Todos los días Vaska salía a cazar y mi abuela preparaba un guiso con lo que traía.
Al mismo tiempo, el gato siempre se sentaba cerca y esperaba la comida, y por la noche los tres nos tumbábamos bajo una manta y él nos calentaba.
Sintío el bombardeo mucho antes de que se anunciara el ataque aéreo, empezó a dar vueltas y a maullar lastimosamente, mi abuela consiguió recoger las cosas y salir corriendo de la casa.
Cuando huyeron al refugio, como un miembro más de la familia, lo arrastraron con ellos y vigilaron que no se lo llevaran y se lo comieran.
El hambre era terrible. Vaska estaba hambriento como todos los demás y flaco. Durante todo el invierno y hasta la primavera, mi abuela recogía migas para los pájaros, y a partir de la primavera se iban de caza con el gato.
La abuela echaba migas y se sentaba con Vaska en la emboscada, su salto era siempre sorprendentemente preciso y rápido. Vaska estaba hambriento como nosotros y no tenía suficiente fuerza para quedarse con el pájaro.
Cogía un pájaro y la abuela salia corriendo de los arbustos y le ayudaba. Así, desde la primavera hasta el otoño, también comíamos pájaros.
Cuando se levantó el bloqueo y apareció más comida, e incluso después de la guerra, mi abuela siempre le daba al gato el mejor trozo. Lo acariciaba cariñosamente, diciéndole: eres nuestro sostén.
Vaska murió en 1949, mi abuela lo enterró en el cementerio y, para que la tumba no fuera pisoteada, puso una cruz y escribió Vasily Bugrov. Luego mi madre puso a mi abuela al lado del gato, y después enterré a mi madre también allí.
Así que los tres yacen detrás de la misma valla, como en la guerra, bajo una misma manta».