En el alto Valle del Jordán, en Israel, hay un
importante yacimiento conocido como Ein Mallaha. Uno de los hallazgos
más importantes en la zona fue el esqueleto de una anciana que había
sido enterrada junto a su perro hace 12.000 años. El esqueleto estaba
tendido sobre su lado derecho, flexionado, y sus brazos rodeaban el
tórax de un cachorro. En aquellos días, el perro era una especie
bastante nueva. Su código genético, recientemente desmadejado, desveló
que surgieron hace 16.000 años en el sur del río Yangtsé, en China, y
que descienden de un pequeño grupo de solo unos cientos de lobos. Muy
poco después de su origen como especie, ya moríamos abrazados a ellos.
Dicen
que nos dieron su libertad a cambio de nuestros desperdicios, y que un
período de hambruna ocasionó que los menos tímidos se acercaran a los
nuestros. Aquella simbiosis, en la que nosotros ganamos un centinela
altamente cualificado, nos mantuvo unidos hasta hoy, cuando el “paisaje”
ha cambiado enormemente. Para bien y para mal.
Solo en España, se cuentan 5,5
millones de Canis lupus familiaris. Los neoyorquinos han hecho números y
calculan que en sus calles se vierten al año seis millones de litros de
pipí canino y más de 25 toneladas de primorosa caca. Proliferan las
pastelerías con chuches solo para chuchos. En Roppongi, tienda de comida
de Tokyo Midtown, les preparan desde macarrones hasta ensaladas en
fiambrera; incluso hay tiramisú. Y merece su espacio la idea de la ex
heredera Paris Hilton de diseñar modelos de alta costura tamaño mascota.
En su colección, Little Lily,
podemos encontrar la versión canina del vestido de Versace que escogió
Penélope Cruz el año pasado en la gala de los Oscar y de un esmoquin de
Armani que lució Leonardo DiCaprio, ideal para bulldog francés.
El
humano de hoy poco tiene que ver con aquella mujer enterrada en Ein
Mallaha cuando ni siquiera sabíamos cosechar trigo, pero ¿qué ha
ocurrido en este tiempo con el perro? ¿Cómo le ha afectado a él este
matrimonio de larga duración?
Hasta hace muy poco, los expertos en comportamiento pensaban que la
domesticación los había “idiotizado”. Además, nuestra influencia se veía
como un factor perverso que los alejaba de la naturaleza. Trabajaban
con chimpancés, también con peces cebra e incluso hormigas buscando
explicaciones para cuestiones como los celos, el orden social y la ira.
Valían las hormigas, pero no los perros. Sin embargo, desde hace
aproximadamente 15 años Milú y los suyos han cobrado protagonismo. Ahora
se incluye al hombre como un fenómeno más, tan natural como los
depredadores y las tormentas. Y así, los estudios han proliferado y el
resultado es que los perros parecen más humanos cuanto más sabemos de
ellos. Veamos de qué son capaces.
Hablan más y mejor
En
abril de 2008, un equipo de investigadores brasileños presentó a Sofía,
una perra callejera que maneja con soltura un ordenador. Las teclas
eran lo suficientemente grandes para poder pulsarlas con una pezuña, y
en cada una había dibujado un símbolo. Un triángulo significaba “quiero
agua”, un círculo grande “dame comida”, un círculo pequeño “llévame a mi
caja”. Una vez que Sofía aprendió a manejar su PC, cada vez que quería
algo se dirigía al teclado y pulsaba la tecla correspondiente. La
investigación, publicada en Animal Cognition, se anunciaba como los
pilares de lo que será la comunicación con los perros en el futuro.
“Los humanos probablemente preferían aquellos perros con los que
resultara más fácil comunicarse, y de forma natural fuimos seleccionando
los que mejor lo hacían. Por eso, su habilidad ha mejorado después de
generaciones y generaciones de convivencia.” Así lo explica Adam Kiklosi
desde el departamento de Etología de la Universidad de Eötvös, en
Budapest, Hungría.
El centro de investigación
para el que trabaja Kiklosi es uno de los que un día cambió los peces
cebra por perros. En sus instalaciones hay decenas de chuchos durmiendo
la siesta, jugando en las aulas y correteando por las escaleras. “Si
quieres estudiar el comportamiento de los humanos, no los encierras en
una jaula y luego les haces preguntas. Aquí tenemos animales que viven
tal y como lo harían en su entorno natural, jugando y compartiendo su
día a día con nosotros”.
Kiklosi nos explica por email que los perros son más locuaces de lo que
antes se pensaba: “Los lobos solo ladran si hay peligro, o para
quejarse. Sin embargo, los perros lo hacen por muchas razones. Ellos
inventaron el ladrido como una forma de comunicación con los humanos,
más que con otros perros. Pueden modular la frecuencia y el pulso para
indicar temor, soledad, agrado…” Ahora están desarrollando un software
que podrá distinguir los distintos ladridos y su significado, y los
traducirá una voz parecida a la del GPS. “Los perros hablarán”, asegura
Kiklosi, aunque, honestamente, que nadie espere que tengan grandes cosas
que decir.
No discutiremos con ellos el origen de la vida, ni nos
ganarán jugando al ajedrez, pero a muchos propietarios de mascotas
seguramente les sorprenderán algunas de las cosas que ese “descerebrado”
empeñado en morder sus zapatillas es capaz de hacer.
Uno de los nuestros
Para
empezar, se les da bien clasificar fotos (de un lado las de paisajes
coloridos; del otro las de animales); descifrar gestos humanos, como
apuntar con un dedo para señalar comida escondida; incluso aprenden por
imitación: algunos perros supieron cómo usar una máquina dispensadora de
pelotas de tenis (inexplicable objeto de deseo para los canes) después
de observar cómo lo hacían los humanos. Pero lo más extraordinario ha
sido averiguar que están especialmente preparados para ser nuestra
pareja.
La investigación que lo demostraba se llevó a cabo con perros y lobos
alimentados por humanos durante varios meses. Cuando llegó la hora de la
verdad, a ambos grupos les ofrecieron comida que tenían que conseguir
tirando de una cuerda mientras sus amos estaban presentes: 1 a 1 en el
marcador. Perros y lobos lo consiguieron. Después se lo pusieron más
difícil, tanto que era imposible alcanzar la comida. Los lobos tiraron
de la cuerda hasta la extenuación, los perros lo intentaron un par de
veces, no mucho más, y después recurrieron a sus amos en busca de ayuda o
alguna indicación. El experimento mostraba que tienen una habilidad
innata para prestar atención a los seres humanos, comunicarse y trabajar
con nosotros.
Bien es cierto que darnos la pata cuando se lo pedimos
no parece un gran hito. Pero todo depende de la manera en que un gesto
se interprete. Decía santo Tomás de Aquino: “Es verdad que los poetas
han exaltado a menudo los sentimientos humanos con lenguaje maravilloso.
Sin embargo, yo conozco algunos perros cuyos sentimientos me parecen
más bellos y más profundos que los de muchos hombres”.
La envidia
y los celos no son precisamente sentimientos nobles, aunque para los
perros eso es lo de menos. Científicos austríacos mostraron en
Proceedings of the National Academy of Sciences, mediante un experimento
con 14 perros entrenados para dar la pata, que pueden dejar de obedecer
una orden si ven que otro perro está obteniendo un “trato de favor”. La
envidia los hizo desobedientes. Colocaron a los voluntarios en pareja,
uno al lado del otro. A uno le daban una recompensa mejor (carne) que al
otro (una rebanada de pan) cuando les daban la pata, o simplemente no
le daban nada. Entre pan y carne había poca diferencia. La pata la daban
igual. Pero el perro que se quedaba sin recompensa terminaba por
enfurruñarse y no obedecer la orden. Todo propietario de perro sabe que
son celosos, y seguramente ninguno dude de que el suyo daría la vida por
él.
Carne para dos
“Atila le salvó la vida a aquel pastor”, relata Antonio Pozuelos J. Cisneros, reconocido etólogo y presidente de AEPE, Asociación para el Estudio del Perro y su Entorno. Cisneros es una referencia para todos aquellos que tienen perros, y entre las grandes historias
que regala a sus fieles (los humanos), está la de Atila. Se la contó a
él un pastor de Sierra Morena, dueño del protagonista de esta historia.
El hombre enfermó gravemente y se quedaron los dos solos durante varios
días en un refugio de montaña. La fiebre le impedía moverse y no tenía
nada para comer. En ese tiempo de desmayo, Atila mató algunas ovejas y
compartió la carne cruda con el pastor, que, según relata Cisneros,
sobrevivió gracias al alimento que el animal le proporcionaba. “La
conducta de cazar y compartir es propia del perro que se empareja con un
humano. El lobo solo comparte la presa con sus cachorros y con la
hembra”, explica el etólogo. ¿Sabía Atila que su amo moriría si no se
alimentaba? ¿Era capaz de reconocer su sufrimiento?
Para dar
respuesta a estas preguntas, un investigador americano, Marc Bekoff
(profesor emérito de la Universidad de Colorado) recogió durante cinco
años paladas de nieve con pis acumulada en el garaje de sus vecinos. Su
trabajo llevaba el nombre de The Yellow Snow Project (el proyecto de la
nieve amarilla), y con él quería averiguar si los perros tienen empatía,
si advierten la alegría y el dolor ajenos. Para ello, hace falta tener
conciencia de uno mismo, saber que eres un ser diferente a los demás.
Jethro, fiel perro de Bekoff, mezcla de pastor alemán y rottweiler, fue
el único voluntario en The Yellow Snow Projetc. Cronómetro en mano,
Bekoff comprobó que su perro se entretenía expresamente en olisquear el
pis de extraños, pero el suyo no le interesaba en absoluto. Una manera
de demostrar que Jethro se sabe único, diferente del resto.
Jethro,
como Ada y Batman, que son mis perros, pertenecen a una especie que nos
ha elegido como compañeros. Hablar de su fidelidad es destacar lo
obvio, pero no deja de halagar nuestra humana vanidad descubrir que para
ellos somos lo primero.
Regresamos al laboratorio de Adam
Kiklosi para comprobarlo. Reunieron cachorros de cuatro meses y les
practicaron un test con distintas pruebas en las que tenían que elegir
como compañero a un humano o a otro perro. Siempre eligieron a los
hombres.
Escrito por Lorena Sanchez en Quo