Los mayas tenían una relación con los perros similar a la de los chinos. Los perros eran criados en jaulas como fuente de alimento, como guardianes y mascotas, para la caza, y también estaban asociados con las deidades. Como los perros eran vistos como buenos nadadores, se creía que ellos conducían a las almas de los muertos a través de la extensión de agua que había que cruzarse para llegar al inframundo, conocido como Xibalba. Una vez que el alma llegaba al oscuro paraje, el perro servía como guía para ayudar a los muertos a través de los retos presentados por los Señores del Xibalba y alcanzar el paraíso.
Lo anterior se ha inferido de las excavaciones hechas en la región, las cuales han revelado sepulturas en las que se encontraron perros enterrados junto a sus amos, al igual que por inscripciones en los muros de algunos templos. Inscripciones similares en los códices mayas que sobreviven, describen al perro como el portador del fuego para los humanos y, en el libro sagrado maya quiché, el Popol Vuh, los perros son fundamentales en la destrucción de la raza de humanos desagradecidos e ignorantes que los dioses crearon inicialmente, y de cuya creación se arrepintieron después.
Los aztecas y tarascos compartían esa visión del perro, incluyendo la del perro como guía para los muertos hacia el más allá. Los aztecas también tenían una historia en su mitología que habla de la destrucción de una primera raza de humanos en la que también figuran perros. En esta historia, los dioses hunden al mundo en una gran inundación, pero un hombre y una mujer logran sobrevivir aferrándose a un tronco. Cuando finalmente el agua decrece, suben a tierras secas y hacen una fogata para calentarse. El humo de esa hoguera molesta al gran dios Tezcatlipoca, quien arranca sus cabezas y luego las une a su trasero, creando así a los perros.
De acuerdo con este mito, los perros preceden a la actual raza humana, por lo que debían ser tratados con el respeto que se debe tener para los mayores. Los aztecas también enterraban perros con sus muertos, y su dios de la muerte, Xolotl, era imaginado como un enorme perro.
En estas tres culturas -como, en efecto, en todas las mencionadas anteriormente-, la creencia en los fantasmas era muy real. Un fantasma no sólo podía causar problemas en la vida diaria de una persona, sino que también podía causar daño físico e incluso la muerte. La historia tarasca sobre los perros espíritu aliviaba el temor de que, si uno no era enterrado debidamente por un ser querido, el fantasma del muerto regresaría a atormentar a los vivos. La gente no debía temer, puesto que el perro solucionaría ese problema.
Perros celtas y escandinavos
El perro también era asociado con el más allá, la protección y la sanación en las culturas celta y escandinava. La diosa celta-germánica de la sanación y la prosperidad, Nehalennia, frecuentemente es representada en compañía de un perro, y los perros mismos eran considerados semi-divinos (la diosa celta Turrean fue transformada en el primer lobero irlandés por la celosa reina de las hadas). Al igual que en otras culturas, el perro era asociado con la protección después de la muerte y visto como una presencia guiadora.
En la Antigua India, Mesopotamia, China, Mesoamérica y Egipto, la gente tenía vínculos profundos con sus perros y, como hemos visto, esto también era común en la Antigua Grecia y Roma. Los antiguos Griegos pensaban que los perros eran genios, que eran “poseedores de un cierto espíritu elevado”. Platón se refería a los perros como “amantes del aprendizaje” y como “una bestia merecedora de fascinación”. El filósofo Diógenes de Sinope amaba la simplicidad de la vida de un perro, y animaba a los humanos a imitarla.