El otro día, hablando con un compañero a quien ayudé a elegir qué perro adoptar hace mes y medio, me preguntó: "¿Y tu Pancho ya sabe hacer algún truco?". Cuando le enumeré las cosas que había ido enseñando a Pancho desde que lo adopté, hace poco más de medio año, él se quedó realmente sorprendido. Y yo también, la verdad, no me había dado cuenta hasta ahora de lo mucho que nos ha cundido.
Porque, a lo tonto, resulta que Pancho ya sabe (más o menos decentemente) sentarse, tumbarse, dar la pata, la otra pata, sabe hacer la croqueta, sabe caminar al lado con y sin la correa, sabe esperar sentado antes de cruzar la calle, sabe quedarse quieto donde le diga hasta que vuelva, sabe venir cuando le llamo, sabe subir al sofá, sabe bajar del sofá, sabe irse a la cesta y tiene muy claro que ahí, en la cesta, es donde tiene que tumbarse cada vez que yo me pongo a comer, y no puede moverse hasta que yo no recojo mis platos.
Pancho no sabe todas esas cosas porque sea muy listo, ni porque yo sea especialmente buena educando perros. Tampoco ninguna de esas órdenes son fundamentales. Es decir, que Pancho podría vivir conmigo y ser un perro fantástico también sin saber ninguno de esos trucos. El perro que sabe dar la pata no es mejor que el que no lo sabe. Aparentemente, no vale de nada que tu perro sepa hacerse el muerto, o que le digas "¡Habla!" y suelte dos ladridos.
Porque la orden es lo de menos. Da igual lo que te propongas enseñarle a tu perro, lo que es realmente importante es el acto de enseñarle algo. Porque, verás, a los perros no hay cosa que más les guste que aprender a hacer cosas: siempre hay galletas, juguetes o caricias de por medio. Para tu perro, aprender significa jugar y, lo que es más importante, tener toda tu atención.
Para ti, también es muy útil porque, al enseñar cualquier cosa a tu perro, estás reforzando tu papel de líder. Podemos querer muchísimo a nuestros perros, podemos considerarlos nuestros hijos, pero un perro estable y feliz necesita un jefe para seguir siendo estable y feliz... Y ese jefe eres tú. Por tanto, que se note. Como jefe que eres, tú mandas y él obedece. Encantado, además.
Cinco o diez minutos al día bastan. Mientras juegas con él en casa, o durante el paseo. Escoge como recompensa aquello que más le guste: la pelota, un muñeco, galletas... y nunca dejes el ejercicio a medias, siempre ha de terminar bien. Los perros pueden ser muy cabezotas, quizá tengas que demostrar que tú lo eres más que ellos. Pero no desesperes, no olvides que el objetivo es divertirte y recuerda siempre que el refuerzo positivo es infinitamente más eficaz que cualquier tipo de castigo.
Ponte metas asequibles. Decide qué quieres enseñar a tu perro y ve de lo más fácil a lo más difícil. Si no sabes por dónde empezar a enseñarle algo, siempre puedes recurrir a los tutoriales de YouTube. No te impacientes, cada truco requiere su tiempo y, según cada perro, un número diferente de repeticiones. Y, muy importante, intenta aprovechar sus propias aptitudes e instintos más agudizados. Si ves que tu perro jamás salta, no intentes enseñarle que salte a la orden. Sin embargo, si tu perro da brincos cada vez que se entusiasma, será sencillo premiarle cuando lo haga y conseguir, así, que termine saltando cuando tú se lo ordenes.
Un perro que sabe trucos puede no ser mejor perro que el que no los sabe, pero el vínculo con su dueño será mucho más fuerte. Además, los trucos son la antesala de la obediencia, ya que una vez aprendido el primero, tu perro querrá aprender más. No importa la edad, la estimulación mental es siempre necesaria para que tu perro sea feliz. Y tú sonreirás cada vez que, con cara de máxima concentración, te dé la pata. O gire sobre sí mismo, o pase entre tus piernas, o te traiga el juguete y lo suelte en tu mano. Está en la naturaleza del perro querer complacer a su familia humana: lo único que necesitan saber es qué queremos que hagan.