Tener un perro reactivo con la correa es un mal generalizado hoy en día. Casi todas las semanas nos llama alguien que tiene ese problema en mayor o menor medida. Seguro que mientras lees te estás sintiendo identificado.
Bien, ¿qué es un perro reactivo? Es aquél que cuando le colocamos la correa comienza a comportarse de manera incontrolable en presencia de ciertos estímulos (otros perros, personas, motos, etc).
¿Por qué se comporta así un perro? Bueno, las causas son muy variadas: defecto en la socialización temprana, miedos y fobias, ansiedad, educación inconsistente o basada en castigos, excitación excesiva, deseos de saludar, juego, etc. Pero sea por uno u otro motivo subyacente, lo que quiere básicamente el perro es alejarse del estímulo que considera amenazante o bien acercarse para mantener un contacto social.
¿Un perro reactivo es un perro agresivo? ¡Rotundamente no! Pero desgraciadamente se confunde una cosa con la otra. Creemos que un perro que reacciona así nos quiere morder. Otra cosa es que este perro aprenda que mordiendo la amenaza se aleja, lo que constituye un refuerzo negativo que haría que la conducta se repitiera. O que cuando se acerca la persona lo acaricia, lo que constituiría un refuerzo positivo.
El mayor problema con estos perros es que sus dueños no entienden lo que el perro quiere, y como frecuentemente se malinterpretan sus pretensiones, comenzamos a probar opciones: castigarlo tirando de la correa, tranquilizarlo cuando ocurre, someterlo, asumir que «mi perro es así».
Ninguna de estas opciones trata realmente el problema de base, porque o bien refuerza el comportamiento, o bien le crea al perro más estrés y ansiedad.
¿Cómo actuamos entonces? Bueno, lo primero por supuesto sería obtener un diagnóstico de un especialista. Aunque aquí expongamos resumida y superficialmente el tema, cada caso requiere un análisis particular y una aplicación asesorada del tratamiento correspondiente.
Como hemos dicho más arriba, al perro le supone una amenaza un estímulo determinado y quiere alejarse de él, o bien acercarse de manera poco controlada. Tenemos que entender esto y no intentar someter al perro al máximo nivel de estimulación pretendiendo que se acostumbre.
Lo primero que tenemos que hacer es dejar de someter al perro durante un tiempo al estímulo en cuestión. Mientras, trabajaremos la obediencia relajada (con refuerzo positivo), someteremos a nuestro perro a una rutina de ejercicio físico y mental, para conseguir un estado general de homeostasis, si es necesario positivizaremos el uso del bozal, y por supuesto, haremos todo esto de manera positiva y consistente.
Una vez conseguido, comenzaremos a introducir en el paseo el estímulo en cuestión, por supuesto a una distancia que nuestro perro tolere. Cuando detectemos el estímulo comenzaremos a distraer al perro, con premios de comida o juego y palabras agradables o practicando señales de obediencia relajada. Cuando el estímulo haya pasado y estemos a una distancia prudencial nuestro perro ya habrá conseguido lo que quería, alejarse del estímulo, y nosotros también, que no ladre ni salte hacia él. Por lo tanto aquí paramos y le damos el premio gordo (comida, caricias, fiesta).
En el caso de que la motivación sea acercarse para saludar o jugar, haremos el mismo trabajo y el refuerzo positivo final será dejarlo que salude.
Este trabajo se llama desensibilización y contracondicionamiento, y es un trabajo de mucho tiempo. Por supuesto, mientras lo hacemos, el perro no debe enfrentarse al estímulo en toda su magnitud, o daremos de nuevo pasos hacia atrás.
Si practicamos este ejercicio todos los días, podremos ir reduciendo cada vez más la distancia al estímulo, muy gradualmente, de manera que podamos llegar a estar muy cerca sin que haya reacción. Así que… ¡a trabajar!
Pero recuerda, esto es solo una aproximación general. Recomendamos que cada caso debe ser analizado individualmente por un especialista veterinario en comportamiento.
Por Rosana Álvarez en Etolia