Algo muy negro recorre de un tiempo a esta parte los campos verdes de Asturias. Cazadores furtivos, escondidos en la oscuridad, se han erigido en defensores de no se sabe muy bien qué y exhiben por las carreteras del Principado sus macabros trofeos. Se supone que protegen a los ganaderos de los ataques del lobo, pero en realidad su intención es insultar a los conservacionistas y provocar a las administraciones. Para ello, como hacen siempre los cobardes, atacan a los más débiles.
Nadie duda de que el lobo es un problema para la ganadería. No el mayor, ni mucho menos, pero sí el chivo expiatorio más a mano. Los zarpazos de los lobos al ganado no son nada comparados con los que dan los mercados a las sufridas economías rurales. Y en esa situación, creo que lo inteligente sería utilizar al lobo como símbolo y buscar aliados entre la creciente opinión pública que apunta hacia la conservación de la naturaleza -sí, los denostados urbanitas-, que practica el turismo rural, está dispuesta a pagar un buen precio por los productos naturales y apoya los subsidios en las políticas agrarias. Pero hay quien prefiere aliarse con los sectores más intransigentes, echar leña al fuego y declarar una guerra para expulsar a los lobos del paraíso. El resultado final es la imagen de Asturias manchada por estos canallas.