No sé si se trató de una maniobra publicitaria o fue una causalidad poética, lo que sé es que en el ambiente de crispación política que experimentamos en los medios, tanto en España como Estados Unidos, mi conciencia se inclina más a fiarse de un inocente animal que de una persona. Los animales siempre tienen nobles intenciones: no mienten, solo se preocupan por sobrevivir y estar tranquilos. Pero la maquinaria política no desaprovecha ninguna oportunidad, tampoco el uso de los animales y su carisma innato.
Mascotas oficiales
Ahí tenemos a Pecas, el perro de Esperanza Aguirre y una de las estrellas de la pasada campaña. Nada suaviza más la imagen de un candidato que salir a la calle acompañado de un jack russell terrier con cuenta de twitter, manso, sonriente y atado con una correa de España. También, en la otra punta del espectro, tenemos a los gatos de Alberto Garzón, Winter y Elendil, que le regalaron uno de sus numerosos trending topic con el hashtag #GatetesConGarzón.
En Estados Unidos nos llevan una gran ventaja en el show de la política y tienen oficializado el término “mascota presidencial” (con museo incluido sobre la materia). Todos los presidentes han tenido mascotas a las que se las ha considerado en cargo durante su estancia en La Casa Blanca, Theodor Roosevelt llegó a tener 26 animales diferentes incluyendo lagartos, serpientes, conejos, búhos e incluso un oso pequeño que respondía al nombre de “Jonathan Edwards”. Pero en concreto los perros han ocupado un lugar especial, acostumbrados a ser protagonistas de portadas e hitos políticos.
Durante una visita oficial a las Islas Aleutianas en 1944, el presidente Franklin D. Roosevelt olvidó en tierra a su perro Fala, un terrier escocés, así que decidió mandar una flota especial a recuperarlo. Esta decisión fue duramente criticada por los republicanos y, aconsejado por Orson Welles, el presidente decidió hacer de ello un chiste: sus contrincantes podían criticarle a él porque sabía afrontarlo, pero no a su perro, pues al ser escocés no sabía encajar bien las críticas. El “discurso Fala” introdujo la idea en la política estadounidense de que hay discursos menos importantes, que pueden ser afrontados desde el humor.
Sin duda Obama ha recogido este testigo y sus perros son auténticas celebridades. Bo y Sunny, dos perros de agua portugueses, posan con gracia en fotos oficiales y felicitaciones navideñas.
Mientras tanto, en Inglaterra la mascota oficial es un gato, que posee el título de Chief Mouser (algo así como Ratonero Jefe) y tiene un presupuesto oficial de 100 libras al año. Este puesto apareció en el siglo XVI durante el reinado de Enrique VIII y aunque normalmente es un título cariñoso que suele darle la prensa, tres de estos gatos lo han recibido de un modo oficial, entre ellos el actual: Larry. Aunque vive en el número 10 de Downing Street, no pertenece a ningún primer ministro sino que sirve a Inglaterra dejando la casa limpia de ratones mientras pulula por las habitaciones donde se toman las decisiones. El más longevo, Wilberforce, vio pasar a cuatro mandatarios durante 18 años y murió durante el mandato de Margaret Thatcher.
Un animal en el cargo
Pero ha habido animales que han ido más allá en sus ambiciones políticas: Bosco el perro fue alcalde de Sunol, California entre 1981 y 1994. Aunque en la localidad se recuerda su elección como una simple broma, lo cierto es que el animal se presentó legalmente a las elecciones y consiguió ganar superando en votos a dos humanos, acompañado de su lema “Un hueso en cada plato, un gato en cada árbol y una boca de incendios en cada esquina”.
¿Podría un animal, entonces, ser presidente? En la Convención Demócrata de 1968, en pleno descontento por la crisis en Vietnam, un grupo de jóvenes yippies pensó que si Lyndon B. Johnson podía liderar el país… también podía hacerlo un cerdo. Así dieron con Pigasus, un cerdo de 66 kilos que preparó su candidatura para enfrentarse a Nixon en las elecciones. El 23 de agosto, una multitud se congregó en Chicago dispuestos a escuchar lo que un cerdo tenía que ofrecerles, pero al iniciar el acto la policía los detuvo a todos. A los siete yippies y a Pigasus.
Y así nos dejaron con una de las imágenes más psicotrónicas de los sesenta: el candidato con las intenciones más puras de la historia de la política estadounidense, sin ningún tipo de agenda oculta, un simple cerdo, siendo escoltado por cuatro policías a la comisaría como un verdadero delincuente.
Publicado en El País