Hace algunas semanas se apareció en el parque del barrio un liliputiense terrier australiano. Llevaba una pelota de tenis tan grande como su cabeza y encaraba a perros que eran diez veces más grande que él. No era más que el último en llegar de una mini invasión de perros chicos, que pesan menos de nueve kilos, siendo los Cavalier King Charles spaniels, los chihuahuas, los galgos italianos y los terriers que caben en un bolsillo, los más destacados.
En 2006, el terrier Yorkshire sacó del segundo lugar al Golden retriever de la lista de las razas más populares según la AKC, detrás del Labrador retriever.
Los perros grandes todavía ganan por un amplio margen, pero con las razas diminutas a la cabeza, los perros todavía más chicos están ganando terreno. Los perros medianos, de trece a veintisiete kilos, como un English springer spaniel o un Vizsla, están siendo dejados de lado, igual que la clase media en Estados Unidos.
Se trata de algo más que de una moda pasajera cuando una amiga, una persona inclinada hacia los perros grandes, confesó tímidamente que su próximo perro provendría más bien del lado de los chicos. Pero, me aseguró, lo criaría y trataría como a un perro, no como a un muñequito frágil que se puede derrumbar con el primer asomo de brisa.
Mi amiga me miró con cara de consternación cuando me oyó decir, a mí de entre todos sus amigos: “Excelente. Pero búscate un criador reputado”.
Por haber declarado mi cariño por los perros medianos y grandes, y criticado las prácticas de crianza que han producido mutantes enfermizos, especialmente entre los perros diminutos, he sido elogiado y vilipendiado. Los dueños de perros grandes me consideran un aliado en la guerra contra los enanos -criaturas frívolas, vestidas y acicaladas, que tiemblan y ladran hasta por los codos. Pero para los partidarios de los perros chicos -una agresiva raza de humanos que defienden a sus preferidos contra todo desaire, real o imaginado-, soy un ‘racista canino’.
Sin embargo, yo saludo a la cambiante demografía de los perros. Presentan una valiosa oportunidad para sepultar viejos estereotipos y reponer a los perros chicos en su justo lugar en la historia canina. Aunque la popularidad atrae usualmente a criadores comerciales que producen en masa perros de mala calidad, me gustaría que los compradores sólo hicieran negocios con criadores responsables que producen perros sanos y sin defectos.
Un importante estímulo de este esfuerzo ha provenido de un reciente artículo en la revista Science, escrito por un equipo de científicos que dicen que sólo una diminuta parte del ADN que anula el gene del ‘factor 1 de crecimiento’ es responsable de la pequeñez de los perros. (De hecho, el gene determina también el tamaño del cuerpo en muchas, sino todas, las especies de mamíferos, pero esa es otra historia). Esta sola variación es suficientemente antigua como para apoyar la teoría en la que he creído durante mucho tiempo, de que la primera segmentación en el mundo de los perros fue entre perros chicos y grandes.
El hallazgo parece contradecir las teorías de que el tamaño en los perros es el producto de complejos procesos biológicos que suponen múltiples genes. También parece socavar la creencia popular de que el perro, especialmente el enano, es un derivado debilitado o neotenous del lobo, reducido en tamaño, y disminuido en físico y en capacidad mental.
En realidad, parece como si temprano en la historia de los perros -hace unos quince mil años-, los humanos capturaron mediante la crianza una particular variación del código para que un solo gene produjese perros chicos que conservaran las conductas y características esenciales de los perros.
Los primeros humanos preferían a los perros chicos no porque comieran menos o fueran más fáciles de llevar o transportar, sino porque eran útiles y por eso, probablemente, los comerciaban, esparciendo en el proceso la variación genética. Los perros chicos han demostrado su valor en la historia, haciendo girar molinos y asadores; persiguiendo a las presas hasta sus escondites; destruyendo a las ratas y contribuyendo con ello a la salud pública; sirviendo como calentador de pies; y guardando nuestra casa y hogar, tal como el perro grande patrulla por el patio.
Y, por supuesto, han sido buena compañía, como los antiguos perros de manga chinos. A fines del siglo diecinueve, los ricos trataron de producir razas todavía más chicas, más dóciles y más como muñecos de perro. Caros, difíciles de criar y mantener debido a su tamaño, a menudo raros en apariencia, vestidos con ropas humanas, ‘casados’ y consentidos, eran una de las mercaderías que Thorstein Veblen tenía en mente cuando acuñó la frase ‘objetos de consumo conspicuo’.
Como si fuera otra especie, estas pequeñas criaturas de compañía se hicieron conocidas como ‘mascotas de mujeres’, en contraste con los ‘perros de hombres’ -terriers trabajadores, perros de caza, perros deportistas, gran daneses y otras razas grandes. Es ese estigma el que me gustaría disipar.
Las razas de perro todavía están sometidos a los caprichos de la moda, pero mucha gente está optando por los perros chicos porque viven en ciudades atestadas, y porque quieren una mascota que puedan subir a un avión. También quieren un perro energético y activo.
Mientras sigan libres de debilitantes taras genéticas, los perros chicos conservan el espíritu y la conducta de, bueno, perros. Recogen el palo, pelean, muerden, corren, cazan y juegan dentro de sus capacidades físicas y psicológicas.
Mark Derr
Autor de ‘A Dog’s History of America: How Our Best Friend Explored, Conquered and Settled a Continent’