Uno de los errores más comunes de aquellos 
propietarios que disponen de una casa o finca es presuponer que los 
niveles de actividad de su perro serán adecuados en la medida en que el 
perro tenga suficiente espacio.El
 dueño da por sentado así, que su perro está suficientemente ejercitado a
 nivel físico y por tanto emocional, en la medida en que tiene “metros y
 metros para correr y correr”.
Nos despreocupamos así de uno de los 
aspectos fundamentales en la construcción de un adecuado carácter y 
relación con nuestra mascota, como es la necesidad de pasear juntos.
De la misma forma que el tamaño de nuestra 
casa no guarda relación con las necesarias actividades que nos permiten 
desarrollarnos como personas sociales y activas física e 
intelectualmente, el tamaño de un determinado recinto, por muy grande 
que sea, no satisface la necesidad del perro de caminar, explorar, oler y
 relacionarse.
El perro pronto aprende que un determinado 
recinto es su lugar habitual de residencia, y por muy grande que este 
sea, no mostrará demasiado interés en recorrerlo varias veces para dar 
rienda suelta a sus instintos y necesidades, que entre otras incluye el 
explorar y conocer mediante el olfato y otros sentidos el mundo.

 
El perro no asumirá la necesidad de trotar 
durante un determinado tiempo dando vueltas a un perímetro, para 
mantenerse en forma a la manera de los humanos que hacemos footing. 
Normalmente el perro de finca que no tiene actividad pronto elegirá un 
determinado lugar en el que pasará la mayor parte del tiempo. O en un 
caso todavía peor, se pasará gran parte del día recorriendo el frente de
 la finca que da acceso a una vía pública o un camino, estando en 
permanente alerta lo que implica un estado emocional caracterizado por 
la ansiedad y el recurso al sprint y al ladrido como manifestaciones de 
una energía mal canalizada y la degeneración de estos comportamientos en
 un tipo de trastorno obsesivo compulsivo. Otra manifestación de esta 
situación es el recurso a cavar hoyos, morder plantas, o incluso el 
morderse la cola.
Su vida social también se empobrece, puesto 
que el dueño renuncia a la necesaria convivencia que caracteriza el 
componente social de perro.
Por otro lado el perro pierde la oportunidad
 de aprender a relacionarse con extraños y con nuevas situaciones, a 
caminar relajado de la correa y a tener un comportamiento tranquilo en 
múltiples situaciones.
Una parcela no deja de ser un recinto 
cerrado, sin muchas de las ventajas que caracterizan a lo que debería 
ser un área de confinamiento en condiciones (muy útil a nivel educativo y
 de la que hablaremos en otro artículo).
He oído en numerosas ocasiones que tener un 
perro, sobre todo si es grande, en un piso, es un crimen. El crimen es 
no proporcionar al perro una rutina de actividad, juego, exploración y 
contacto con nosotros y con otros sujetos humanos y caninos que le 
permitan desarrollarse física, emocional y psiquícamente como perro. Y 
ello no guarda relación con el tamaño de su jaula o habitación.
La finca obviamente nos permite grandes 
ventajas, pero no exime al dueño de su debida diligencia para con quien 
se presupone amigo.