Quesito marrón. Pregunta: Raza de perro que se corresponde con el
nombre de un santo. Respuesta: “San-moyedo”. Pocker face. Estamos jugando
al Trivial, pero la expresión del resto de tus contrincantes es, como
mínimo, de campeón del Texas. Verídico. Obviamente la solución de tan
complicado interrogante no es esa, sino: San Bernardo. Pero, ahora viene
la segunda cuestión. ¿Por qué San Bernardo? ¿De donde viene tan beato nombre para bautizar un can?
Para contestarla tenemos que viajar a Suiza y remontarnos muchos siglos atrás,
concretamente al año 1050, y seguirle la pista de Bernardo de Menthon,
archidecano de Aosta (Italia), que pertenecía a la orden del Císter,
concretamente a los trapenses.
A 2.473 metros, entre Aosta y Martigny (Suiza), se encontraba el paso del Monte de Júpiter,
un paso fronterizo que significaba una importante vía de comunicación
europea (y, por supuesto, de contrabando). Por él a lo largo de los
siglos pasaron personajes tan célebres como Barba Roja, Stendhal, Vittorio Emanuelle III, Alfonso XIII y el mismísimo Napoleón,
de quién la intrahistoria cuenta que le lo hizo sentado en un váter.
Con temperaturas a veces de hasta menos 20ºC y registros de cotas de
nieve de 20 metros, la travesía no era precisamente pan comido y había
muchas posibilidades de quedarse en el camino (de hecho todavía se
conservan más de medio centenar de cadáveres que nunca fueron
reclamados).
Aquí es donde aparece San Bernardo. Por aquel entonces, solo Bernardo, que decidió construir un hospicio para auxiliar a los viajeros,
independientemente de que fueran ricos o pobres o de que sus
intenciones fueran justas y pías o se tratara de bandidos. A él se le
unió una comunidad de monjes, que los días de tormenta salía al rescate.
Atendían a los accidentados, les daban comida caliente y les dejaban
dormir bajo techo cubierto. En muchas ocasiones resultaba difícil
localizarles debido a las avalanchas, por lo que los monjes comenzaron a servirse de los Barry dogs (como eran conocidos los San Bernardos entonces), de gran ayuda por su fortaleza y su sentido del olfato.
El hospicio consiguió salvar la vida de cientos de personas, y
continuaría ejerciendo tal función durante siglos; tanto que finalmente
el nombre del paso como la raza de perro se cambiaría por San Bernardo. El hospicio es lugar de peregrinaje doble:
por un lado porque está el mausoleo del general Desaix, uno de los
preferidos de Napoléon, que cayó por el camino y al que vienen a ver
muchos franceses. Por otro, porque el Gran Paso de San Bernardo es el Roncesvalles de la vía francígena, una ruta que va de Canterbury a Roma y
sigue el recorrido del arzobispo de Canterbury, Sigerico el Serio en el
año 990, cuando fue a la ciudad santa a recibir el palio episcopal de
manos del Papa Juan XV (y de la que sin duda, comenzaremos a oír hablar
más en breve porque están a tope con su promoción).
A día de hoy la puerta principal sigue sin tener cerradura, de hecho,
se dice que es el único sitio a más de 2.500 metros abierto 24 horas al
día y los 7 días semana desde hace más de 1.000 años. Sus monjes siguen
recibiendo a peregrinos o montañeros (que no tiene que pagar) y a
viajeros, que vienen, esta vez sí, por propia voluntad, y duermen en dormitorios colectivos, por alrededor de 40 euros, cena incluida.
También pueden participar en los servicios religiosos, que se celebran
en la pequeña capillita, conocida como la “Sixtina de los Alpes”.
En el hospicio también se encuentra un pequeño museo que recoge la
historia del lugar: desde los primeros vestigios arqueológicos de época
roma a las colecciones botánicas y de minerales de los monjes, la
biblioteca o una recreación de cómo eran las casas en la época… y, por
supuesto, una parte dedicada a los perros, con el cuerpo de Barry III disecado, en el que se puede observar cómo ha evolucionado la raza. Sobre todo si luego se traspasa la siguiente puerta, la que conduce a las perreras de la Fundación Barry, donde viven 27 perras y 6 perros que son, en gran medida, los que se encargan de la preservación del pedigrí.
Homer, Eva, Salsa… son los nombres de estos peluches animados, pero
siempre hay un Barry, que da nombre a esta fundación sin ánimo de lucro,
y que homenajea al más célebre de todos los canes que han pasado por
aquí: Barry I, que vivió entre 1800 y 1814 y salvó más de 40 vidas (los honores que el pueblo suizo le concede son tales, que está disecado y expuesto en el Museo de Historia Natural de Berna).
Actualmente la labor en la montaña de los San Bernardos ya no es tal.
Ha sido remplazada por los helicópteros, pero, como tradición, uno de
los cachorros es entrenado como perro de salvamento en caso de
avalancha. El resto aprenden otras “profesiones”, y hacen funciones de
cartero, mensajero, o son usados con fines terapéuticos, visitando
casas, instituciones sociales o colegios en los que inculcan el respeto
por los animales. También aprenden trucos y salen a pasear por la montaña con los niños que vienen a visitarles.
Solo queda ya la historia del barril. Sentimos decíroslo: Barry no es diminutivo de barril y los san bernardos de la Fundación tampoco llevan uno colgando. Nunca ha sido así. Ni ahora ni en el pasado,
porque, a pesar de la creencia popular, los médicos no recomiendan en
absoluto darle bebida alcohólica a una persona con hipotermia. Una de
las teorías del origen de esta iconografía es el cuadro Mastines alpinos reanimando a un viajero en apuros, de Edwin Landseer (1802-1873), donde, como nota de color el pinto añadió un barril a los mastines de montaña en cuadro. ¿Verdad o mito? Eso es otra pregunta de quesito marrón.
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