de la independencia de Ecuador que les acompañó en su viaje desde Quito hasta París.
En 1827, Humboldt se trasladó a Berlín para trabajar para el rey de Prusia, e inició la redacción de su obra más ambiciosa, Cosmos, un compendio de todas las ciencias naturales conocidas hasta entonces. Varias misiones a Francia y el trabajo en la corte de Federico Guillermo IV de Prusia le impidieron terminar la obra. Cuando murió en 1859, a los ochenta y nueve años, sólo se habían publicado cinco de los libros que tenían que formar la extensa colección Cosmos. Su obra más esperada quedó, así, inconclusa. A partir de su muerte, ya nadie pretendió abarcar todos los campos del saber; la ciencia se especializó. Y tal vez por ello también, Humboldt fue, probablemente, el último científico universal.