Los perros en la Antigua Grecia
Es claro que el perro era una parte importante de la sociedad y la cultura egipcias, y esto también fue cierto para la Antigua Grecia. El perro era compañero, protector y cazador para los griegos, y el collar de púas, tan conocido hoy en día, fue inventado por los griegos para proteger los cuellos de sus amigos caninos de los lobos. Los perros aparecen muy tempranamente en la literatura griega con la figura del perro de tres cabezas, el Cerbero, quien vigilaba las puertas del Hades.
En las artes visuales, el perro es representado en cerámicas, como la hidria ceretana con figuras negras de Heracles y Cerbero de ca. 530-520 a.C. (actualmente en el Museo de Louvre en París, Francia). En Grecia, como en la antigua Sumeria, el perro era asociado con deidades femeninas, puesto que tanto la diosa Artemisa como Hécate tenían perros (Artemisa, perros de caza y Hécate perros molossus negros).
La antigua escuela filosófica griega del cinismo toma su nombre del griego “perro”, y sus seguidores eran llamados kynikos (“como un perro”), en parte por su determinación por seguir fielmente un solo camino sin cambiar de dirección. El gran filósofo cínico Antístenes enseñaba en un lugar conocido como Cynosarges (“el lugar del perro blanco”), y quizá ésta fue otra razón por la que recibieron ese nombre.
Los perros también figuraron en el famoso diálogo de la República de Platón. En el libro ll, 376b, Sócrates argumenta que el perro es un verdadero filósofo puesto que “distingue entre rostro de un amigo y el de un enemigo únicamente mediante el criterio de saber y no saber” y concluye que los perros deben ser amantes del aprendizaje, puesto que determinan qué les gusta y qué no basados en el conocimiento de la verdad. El perro aprende quién es un amigo y quién no, y basado en ese conocimiento, responde apropiadamente; mientras que los humanos a menudo confunden quiénes son sus verdaderos amigos.
Sin embargo, la historia de perros más famosa de la Antigua Grecia es probablemente la de Argos, el leal amigo del rey Odiseo de Ítaca del Libro 17 de la Odisea de Homero (ca. 800 a.C.). Odiseo vuelve a casa después de estar fuera por veinte años y, gracias a la ayuda de la diosa Atenas, no es reconocido por los hostiles pretendientes que trataban de ganarse la mano de su esposa, Penélope. No obstante, Argos reconoce a su amo y se levanta de donde había estado esperando fielmente, moviendo su cola para saludar. Odiseo, que está disfrazado, no puede responder a su saludo por miedo a que su identidad sea descubierta frente a los pretendientes, por lo que ignora a su viejo amigo y éste se vuelve a echar y muere.
En esta historia y en el Mahabharata, la lealtad del perro es descrita exactamente del mismo modo. Aunque las historias estén separadas por diferentes culturas y cientos de años, el perro se presenta como el amigo fiel y devoto de su amo, sin importar si el amo responde igual o no a esa devoción.
Los perros en Roma
En la Antigua Roma, el perro era visto en gran medida de la misma manera que en Grecia, y el conocido mosaico, Cave Canem (Cuidado con el perro) muestra cómo los perros eran apreciados en Roma como guardianes del hogar tal y como lo habían sido en culturas anteriores y como lo siguen siendo hoy en día. El gran poeta latino Virgilio escribió “Nunca, teniendo perros guardianes, necesitas temer por un ladrón nocturno en tus establos” (Georgics III, 404ff), y el escritor Varro, en su obra sobre la vida en el campo, dice que cada familia debería tener dos tipos de perros, uno cazador y uno guardián (De Re Rustica I.21).
Los perros protegían a la gente no sólo de animales salvajes y ladrones, sino también de amenazas sobrenaturales. La diosa Trivia (la versión romana de la griega Hécate), era conocida como la Reina de los Fantasmas, rondaba por los cruces de caminos y cementerios, y estaba asociada con la hechicería. Se ocultaba de la gente sigilosamente para cazarla, pero los perros siempre se percataban antes de su presencia. Se pensaba que un perro que pareciera ladrar a la nada, era una advertencia de que Trivia o algún otro espíritu incorpóreo se aproximaba.
Los romanos tenían muchas mascotas, desde gatos hasta simios, pero preferían a los perros sobre los demás. El perro aparece en mosaicos, pinturas, poesía y prosa. El historiador Lazenby escribe:
Hay una gran serie de relieves tanto griegos como romanos que representan a hombres y mujeres con sus compañeros caninos. Especialmente los relieves galos muestran un toque extraordinariamente humano en escenas que describen a estas queridas mascotas con sus amos. En ellos, vemos encantadoras pinturas de una infancia sana y alegre: un niño recostado en un sillón dándole su plato a su perro para que lo lama; y en otro, una pequeña niña, Graccha (quien, de acuerdo a la inscripción, vivió sólo un año y cuatro meses), se muestra sosteniendo con su mano izquierda una canasta con tres cachorros, cuya madre los observa con preocupación.
Los perros son mencionados en el código de ley romana como guardianes de los hogares y los rebaños. En un caso registrado, un campesino levanta una demanda contra su vecino porque el perro de éste había salvado a sus cerdos de los lobos, y después él había reclamado a los cerdos como suyos. La queja, que se resolvió a favor del campesino, refiere lo siguiente:
Los lobos se llevaron a algunos de mis cerdos; el trabajador de una granja vecina, habiendo perseguido a los lobos con perros fuertes y potentes que tenía como protección para su ganado, rescató a los cerdos de los lobos, o sus perros los obligaron a abandonarlos. Cuando el pastor reclamó a los cerdos, surgió la cuestión sobre si los cerdos se habían vuelto propiedad de él, quien los había recuperado, o si aún eran míos, pues fueron obtenidos por un cierto tipo de cacería. (Nagle, 246)
Varro afirmaba que ninguna granja debería prescindir de dos perros y que éstos debían permanecer dentro de la casa durante el día y dejarse libres para merodear durante la noche para prevenir una situación tal y como la discutida anteriormente. También sugirió que un perro blanco se debería elegir por sobre uno negro, para que se pudiera distinguir entre el perro y un lobo en la oscuridad o la penumbra de la madrugada.