No tan conocido, en cambio, es el nombre del protagonista de estas anédoctas, Diógenes de Sínope, y aún menos el movimiento del cual fue máximo exponente: el cinismo antiguo. Movimiento tanto filosófico como literario que se extendió desde principios del siglo IV a. C., hasta fines del mundo occidental.
El cinismo recibe su nombre por el modo de vida que llevaban sus máximos protagonistas, similar al de los perros (en el lenguaje coloquial, el perro era el símbolo de la desvergüenza extrema. Vive junto a los hombres, en sociedad, pero, a pesar de ello, mantiene sus hábitos naturales con total impudor; por ejemplo, no se oculta cuando satisface sus necesidades elementales, sino que orina en las estatuas de los dioses y copula en el centro del ágora, sin miramientos), o acaso por el nombre del gimnasio (Cinosarges) donde se dice que su precursor (Antístenes) impartía enseñanzas.
Se hicieron además también de un género literario propio (kynikòs trópos), denominado ''serioburlesco'' o ''seriocómico'' porque utilizaba la risa como vehículo de lo serio, para así llegar más facilmente a sus interlocutores. La versatilidad que le permitía a este género adoptar variadas formas literarias hizo que la influencia y el alcance de la filosofía cínica en la literatura no tenga precedentes.
Casi 2000 años después de que ciertos filósofos griegos hubieran abrazado el cinismo antiguo, en el siglo XVII y XVIII escritores como Shakespeare, Swift, Voltaire y, siguiendo las tradiciones de Geoffrey Chaucer y François Rabelais, utilizan la ironía, el sarcasmo y la sátira para ridiculizar la conducta humana y reactivar el cinismo.
En el aspecto literario, figuras del siglo XIX y XX como Oscar Wilde, Mark Twain, Dorothy Parker, HL Mencken, utilizaron el cinismo como forma de comunicar sus opiniones bajo algunas manifestaciones de la naturaleza humana.