Se trató de “una tragedia nacional”, dice Clare Campbell, autora del libro “La guerra Bonzo: Animales Bajo el Fuego 1939 -1945”
Campbell recuerda una historia que le contó su tío:
“Poco después de la invasión de Polonia, se anunció en la radio que podría haber escasez de alimentos. Entonces mi tío anunció al resto de la familia que al día siguiente iba a sacrificar a Paddy, el perro de la casa”
Poco después de que la guerra fuera declarada el 3 de septiembre de 1939, los dueños de las mascotas se agolparon en las clínicas veterinarias y los hogares de protección para animales.
El Hogar Battersea para Perros y Gatos ( Battersea Dogs and Cats Home) abrió sus puertas en 1860 y sobrevivió a dos guerras.
“Muchas personas nos contactaron con el estallido de la guerra para pedirnos que aplicáramos la eutanasia a sus mascotas, ya sea porque iban a la guerra, por miedo a ser bombardeados , o simplemente porque ya no podían permitirse el lujo de mantenerlos durante el racionamiento”, dijo un portavoz de la entidad.
“De hecho, el hogar para animales Battersea, se mostró en contra de tomar medidas tan drásticas y el gerente por aquel entonces, Edward Healey-Tutt escribió a la gente pidiéndoles que no tomaran deciciones tan apresuradas”
Pero según cita Clare Campbell en su libro, Arthur Musgo miembro de la Protectora de Animales (RSPCA), declaró que: “con profunda tristeza, su tarea principal en aquellas circunstancias era sacrificar a los animales”
En los primeros días de la guerra, los hospitales y dispensarios de la PDSA se vieron desbordados por los propietarios que llevaban a sus mascotas para que fueran sacrificadas.
La fundadora de la PDSA, Maria Dickin declaró: “Nuestros técnicos, que se vieron obligados a cumplir con tan terrible deber, nunca olvidarán la tragedia de aquellos días”
Según Hilda Kean: “Fue una de las cosas que la gente se vio obligada a hacer: evacuar a los niños, tapar las ventanas y matar al gato”
Entonces comenzaron a aparecer esquelas mortuorias en la prensa, como la publicada en el Tail-Wagger Magazine:
“Recuerdos felices de Iola, dulce amiga fiel, que se ha dormido para siempre este 4 de septiembre de 1939, para salvarse del sufrimiento de la guerra. Una corta pero feliz vida, 2 años y 12 semanas. Perdónanos amiguito”
El primer bombardeo de Londres, en septiembre de 1940, aún provocó que más dueños de mascotas se apresuraran a sacrificar a sus animales domésticos.
Muchas personas fueron presa del pánico, pero otros trataron de mantener la calma.
“Sacrificar a su mascota es una decisión trágica. No la tome antes de que sea absolutamente necesario”, instó Susan Day en el Daily Mirror.
Pero el folleto de advertencia del gobierno había arraigado profundamente entre la población.
“A la gente le habían dicho que sacrificaran a sus mascotas y lo hicieron. Mataron a 750.000 de ellas en el espacio de una semana. Fue una verdadera tragedia, un completo desastre”, dice Christy Campbell, quien ayudó a escribir el libro “la Guerra Bonzo”.
Fue la falta de comida y no las bombas, la mayor amenaza para los animales en tiempos de guerra. Simplemente, no había raciones de alimentos para perros y gatos.
Sin embargo, muchos propietarios fueron capaces de conseguirlo. Pauline Caton sólo tenía cinco años de edad en esa época y vivía en Dagenham.
Según ella recuerda “hacíamos cola con la familia en el mercado negro de Barking para comprar carne de caballo para alimentar al gato de la familia”
Y a pesar de que sólo había cuatro funcionarios en Battersea, el hogar se las arregló para alimentar y cuidar a 145.000 perros durante el transcurso de la guerra.
Enmedio de esa caótico sacrificio de animales, algunas personas trataron desesperadamente de intervenir, como por ejemplo, la duquesa de Hamilton, rica y amante de los gatos, que viajó desde Escocia hasta Londres para declarar en la BBC:
“Necesitamos con urgencia casas en el campo que acepten acepten a perros y gatos o de lo contrario, esos animales morirán de hambre o de un disparo”
“Al ser una duquesa disponía de dinero y creó un santuario para animales”, dice la historiadora Kean.
El “santuario” era un aeródromo climatizado en Ferne. La duquesa envió a su personal para que rescatara a las mascotas de rescate del East End de Londres. Cientos y cientos de animales fueron llevados inicialmente a su hogar en St John’s Wood y se vió obligada a pedir disculpas a los vecinos, que se quejaban de los ladridos.
Pero en esos momentos de tanta incertidumbre, muchos dueños de mascotas tomaron decisiones influidos por el peor de los escenarios.
“La gente estaba preocupada por la amenaza de los bombardeos y por la escasez de alimentos y sintió que no era apropiado tener el ‘lujo’ de mantener una mascota en tiempos de guerra”, explica Pip Dodd, conservadora jefe del Museo Nacional del Ejército.
“El Royal Army Veterinary Corps y la RSPCA trataron de detenerlo, principalmente porque necesitaban perros para la guerra”
En última instancia, dado el sufrimiento humano inimaginable que se produjo a lo largo de esos seis años de la guerra, tal vez sea comprensible que ese extraordinario sacrificio de animales de compañía no sea más conocido.
Pero el episodio significó otro añadido de tristeza a una población que era presa del pánico y el miedo al inicio de las hostilidades.
La historia no es demasiado conocida porque es algo difícil de contar, afirma Kean.